miércoles, 6 de abril de 2011

La verdadera amistad con Cristo nos abre las Puertas del Cielo



Queridos hermanos y hermanas!

La liturgia de hoy también nos propone una palabra de Cristo iluminadora y al mismo tiempo desconcertante. Durante su último camino hacia Jerusalén, uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Y Jesús respondió: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán» (Lc 13,23-24). ¿Qué significa esta «puerta estrecha»? ¿Por qué muchos no lograr entrar por ella? ¿Se trata tal vez de un paso reservado sólo a algunos elegidos? De hecho, este modo de razonar de los interlocutores de Jesús, mirándolo bien, es siempre actual: siempre está al acecho la tentación de interpretar la práctica religiosa como fuente de privilegios o de seguridades. En realidad el mensaje de Cristo va exactamente en la dirección opuesta: todos pueden entrar en la vida, pero para todos la puerta es «estrecha». No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto a todos, pero es «estrecho» porque es exigente, requiere empeño, abnegación, mortificación del propio egoísmo.

Una vez más, como en los domingos anteriores, el Evangelio nos invita a considerar el futuro que nos espera y al cual nos debemos preparar durante nuestra peregrinación terrena. La salvación, que Jesús obró con su muerte y resurrección, es universal. Él es el único Redentor e invita a todos al banquete de la vida inmortal. Pero con una única e igual condición: la de esforzarse en seguirle e imitarle, cargando, como Él hizo, con la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los hermanos. Única y universal, por lo tanto, es esta condición para entrar en la vida celestial. El último día –recuerda además Jesús en el Evangelio- no seremos juzgados según presuntos privilegios, sino según nuestras obras. Los «agentes de iniquidad» serán excluidos, mientras que serán acogidos cuantos hayan realizado el bien y buscado la justicia, a costa de sacrificios. No bastará por lo tanto declararse «amigos» de Cristo jactándose de falsos méritos: «Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas» (Lc 13,26). La verdadera amistad con Jesús se expresa en la forma de vivir: se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, la mansedumbre y la misericordia, el amor por la justicia y la verdad, el empeño sincero y honesto por la paz y la reconciliación. Éste, podríamos decir, es el «documento de identidad» que nos cualifica como sus auténticos «amigos»; éste es el «pasaporte» que nos permitirá entrar en la vida eterna.

Queridos hermanos y hermanas: si queremos también nosotros pasar por la puerta estrecha, debemos empeñarnos en ser pequeños, esto es, humildes de corazón como Jesús. Como María, Madre suya y nuestra. Ella en primer lugar, detrás del Hijo, recorrió el camino de la Cruz y fue elevada a la gloria del Cielo, como recordamos hace algunos días. El pueblo cristiano la invoca como Ianua Caeli, Puerta del Cielo. Pidámosle que nos guíe, en nuestras elecciones diarias, por el camino que conduce a la «puerta del Cielo».

S.S. Benedicto XVI
26 de agosto de 2007

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