viernes, 10 de agosto de 2012

La Oración continua por San Juan Casiano



CONFERENCIA X, CAPÍTULO X: Del método de la oración continua.


El símil que has tomado, de la oración continua que admirablemente has comparado con la enseñanza a los niños, está plenamente justificado. Los niños sólo pueden tomar las primeras lecciones del alfabeto y reconocer las formas de las letras, y dibujar sus figuras con una mano firme si la tienen, mediante la copia de formas cuidadosamente impresas en cera, se acostumbran a expresar sus figuras, por la constante mirada e imitación diaria. Análogamente en la ciencia del espíritu, es preciso que tengamos un modelo hacia el cual orientar con insistencia nuestra mirada.

Tenemos que darle la forma de esta contemplación espiritual, en la que siempre se puede fijar la mirada con la máxima firmeza, y aprender a considerarlo beneficioso en la continuidad ininterrumpida, así como lograr por la práctica de la misma y por la meditación subir a una conciencia aún más elevada. Esta fórmula debe entonces ser propuesta tomándola de este sistema de oración, que tú quieres y que todo monje está acostumbrado a considerar en su progreso hacia el continuo recogimiento en Dios, renovándola sin cesar en su corazón, dejando de lado todo tipo de pensamientos, porque no podría sostenerla si no se ha liberado a sí mismo de todos los cuidados y ansiedades.

Y así como esto fue entregado a nosotros por unos pocos de los más antiguos padres que quedaron, es sólo divulgado por nosotros a muy pocos y a aquellos que están realmente interesados.

Y así, para mantener el recogimiento continuo de Dios, esta fórmula piadosa debe estar siempre puesta delante de ti. "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”. Este versículo no ha sido tomado de todas la Escritura para este fin injustificadamente. Porque contiene todos los sentimientos que pueden ser implantados en la naturaleza humana, y puede ser bien adaptada a cualquier condición, y a todos los peligros.

Dado que contiene una invocación a Dios en contra de todos los peligros, una piadosa y humilde confesión, y una vigilancia sobre la ansiedad y el miedo continuo. Contiene la conciencia de la propia debilidad, la confianza en la respuesta, y la certeza de una ayuda presente y siempre disponible. Para quien está constantemente llamando a su protector, es la certeza de que Él está siempre a mano. Contiene el resplandor del amor y la caridad, es como la exclamación del alma a la vista de las acechanzas que la rodean, que tiembla ante los enemigos que la asedian día y noche, y de quienes sabe que no puede librarse sin la ayuda de su defensor.

Este versículo es un muro inexpugnable y protector, una coraza impenetrable y un escudo firmísimo contra todos los embates. Quien vive dominado por la aflicción de espíritu o la tristeza, o abrumado por algún pensamiento, encuentra en estas palabras un remedio saludable. Ya que nos muestra que aquel a quien invocamos es testigo de nuestros combates y no se aleja nunca de los que en Él confían.

Se nos advierte a nosotros cuya herencia es el éxito espiritual y el deleite de corazón, que no debemos estar exaltados o inflamados por nuestra condición de felicidad, esta nos asegura que no puede durar sin Dios como nuestro protector, al tiempo que le implora a El que venga siempre, e incluso pronto a ayudarnos. Este versículo será útil y provechoso a cada uno de nosotros en cualquier condición en que podamos encontrarnos.
Para alguien que siempre y en todos los asuntos quiere ser ayudado, muestra que necesita la ayuda de Dios no sólo en asuntos difíciles o tristes, sino también por igual en los prósperos y felices, para que pueda ser liberado de unos y también para poder continuar en los otros, puesto que de Dios depende tanto el librarnos de la adversidad como el hacernos vivir en la alegría. Ya que la debilidad humana no puede, sin la ayuda de Dios, mantenerse ni frente a los bienes ni frente a los males de la existencia.

