martes, 9 de noviembre de 2010

La Persecución a los cristianos


Bajo este concepto se entienden genéricamente todas las medidas de opresión dirigidas contra el cristianismo desde su nacimiento hasta la época actual, aunque algunos autores reservan ese nombre (acuñado por Eusebio de Cesarea y empleado sobre todo por Orosio) para las persecuciones sistemáticas y universales organizadas por el Imperio Romano contra los cristianos.

Las persecuciones ciertamente no las han sufrido sólo los cristianos. También otras religiones han soportado persecuciones, lo mismo que determinadas creencias u otras formas de pensar que han chocado en un momento determinado con un sistema de ideas (religiosas, políticas o político-religiosas) establecido. Aquí nos vamos a referir a la persecución religiosa de los cristianos, y más concretamente de la Iglesia católica.

Causas


La persecución constituye un elemento constante e ineludible de la historia de la Iglesia. Ésta, Esposa de sangre de Jesucristo, perseguido y muerto en la cruz, debe reproducir en sí la imagen de su Fundador, que anunció: «Seréis perseguidos de ciudad en ciudad, seréis odiados y vilipendiados por mi nombre, seréis llevados a los tribunales y condenados a los mayores padecimientos» (Lc 21,12 y 19); «Si el mundo os aborrece sabed que primero me aborreció a mí» (lo 15,18). La Iglesia, «instituida por el mismo Cristo para propagar en el mundo el reino de Dios y, con la luz de la ley evangélica, guiar a la decaída humanidad hacia un destino sobrenatural... chocó necesariamente con las pasiones que pulularon al pie de la antigua decadencia y corrupción, es decir, con el orgullo, la codicia y el amor desenfrenado de los goces terrenos, y con los vicios y los desórdenes que de éstos proceden, y que en la Iglesia encontraron siempre el más poderoso freno» (León XIII, Enc. Annum ingressi, 19 mar. 1902: Acta Leonis XIII 22,55). Esta puede ser, a modo de síntesis, la causa principal de las persecuciones. Aunque cada una se desencadene por motivos diversos (choque con el paganismo, fanatismo religioso, razones político-religiosas, etc.), en último extremo la persecución es debida al enfrentamiento del pensamiento cristiano con una forma de vida o de pensar distinta que verá en aquél un enemigo, y, por tanto, lo hará objeto de persecución.

Consecuencias

Las persecuciones constituyen un bien para la Iglesia, y de ellas ha salido siempre purificada. Aunque, ante la dificultad, inicialmente se puede producir alguna defección la sangre de los mártires ha sido siempre semilla de nuevos cristianos. Son clásicas las palabras de Tertuliano: «Crecemos en número cuantas veces nos segáis; es semilla la sangre de los cristianos» ( Apologeticum 50,13; PL 1,534).

El martirio ha sido considerado como una prueba de la veracidad del cristianismo: los ejemplos que ofrecen las Actas de los mártires, de hombres y mujeres cristianos que serenamente aceptan el suplicio, son un testimonio elocuente del carácter sobrenatural de la religión cristiana. Además la persecución realza una serie de virtudes cristianas: fortaleza, desprendimiento, amar a Dios más que a la propia vida, caridad fraterna, etc., que se manifiestan ostensiblemente durante el momento de la prueba y confirman esa realidad. Finalmente, no hay que olvidar que la devoción del pueblo cristiano a los mártires y a sus reliquias ha sido fuente de monumentos litúrgicos, literarios, hagiográficos, artísticos, etc.

Historia de las persecuciones cristianas

Se hace a continuación un breve resumen histórico de las persecuciones a lo largo de los siglos.

a) La persecución aparece desde el comienzo de la Iglesia. Como Cristo, su Fundador, los primeros cristianos encontraron la hostilidad de los judíos. Los apóstoles Santiago el Mayor y Santiago el Menor sufrieron el martirio, el primero decapitado por Herodes Agripa (Act 12,2) y el segundo precipitado desde el pináculo del Templo; el apóstol S. Pedro encarcelado también por Herodes Agripa. Pablo de Tarso, antes de su conversión, fue un encarnizado perseguidor de los cristianos (cfr. Act 9); él estuvo presente en la lapidación del protomártir S. Esteban. Después, una vez convertido, el mismo Pablo será objeto de persecución por parte de sus hermanos de raza (cfr. Act 9,29; 17,5; etc.).

También la inicial expansión del cristianismo por el mundo pagano encontró la hostilidad y la persecución como sucedió con casi todos los Apóstoles que murieron mártires.

b) Se considera, sin embargo, que la primera persecución organizada que duró casi tres siglos, aunque con intervalos de paz, se debe al Imperio Romano.

c) Los herejes, salidos de las mismas filas del cristianismo, han sido muchas veces enconados perseguidores de la Iglesia, especialmente en los primeros siglos. Basta mencionar las persecuciones (exilio o muerte de obispos y sacerdotes, sobre todo) con motivo del arrianismo, del nestorianismo, del monofisismo, del furor iconoclasta, etc.

