sábado, 2 de julio de 2011

"Bienaventurado" Concilio - Padre Christian Bouchacourt


Centenares de miles, incluso más de un millón de personas, asistieron a la beatificación de Juan Pablo II en Roma el 1º de mayo pasado. Esta inmensa reunión fue la respuesta al clamor que se oyó el 8 de abril de 2005, día del entierro de quien tuvo el tercer pontificado más largo de la historia: “Santo Súbito”, gritaba la multitud. A menos de un mes de su elección y sin esperar los cinco años fijados por el Código de Derecho Canónico actualmente en vigor, el 13 de mayo del mismo año Benedicto XVI autorizaba la apertura del proceso de beatificación de su predecesor. Inmediatamente se levantó en el mundo entero un concierto de aprobación. La Fraternidad San Pío X, por medio de su Superior General, manifestó sin embargo sus reservas sobre la oportunidad de tal beatificación. Se envió un documento al Vaticano manifestando todas las interrogaciones que ello podía suscitar.

“Este documento (…) fue enviado según las normas del derecho a los diversos responsables del proceso diocesano,(1) para que lo pusieran entre los documentos del expediente y lo examinaran con el mismo esmero que los demás. Habiendo llegado a las oficinas competentes, nuestro documento fue misteriosamente dejado de lado, para no ser abierto sino al día siguiente de la clausura del proceso diocesano, es decir, demasiado tarde para ser tomado en consideración (…) Tras haberlos hecho llegar al conocimiento de los tribunales romanos, desdichadamente nuestros interrogantes no recibieron ninguna respuesta, sino que, al contrario, el 19 de diciembre de 2009, la Santa Sede declaró la heroicidad de las virtudes del difunto Papa”.(2)

¿Cómo explicar la negativa de las autoridades romanas a estudiar la documentación presentada por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X? ¿Acaso un estudio hecho en profundidad sobre el pontificado de Juan Pablo II podía poner en duda una hermosa unanimidad en la superficie?

¿No será acaso Juan Pablo II el Papa de la ruptura con la Tradición defendida por sus predecesores? ¿Se tiene miedo a esta voz, cuando empiezan a elevarse voces que cuestionan los “cuarenta gloriosos años” que siguieron al Concilio?

Es impresionante ver cómo Juan Pablo II, con sus palabras y sus actos, se alejó de sus predecesores hasta Pío XII. Fue el primer Papa desde San Pedro en visitar una sinagoga y una mezquita. Fue el primer Pontífice que organizó reuniones interreligiosas, condenadas por Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pío X, y Pío XI, no menos que por el Código de Derecho Canónico anterior al de 1983, que establecía penas muy severas, previendo incluso la de excomunión. La reunión de Asís, organizada en 1986, convocada y presidida por él, fue sin duda el acto más grave de su pontificado. Eso sólo debía haber bastado para impedir su beatificación. El Código de 1917 —en vigor hasta 1983— decía, en efecto, que “quienes ayudan de cualquier manera o participan activamente en ceremonias de los herejes son sospechosos de herejía”.(3) Como el Código de Derecho Canónico de 1917 vedaba a Juan Pablo II organizar este encuentro, suprimió este artículo en el nuevo Código publicado en 1983. Semejante reunión constituyó una desobediencia manifiesta y gravísima al primer Mandamiento de Dios. De allí en más se multiplicaron los encuentros interreligiosos y ecuménicos y hoy por hoy ya son cosa habitual. Con ello se relega la religión católica al nivel de las falsas religiones. El Dios verdadero y la Verdad eterna son puestos en pie de igualdad con los falsos dioses y el error. Esto tiene un nombre: ¡es una blasfemia!

¿Cuál es la razón que condujo al difunto Papa a realizar todas estas reformas? La respuesta está en su testamento: “Doy gracias al eterno Pastor por haberme permitido servir a esta gran causa (el Concilio Vaticano II) a lo largo de todos los años de mi pontificado”. Como dijo en repetidas ocasiones, el Concilio, “un gran don para la Iglesia” en el que él intervino activamente, “fue su brújula”. Durante sus 26 años de pontificado se empeñó por aplicar sus principios. El encuentro de Asís fue el remate de una misión para la que se sentía investido. Lo dijo a los cardenales con las siguientes palabras: “La reunión de Asís es la más hermosa puesta en práctica de la enseñanza del Vaticano II”.(4)

Así, pues, Juan Pablo II fue el Papa del Concilio, al que dedicó todo su pontificado. A través de sus escritos y discursos, por sus muchos viajes, por los nombramientos de obispos y cardenales que hizo, por las Jornadas Mundiales de la Juventud que impulsó, este Papa que vino del Este difundió e institucionalizó activa y eficazmente la enseñanza del Concilio Vaticano II en el mundo entero.

Bajo su pontificado, siguiendo el ejemplo que él mismo dio, se multiplicaron las ceremonias interreligiosas, las ceremonias litúrgicas excéntricas y escandalosas, que la televisión retransmitió por todas partes. Bajo su pontificado también, y a petición de la misma Santa Sede, desaparecieron los últimos Estados oficialmente católicos. ¡Todo en nombre del Concilio!