Supongamos que estoy afectado por la pasión de la gula. Pido alimentos de los que el desierto no sabe nada, y en lo más profundo del desierto son llevados a mí los olores de los deleites del rey y creo que incluso en contra de mi voluntad me siento atraído mucho por ellos.Debo decir de inmediato: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Me siento inclinado a anticipar la hora fijada para la cena, o estoy tratando con gran dolor de corazón mantenerme en los límites de mi magra ración de pobre. Tengo que gritar con gemidos: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme.”

La debilidad del estómago me impide querer ayunar más severamente, a causa de los asaltos de la carne, o la sequedad del vientre y el estreñimiento me asustan. A fin de poder cumplir mis deseos, o bien que el fuego de la lujuria carnal pueda ser apagado sin el recurso de un ayuno más estricto, tengo que orar: ""Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Cuando voy a la cena, a la hora indicada y detesto tomar los alimentos y me veo impedido de comer cualquier cosa para satisfacer las exigencias de la naturaleza: tengo que llorar con un suspiro: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Cuando quiero en aras de la firmeza de corazón dedicarme a la lectura, un dolor de cabeza interfiere y me detiene, o me vence el sueño a las nueve de la mañana. Si levanto la cabeza y me hago violencia para leer, no tardaré en seguida en caer rendido sobre mi libro sagrado. ¿Qué haré yo en este estado? Clamar a Dios desde el fondo de mi corazón: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

El sueño permanece alejado de mis ojos, y muchas noches me encuentro cansado con falta de sueño e ilusiones causadas por el diablo. Sin poder pegar los ojos, me resulta imposible tomar el descanso reparador que necesito por la noche. Entonces tengo que suspirar y orar: ""Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Mientras todavía estoy en medio de una lucha con el pecado, de repente una irritación de la carne me afecta y trata con una sensación placentera hacerme consentir, mientras duermo. A fin de que un voraz incendio no queme las flores fragantes de la castidad, tengo que gritar: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Siento que la tentación a la lujuria se retira, y que el calor de la pasión se ha desvanecido de mis miembros: Con el fin de que este buen estado adquirido, o más bien que esta gracia de Dios pueda quedarse más tiempo o para siempre conmigo, yo sinceramente debo decir: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Estoy preocupado por los dolores de la ira, la codicia, la oscuridad, que llevaron a perturbar el estado de paz en que yo estaba y que era querido para mí. Para no me deje llevar por la pasión rabiosa en la amargura de la hiel, tengo que gritar con profundos gemidos: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Me encuentro juzgando, por estar inflamado por la acedía, la vanagloria y el orgullo, y mi mente con pensamientos sutiles se halaga a causa de la frialdad y el descuido de los demás. Con el fin de que esta sugerencia peligrosa del enemigo no pueda obtener el dominio sobre mí, tengo que orar con toda contrición de corazón: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

He ganado la gracia de la humildad y sencillez, y al estar continuamente mortificando mi espíritu, me he librado de la petulancia del orgullo: a fin de que no “venga contra mí el pie del orgullo" y "la mano del pecador no me moleste", y para que no pueda ser más seriamente dañado por la euforia de mi éxito, he de llorar con todas mis fuerzas: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Estoy sobre ascuas con innumerables y variados vagabundeos de mi alma y astucia de mi corazón, y no puedo recoger mis pensamientos dispersos, ni siquiera puedo decir mis oraciones sin interrupción de imágenes de figuras vanas y el recuerdo de conversaciones y acciones, y me siento atado por la sequedad y la esterilidad, y siento que no puedo dar a luz las ideas espirituales. Para que me sea concedida la liberación de este estado desolador, cuando ni las lágrimas ni los suspiros han sido suficientes, debo ponerme a salvo con esta plegaria: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Una vez más, siento que por la visita del Espíritu Santo he adquirido propósito del alma, firmeza de pensamiento, agudeza de corazón, junto con un gozo inefable y el transporte de la mente, y en la exuberancia de los sentimientos espirituales he percibido por una súbita iluminación de parte del Señor una abundante revelación de santas ideas que antes estaban escondidas para mí. A fin de que me sea concedido gozar largo tiempo de esta luz, debo decir a menudo y con toda el alma: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Rodeado por los horrores nocturnos de los demonios estoy agitado, y estoy perturbado por sus apariciones fantasmales. Mi esperanza de vida y salvación es retirada por el horror del miedo. Volando hacia el refugio seguro de este versículo, como en un puerto de salvación, voy a gritar con todas las fuerzas: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Una vez más, cuando he sido restaurado por el consuelo del Señor, y, animado por su venida, me siento como acompañado por miles y miles de ángeles, de modo que, de repente, me atrevo a buscar el conflicto y provocar una batalla con quienes hace poco tiempo atrás yo temía más que a la muerte, y cuya cercanía o toque sentía con estremecimiento de la mente y el cuerpo. A fin de que el vigor de este coraje pueda, por la gracia de Dios, continuar en mí por más tiempo, tengo que gritar con todas mis fuerzas: "Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme”