d) La evangelización de los pueblos bárbaros, a partir del s. V-VI, desencadena nuevas persecuciones. De ellas dan testimonio, p.ej., el martirio de S. Bonifacio y S. Wilibrordo entre los germánicos, el de S. Agustín de Canterbury, apóstol de los anglosajones, el de S. Hermenegildo entre los visigodos, etc.

e) Del choque con el Islam, el cristianismo también recibió la marca de la persecución. El dinamismo de la idea islámica provocaba, en los pueblos que la aceptaban, una oleada expansiva y llegaba a adquirir un vasto dominio religioso y político, que en ocasiones se convertía en fanatismo, y como consecuencia también en persecuciones. En España, pueden recordarse los mártires, mozárabes.

f) La escisión protestante produjo nuevos brotes de persecuciones. En Gran Bretaña la persecución de los católicos por parte de los anglicanos duró varios siglos y dio lugar a los mártires de Inglaterra. También la catequesis católica en los territorios sometidos al poder de los príncipes convertidos al luteranismo, provocó en ocasiones la animosidad de éstos contra los misioneros católicos, que culminó alguna vez en persecución violenta. Tal es el caso, p.ej., del martirio de S. Fidel de Sigmaringa.

g) La historia de las misiones en la Edad Moderna, con el deseo de llevar el mensaje cristiano a los pueblos paganos, da lugar en ocasiones a la persecución y muerte de los misioneros. Pueden citarse los mártires de Japón, los de Canadá y rioplatenses en el s. XVII, los mártires de China y de Uganda en el s. xix, etc. En este mismo siglo, en nuestra época, puede recordarse la sangrienta persecución en Sudán.

h) A partir de la Ilustración racionalista, surge un nuevo tipo de persecución que se justifica con razones políticas, aunque tales razones no hayan faltado nunca («quiere hacerse rey», Lc 23,2, acusaban ya los judíos a Jesús ante Pilatos). Las medidas persecutorias de tipo laicista contra la Iglesia y los católicos son frecuentes a lo largo de los S. XIX y XX (V. LAICISMO; CLERICALISMO Y ANTICLERICALISMO; KULTURKAMPF; etc.).


La Iglesia de Colilia (230 km a est de Bucarest), fue devastada sacrílegamente, profanada y ultrajada; despues transformada en una cuadra para bestias de carga. El edificio es lo único que queda en pie en Colilia.

(Daniel Mihailescu/Afp) 2006-08-13


i) En pleno s. XX continúa la persecución. Ya no se hacen de ordinario mártires públicos. Ahora la persecución es sinuosa, mezclada, como se ha dicho, con motivos políticos. Los últimos Papas denunciaron las persecuciones levantadas por el comunismo en Rusia, México y España. Juan XXIII calificó de cruel la persecución comunista que todavía subsiste (Enc. Mater et magistra, 216: AAS 53, 1961, 452). Paulo VI ha recordado que la condena de estas persecuciones está formada por el lamento innumerable de sus víctimas (cfr. Ecclesiam suam, 94: AAS 56, 1964, 650) y que aún no han desaparecido los lamentos de la llamada «Iglesia del silencio», de los pueblos tras el Telón de Acero (v. los artículos de Historia de la Iglesia de cada país: Unión Soviética, Hungría, Polonia, Checoslovaquia, China, etc.). Pío XI y Pío XII condenaron también la persecución suscitada contra la Iglesia por el nacionalsocialismo alemán (cfr. Enc. Summi Pontificatus, 5: AAS 31, 1939, 416).

También el Conc. Vaticano II ha denunciado la guerra que se hace a la libertad religiosa, que se ensaña de modo especial con el cristianismo (cfr. Decr. Dignitatis humanae, 6: AAS 58, 1966, 934).

Se ve, pues, que la persecución -abierta o solapada- acompaña a los cristianos en su caminar terreno, formando como una parte constitutiva de su ser. El mismo Conc. Vaticano II se refiere a la Iglesia de Cristo que «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» (S. Agustín, De civitate Dei, XVIII, 52,2: PL41.614) y confiesa que a aquélla «le han sido y le pueden ser todavía de mucho provecho la oposición e incluso la persecución de sus contrarios» ( Gaudium et spes, 44), haciéndose así eco de aquellas palabras de Cristo: «si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán» (lo 15,20), pero con la esperanza de aquella otra promesa evangélica: «Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el reino de los cielos» (Mt 5,10).

BIBLIOGRAFÍA: LEÓN XIII, Enc. Annum ingressi, 19 mar. 1902; Acta Leonis XIII, 22,52-80; B. LLORCA, G. VILLOSLADA, F. J. MONTALBÁN, Historia de la Iglesia Católica, I, 4 ed. Madrid 1964; II, 3 ed. ib. 1963; III, 2 ed. ib. 1967; IV, 3 ed. ib. 1963; A. EHRHARD, W. NEUS, Historia de la Iglesia, 4 vol. Madrid 1962; 1. L. GUTIÉRREZ GARCÍA, Persecución, en Conceptos fundamentales en la Doctrina social de la Iglesia, III, Madrid 1971, 398-406.
Véase también la bibliografía particular de cada una de las persecuciones citadas.


(*) Tomado de la Gran Enciclopedia Rialp, voz Persecuciones a los cristianos. Tomo 18, pp.338-339
Cortesía de Editorial Rialp.

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