Además, Juan Pablo II, siguiendo a “Gaudium et Spes”, enseñó la redención universal de los hombres. Así como el Concilio lo hizo antes que él, proclamó desde su primera encíclica que “por su encarnación, el Hijo de Dios se unió en cierta manera a todo hombre”.(5) A través de su Encarnación, Jesucristo vino a confirmar su alianza con el hombre. El Papa nunca dijo que esta alianza ha sido rota por el pecado original o por los pecados personales… La Redención es la manifestación del amor que Jesús tiene por cada hombre. El hombre tiene que tomar conciencia de este amor y tener confianza en su salvación… La Iglesia es uno de los caminos propuestos al hombre para llegar a ese término. Así se glorifica el inmanentismo religioso, condenado por San Pío X en la encíclica “Pascendi Dominici gregis”. De este modo se explican aquellas increíbles palabras que Juan Pablo II pronunció el 25 de diciembre de 1978: “Navidad es la fiesta del hombre. Nace el hombre (…) Si celebramos con tanta solemnidad el nacimiento de Jesús, lo hacemos para dar testimonio de que todo hombre es alguien, único, irrepetible (…) En nombre de este valor irrepetible de cada uno de los hombres, y en nombre de esta fuerza que trae a cada uno de los hombres el Hijo de Dios hecho hombre (…) os digo: aceptad el misterio en que vive cada uno de los hombres desde que Cristo ha nacido; ¡Respetad este misterio! (…) Dios se ha complacido del hombre por Cristo”. Esto implica decir que para Cristo, ¡fue todo un honor haber sido hombre! Se trata de una inversión de toda la teología.

Las consecuencias de esta enseñanza son gravísimas. El hombre, así divinizado, puede esperar el cielo sin formar parte de la Iglesia Católica, tal como lo sugiere el Concilio Vaticano II en los documentos “Unitatis Redintegratio” y “Nostra Ætate”. Esta doctrina nueva destruyó el espíritu misionero y explica la agonía de las congregaciones misioneras. La misión que éstas tienen ya no es convertir, ¡sino brindar un testimonio junto a las demás religiones!

En los últimos meses, a semejanza de la Fraternidad San Pío X, sobre todo en razón de las conversaciones doctrinales, se oyen algunas voces críticas del Vaticano II. ¡La Fraternidad San Pío X no está sola! ¡Estas reacciones molestan! La beatificación del Papa del Concilio, el Papa de Asís, se convirtió en un tema urgente para desalentar y desacreditar a los críticos. ¡Con él se beatifica al Vaticano II! La etapa siguiente —la canonización— ya está en marcha. Una vez que se alcance, se espera que el Concilio se transforme en algo definitivamente intocable.

Durante su pontificado, Juan Pablo II quiso honrar y recompensar a quienes habían trabajado para este Concilio, experimentando el rigor de sus predecesores. Fue así que se elevó al cardenalato a sacerdotes como Urs Von Balthasar, de Lubac y Congar, a pesar de que muchas de sus obras, envenenadas de modernismo, habían sido puestas en el Index de Libros Prohibidos en el pontificado de Pío XII. Él también rehabilitó a Teilhard de Chardin, paladín de las huestes modernistas, al tiempo que excomulgó a la Tradición católica al condenar a Monseñor Marcel Lefebvre y a su obra, que no hacían más que continuar con aquello que la Iglesia había hecho siempre desde hace dos mil años. Así, pues, Juan Pablo II alentó y enseñó una doctrina nueva, consumando una ruptura evidente con la Tradición.

Para convencerse de la realidad de esta ruptura, conviene recordar la doctrina profesada por el Concilio Vaticano I, en su constitución “Pastor Æternus”, acerca de la función que tiene el Papa: “A los sucesores de Pedro, el Espíritu Santo no ha sido prometido para que manifiesten por su revelación, una nueva doctrina, sino para que por su asistencia, custodien santamente y expongan fielmente la Revelación transmitida a los Apóstoles, es decir el depósito de la fe”.

Juan Pablo II ha sido el heraldo del Concilio Vaticano II, que el Cardenal Ratzinger calificó como “1789 en la Iglesia”. Beatificar a Juan Pablo II equivale a beatificar al Concilio Vaticano II, causa primera de los males que actualmente afligen a la Iglesia.

Por esa razón no podemos rezarle a Juan Pablo II, pero rezaremos por el eterno descanso de su alma y por su sucesor en el Trono de Pedro, a fin de que abandone la enseñanza de su predecesor y vuelva a la Tradición, que es la única que devolverá a la Iglesia todo su esplendor y restaurará el Reino de Cristo en las almas y en el mundo entero.

¡Que Dios los bendiga!

Padre Christian Bouchacourt
Superior de Distrito América del Sur

Notas:
1. Tratándose de un Papa, el proceso diocesano se instruyó en Roma.
2. Prefacio de Monseñor Fellay a “Juan Pablo II, dudas sobre una beatificación”.
3. Código de Derecho Canónico de 1917, canon 2316.
4. Juan Pablo II: Discurso a los cardenales, 19 de diciembre de 1986.
5. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral “Gaudium et Spes”, 7 de diciembre de 1965.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...