Sea, pues, este versículo el alimento constante de nuestra oración. En la adversidad, para vernos libres de ella; en la prosperidad, para mantenernos firmes y precavidos contra la soberbia. Que el pensamiento de este versículo sea repetido sin cesar en tu pecho. Cualquiera que sea el trabajo que estés haciendo, o el oficio de tus manos, o el viaje que estés haciendo, no dejes de entonar esto. Cuando vas a la cama, o a comer, y en las últimas necesidades de la naturaleza, piensa en esto. Este pensamiento en tu corazón vendrá a ser para ti una fórmula de salvación, y no sólo mantenerte sano y salvo de todos los ataques de los demonios, sino también purificarte de todas las faltas y las manchas terrenales, llevándote a la contemplación celestial e invisible, a aquel ardor inefable de oración de los cuales muy pocos tienen experiencia. Que el sueño venga sobre ti mientras pronuncias este versículo, hasta que, a fuerza de repetirlo, adquieras el hábito de decirlo incluso hasta en el sueño.

Cuando te despiertes que sea lo primero que venga a tu mente, deja que anticipe todos tus pensamientos de vigilia, al levantarte ponte de rodillas y que desde entonces a lo largo de tus acciones no te abandone durante todo el día. Deberías pensar sobre esto, de acuerdo al mandato del Legislador: "en casa y yendo de camino, durmiendo y despiertos”.

Esto deberías escribir en el umbral y la puerta de tu boca, esto deberías colocar en las paredes de tu casa y en el fondo de tu corazón para que cuando caes de rodillas en oración este pueda ser tu canto mientras te pones de rodillas, y cuando te levantes para atender todas las ocupaciones necesarias de la vida, pueda ser tu oración constante.


