miércoles, 14 de marzo de 2012

Evangelio del día 14 de marzo de 2012


Evangelio según San Mateo 5,17-19. Miércoles de la tercera semana de Cuaresma


No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.


Comentario: «No he venido a abolir la Ley sino a darle plenitud.» (cf Mt 5,17) - San Agustín



La gracia, antes velada en el Antiguo Testamento, ha sido revelada plenamente en el evangelio de Cristo por una disposición armoniosa de los tiempos, tal como Dios tiene por costumbre disponer armoniosamente todas las cosas... Pero, dentro de esta admirable armonía uno constata una gran diferencia entre dos épocas. En el Sinaí, el pueblo no se atrevía acercarse al lugar donde el Señor dio su Ley. En el cenáculo, el Espíritu Santo desciende sobre aquellos que se habían reunido esperando el cumplimiento de la promesa (cf Ex 19,23; Hch 2,1) Antes, el dedo de Dios había grabado sus leyes sobre tablas de piedra; ahora la ha escrito en los corazones de los hombres (2Cor 3,3) Antes, la Ley estaba escrita por fuera e inspiraba miedo a los pecadores; ahora, les es dada interiormente para justificarlos...
En efecto, como lo dice el apóstol Pablo, todo lo que está escrito en tablas de piedra: -No cometerás adulterio, no matarás, no codiciarás-, y otras cosas semejantes se resumen en el único mandamiento: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (Lev 19,18) El amor al prójimo no hace mal a nadie. La plenitud de la Ley es el amor (Rm 13, 9-10)... Este amor ha sido «derramado en vuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.» (Rm 5,5)


San Agustín (354-430) obispo de Hipona, doctor de la Iglesia. Del espíritu y la letra, 28-30; PL 44, 217ss

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