sábado, 9 de julio de 2011

Evangelio del día 9 de julio de 2011


Evangelio según San Mateo 10,24-33. Sábado de la XIV Semana del Tiempo Ordinario


El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño.
Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa!
No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido.
Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo.
Ustedes tienen contados todos sus cabellos.
No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo.
Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.


Comentario:

"Eso que escucháis en el oído, proclamadlo desde los tejados - San Patricio


No he comenzado este trabajo por mi propia cuenta, sino que es Cristo Señor quien me ha ordenado venir a pasar, junto a los irlandeses paganos, el resto de mis días, si el Señor lo quiere y si me preserva de todo mal camino... Mas, yo no tengo la confianza puesta en mí mismo «mientras vivo en este cuerpo de muerte» (2P 1,13; Rm 7,24)... Yo no he llevado una vida perfecta como otros fieles, pero lo confieso ante mi Señor y no me avergüenzo en su presencia, porque no miento: desde mi juventud que le conocí, el amor de Dios ha crecido en mí, igual que el temor, y hasta el presente, por la gracia del Señor, «he mantenido la fe» (2Tm 4,7).

El que quiera, pues, que se ría de mi y que me insulte; yo no me voy a callar ni esconderé «los signos y las maravillas» (Dn 6,27) que el Señor, que conoce todas las cosas, me ha mostrado muchos años antes de que se cumplieran. Por ello siempre debería dar gracias a Dios, que tan a menudo ha perdonado mi insensatez y mi negligencia, y también por no haberse irritado contra mí, que he sido dado como obispo a los fieles, ni una sola vez. El Señor «ha tenido piedad» de mí «en bien de millares y millares de hombres (Ex 20,6), porque él veía que yo estaba disponible... En efecto, eran muchos los que se oponían a esta misión; incluso hablaban entre ellos y a espaldas mías, diciendo: «¿Por qué se mete ese en una empresa peligrosa y en un país extranjero que no conoce a Dios?» Y no era por malicia que se expresaban así; yo mismo soy testigo de ello: era a causa de ser yo tan rudo que no podían comprender el porqué había sido nombrado obispo. Y a mí mismo no me ha sido fácil reconocer la gracia que estaba en mí. Ahora, todo esto está claro para mí.

Ahora, pues, simplemente expongo a mis hermanos y a mis compañeros de servicio que han creído en mí, porque «predico y continuo predicando» (2C 13,2) con el fin de fortalecer y confirmar vuestra fe. Ojalá podáis también vosotros ambicionar fines más elevados y llevar a cabo obras más excelentes. Esa será mi gloria, porque «un hijo sabio es la gloria de su padre» (Pr 10,1).

San Patricio (hacia el 385-hacia el 461), monje misionero y obispo. Confesión § 43-47

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