jueves, 7 de abril de 2011

Evangelio del día 7 de abril de 2011


Evangelio según San Juan 5,31-47. Jueves de la IV Semana de Cuaresma

Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría.
Pero hay otro que da testimonio de mí, y yo sé que ese testimonio es verdadero.
Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad.
No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes.
Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro,
y su palabra no permanece en ustedes, porque no creen al que él envió.
Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí,
y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida.
Mi gloria no viene de los hombres.
Además, yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes.
He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir.
¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que sólo viene de Dios?
No piensen que soy yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza.
Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí.
Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?".

Comentario: Si creéis en Moisés, creeréis también en mí, porque es de mí de quién él ha hablado - San Jaime de Saroug

Moisés anunció los misterios pero sin explicarlos. Él tenía dificultad de palabra y era incapaz de hablar con claridad (Ex 4,10). Esta dificultad de palabra se le mantuvo a propósito para que sus discursos siguieran siendo inexplicables. Cuando nuestro Señor vino, desató la lengua de Moisés y hoy sus palabras son distintas, ya que su lengua no tartamudea más y sus discursos son claros como el día.

Hasta nuestro Señor, la palabra estaba entumecida, se quedó sin explicación, y todo lo que se dijo de Él ha permanecido en la oscuridad. El misterio escondido a la fe se ocultó detrás de la tartamudez y el velo (Ex 34,33; 2 Cor 3:14), así permaneció largo tiempo hasta que llegó la hora de su proclamación para el gran día.

Moisés pidió ver al Padre (Ex 33,18); De hecho, presentía que el Hijo llegaría a este mundo al descubierto. Fue entonces cuando el Padre le mostró la otra cara de su rostro; quiso mostrárselo ya que su Hijo se manifestará bajo apariencia humana. El Eterno puso una distinción entre la cara y el reverso, para que Moisés reconociera que la tierra contemplará a su Hijo en la forma de un hombre... Este reverso que ha contemplado Moisés, es lo que le puso brillante la piel de su rostro (Ex 34,29). El esplendor del Hijo reposó sobre el conjunto de la profecía...; cuando hablaba Moisés, era Él quien hablaba por su boca, porque Él es la Palabra que inspiró todas las palabras de la profecía. Sin Él, no hay para los profetas palabra ni revelación posible, porque Él es la fuente primera de la profecía... Pero cuando llegó el Crucificado, el Esposo, la profecía desveló su rostro y expuso su voz en la Asamblea. El Hijo de la Virgen les ha levantado el velo a los hebreos; todo ha quedado manifiesto, claro y fácil de interpretar.

San Jaime de Saroug (v. 449-521), monje y obispo sirio Homilía sobre el velo de Moisés 12-13

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