APRENDER A MEDITAR SEGUN LA TRADICION CRISTIANA


Para entrar en la misteriosa y santa comunión con la Palabra de Dios en nosotros, es necesario entrar con coraje y decisión en el silencio interior, volvernos más y más silenciosos. En un profundo silencio creador, nuestro reencuentro con Dios trasciende todas nuestras capacidades de razonamiento y de palabra.
El descubrimiento de nuestros propios límites nos lleva a un silencio que exige estar atentos, concentrados y presentes, más allá del pensamiento.
Sobre este silencio, Padre John Main nos dice:
"El misterio de nuestra relación con Dios es tan vasto que es solo desarrollando nuestra capacidad de alcanzar un silencio pleno de respeto y veneración que podremos tomar conciencia de su maravilla,…. Sabemos que Dios está en lo más profundo de nosotros, y que nos trasciende de manera absoluta. Es solo por un silencio profundo y liberador que podemos conciliar los polos de esa misteriosa paradoja. En efecto, la liberación experimentada en la oración silenciosa, nos permite eximirnos de los efectos de distorsión inevitables de toda verbalización, desde el principio de nuestra experiencia de la trascendencia de Dios y de su presencia en lo más profundo de nosotros." (Padre John Main - La palabra dentro del silencio).
La meditación es un estado de completa apertura, un estado de total vigilia y atención a la maravilla de nuestro ser, así como a la de Dios, una toma de conciencia absoluta que nos hace uno con Dios.
Es el objetivo al cual nos exhorta el salmista: "Deténganse, conozcan que yo soy Dios". Para alcanzar ese objetivo, tenemos a nuestra disposición un medio muy simple, aquel que San Benito trajo a la atención de sus monjes hace mas de seis siglos recomendándoles la lectura de las Conferencias de Juan Casiano (Regla de San Benito 42,6,13; 73,14).
Casiano recomendaba a todas las personas deseosas de aprender la oración continua, repetir sin cesar un simple y corto versículo. En su Décima Conferencia, recomienda este método de repetición simple y constante, para apartar de nuestro espíritu toda distracción y todo pensamiento, y llegar así a un estado de reposo en Dios (Juan Casiano - Conferencia 10,10).
Toda la enseñanza de Casiano sobre la oración está basada en el Evangelio: "En vuestras oraciones, no machaquen como los paganos, ellos se imaginan que hablando mucho serán mejor escuchados. No hagan como ellos, ya que vuestro Padre sabe bien lo que les hace falta, antes de que ustedes se lo pidan" (Mateo 6:7-8).
En resumen, no se trata cuando se ora, de hablar a Dios, sino escucharlo o estar con él. Esto es lo que Juan Casiano intenta transmitir cuando aconseja a quien quiera orar, permanecer atento, calmado e inmóvil, recitando continuamente un corto versículo. El método recomendado por Casiano le llegó de una anciana tradición ya bien establecida en su tiempo, una tradición universal e inmutable. Mas de mil años después de Casiano, el autor (desconocido) de la Nube del no saber, recomienda repetir una simple palabra: "Y es por eso que hace falta orar en la altura y en la profundidad, en el largo y ancho de nuestro espíritu, y esto no por vocablos y numerosas palabras, sino con un pequeño vocablo de una breve sílaba".
En la tradición oriental, esa palabra se llama Mantra. Así, en adelante "palabra oración", "palabra sagrada" o mantra, significarán lo mismo.

Sobre esta palabra oración o mantra, John Main explica:

"En ausencia de maestro para guiarlos, sería juicioso elegir una palabra que haya sido consagrada en el curso de los siglos por nuestra tradición cristiana. Desde el principio la Iglesia ha utilizado ciertas palabras como Mantras para la meditación cristiana, y yo recomiendo a la mayoría de los principiantes utilizar una de entre ellas: "Maranatha", palabra aramea que significa: "Ven Señor", "Ven Señor Jesús". Por otra parte, San Pablo termina su epístola a los Corintios con esa palabra, igual que San Juan en su Apocalipsis. Se le encuentra también en algunas de las primeras liturgias cristianas. Más allá de esto, prefiero la forma aramea a cualquier otra ya que ella no posee ninguna connotación verbal o conceptual para la mayoría de nosotros, lo que facilita la meditación. Se podría muy bien optar por el nombre de Jesús o aún mas por la palabra que Jesús utilizaba en su oración:: "Abba", palabra aramea que significa "Padre". Pero, lo que es mas importante referente al Mantra, es que hace falta escoger uno de preferencia con la ayuda de un guía y conservarlo. No lo modifiquen de ninguna manera, vuestra progresión en la meditación se vería retardada" (John Main - La palabra dentro del silencio).
Según Juan Casiano, el objeto de la meditación es restringir el espíritu a la pobreza de un humilde versículo. La meditación nos hará ciertamente ver la pobreza de otra manera. La perseverancia en la repetición del Mantra, llevará a una comprensión más y más profunda, a partir de la experiencia personal, de esta declaración de Jesús: "Bienaventurados los pobres de espíritu" (Mateo 5:3). Aún más, perseverando en la repetición fiel del Mantra, se aprenderá de manera muy concreta el sentido del término fidelidad. Así, en la meditación proclamamos nuestra pobreza personal. Renunciamos a todo pensamiento, palabra o imagen, restringiendo la actividad de nuestro espíritu a la pobreza de un único versículo. El proceso de la meditación es entonces la simplicidad misma.

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