domingo, 4 de julio de 2010

Un sólo Dios, que siendo Uno es Tres


El Misterio de la Santísima Trinidad es uno de los misterios más inexpugnables del cristianismo… es la paradoja de un Dios que es a la vez: uno y trino… tres personas divinas que son siempre distintas en la unidad…

Pero, a pesar de lo incomprensible e impenetrable que nos pueda resultar la Trinidad, es en ella donde se apoya todo lo que hace al hombre, hombre: su origen y su realización última, su relación con Dios, con sus semejantes, con la creación, y hasta con él mismo… todo es en función de la Trinidad y de la perijóresis en que viven las personas divinas…

Y es en la perijóresis que la Trinidad se nos revela, no sólo como Dios, sino como modelo de comunión íntima entre Dios y los hombres, y entre los hombres entre sí…

¿Pero qué es perijóresis?, dirán ustedes…

Hay que partir del hecho revelado de que Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, unidos en íntima comunión de amor… Dios, uno y trino, es una comunidad de personas donde cada una está en comunión total y absoluta con las otras dos… el Padre está todo en el Hijo y todo en el Espíritu Santo… el Hijo está todo en el Padre y todo en el Espíritu Santo… el Espíritu Santo está todo en el Padre y todo en el Hijo… y ninguno precede a otro en eternidad, ni le excede en grandeza, ni le aventaja en potestad… ¡eso es perijóresis!

En razón de la perijóresis, las relaciones entre las personas divinas son siempre ternarias, o sea, son siempre trinitarias… por eso, el Padre se revela por el Hijo en el Espíritu Santo… el Hijo, a su vez, revela al Padre con la fuerza del Espíritu… y el Espíritu Santo, “procede” del Padre y reposa sobre el Hijo… las tres personas divinas permanecen y residen, una en las otras, de manera inseparable y teniendo entre ellas una compenetración sin mezcla… están cada una en las otras, con las otras, por las otras y para las otras, sin que haya lugar a fusión o confusión…

Pero al hablar de la Santísima Trinidad y de la perijóresis perfecta que existe en Ella… tenemos, casi por obligación, que hablar de María: el primer punto de encuentro trinitario… María, al acceder con su “sí” a la Voluntad del Padre… recibe sobre ella al Espíritu Santo, que le «cubre con su sombra»… y engendra en su vientre a Jesús, el Hijo de Dios (Lucas 1,26-38)… María se convierte, por tanto, en modelo y marco de referencia para nuestro encuentro personal y perijórico con la Trinidad…

El teólogo francés León-Dufour hace una analogía muy interesante donde nos presenta la imagen de una madre que le “comunica la vida al embrión no con cualquier forma de alimento, como la leche que más tarde le dará al bebe, sino por el contacto de la placenta con la mucosa uterina. El niño crece así en la unión, sin digerir otra cosa. Morar recíprocamente es estar presente uno en el otro sin ninguna fusión ni confusión, en una perfecta comunión. Esta comunión entre la madre y el niño queda simbolizada en la única respiración de la madre; la aspiración y la respiración del niño son la misma aspiración y respiración de la madre. La unidad entre ellos es perfecta y, sin embargo, siguen siendo DOS”.

Esta perijóresis que León-Dufour nos muestra una sintonía perfecta entre una madre y su niño aún sin nacer, sintonía que se da en María en su grado máximo… cómo lo expresa San Luis María Grignion de Montfort: “ellos se hallan íntimamente unidos, que el uno está totalmente en el otro: Jesús está todo en María y María toda en Jesús, o mejor, no vive Ella sino Jesús en Ella. Antes separaríamos la luz del sol que a María de Jesús”… y donde reside una de las personas divinas, residen todas…

Esa unión total con la Santísima Trinidad que encontramos en María… es la misma unión perfecta a la que debemos aspirar todos los cristianos…

El camino que tenemos que recorrer para alcanzar esa comunión absoluta es arduo… es el camino que nos invita a ser perfectos, «como es perfecto nuestro Padre celestial» (Mateo 5,48)… es el camino de los discípulos, que lo han dejado todo para seguir a Jesús (Marcos 10,17-27)… es el camino de la santidad al que nos guía el Espíritu Santo… Pero, a pesar de lo difícil, duro o espinoso que nos pueda parecer este recorrido… nos sirve de estímulo saber que, al igual que hace dos mil años atrás, Jesús sigue orando al Padre para que sus discípulos «sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno» (Juan 17,22-23)…

Gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo;
como era en el principio, por los siglos de los siglos.
Amén.

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