sábado, 17 de abril de 2010

San Aniceto, Papa y Mártir - 17 de abril


(155-166) Nació en Siria. Llegó a Roma como colaborador de S. Justino en la lucha contra los herejes. Confirió nueva vigencia al decreto de S. Anacleto (3° papa) acerca de la consagración de los obispos y sobre la vestimenta de los eclesiásticos: sin barba y sin cabellos largos, y más rigor en el comportamiento. Confirmó que la Pascua debía celebrarse el domingo, no obstante el parecer contrario de S. Policarpo, quien reclamaba el derecho a poder seguir su propia tradición, recibida de S. Juan Evangelista.

En el caso de S. Policarpo, Aniceto no insistió ni intentó disuadirle. Cuenta Ireneo que los dos por respeto no intentaron convencerse el uno al otro y "se separaron en paz". Se evitó un cisma.

Otra herejía florecía en esa época, el montanismo. Los que lo profesaban pretendían poseer una más directa inspiración divina. Entre las prácticas de esta herejía existía una forma de ascetismo espiritual acompañada por manifestaciones histéricas, con acentos antiestatales que contribuían a desacreditar a los cristianos ante el poder imperial. Esto causó detenciones, juicios y algunas condenas. Fueron muchos los que sufrieron el martirio, entre éstos Policarpo y el mismo Aniceto.

San Aniceto, fue originario de Siria. Nació hacia el fin del primer siglo, y la grande reputación que ya tenía en la Iglesia hacia la mitad del segundo es testimonio de la santidad con que pasó los primeros años de su vida. Fue azote de los herejes y era venerado por uno de los más sabios y más santos presbíteros de la Iglesia de Roma, cuando habiendo sido coronado del martirio del Papa Pío I, el año 155, fue nombrado por sucesor suyo.

Echó Dios bendición al celo y a los trabajos de Aniceto. En poco tiempo se vio libre el rebaño de las herejías. Descubiertos y confundidos los Valentinianos, los Marcionistas y todos los demás herejes por el celo de Aniceto, fueron objeto de la execración de todos. Instruyó y cultivó a su pueblo con tal feliz suceso, que Roma, centro de la unidad y de la fe, lo fue igualmente de la santidad, y teatro de la virtud cristiana: así lo testifica Egesipo, que vino a Roma en tiempo de San Aniceto.
Al principio de su pontificado le vino a visitar San Policarpo, que lleno de estimación y de singular admiración a Aniceto, tuvo especial consuelo en pasar a conferir con él algunos puntos de disciplina eclesiástica en que aún no habían convenido las Iglesias griega y latina, y todavía no estaban decididos. Presto se concordaron los dos Santos. Y como era tanto lo que San Policarpo defería y respetaba al Vicario de Cristo, y era tan singular la estimación que Aniceto hacía de Policarpo, estrecharon entre sí un íntima amistad.

San Justino, estableció en Roma, según el plan que le dio el mismo Aniceto, una escuela de virtud en que daba lecciones de religión a cuantos querían ser instruidos.

Gobernó la Iglesia San Aniceto, según Eusebio y Nicéforo, por espacio de cerca de doce años con admirable celo. Prohibió que los clérigos trajesen el cabello largo, y mandó que todos anduviesen con corona o tonsura clerical. Afirma San Gregorio Turonense que el autor de esta corona fue San Pedro; en memoria de la corona de espinas del Salvador, y así es probable que San Aniceto estableciese por decreto lo mismo que hasta allí no era más que una mera y piadosa costumbre. Lo cierto es que antiguamente sólo se dejaba una especie de cerquillo alrededor de la cabeza, estando todo lo demás raído a navaja, a la manera que aún el día de hoy lo observan muchos religiosos.
Aniceto fue coronado del martirio en la persecución de Marco Aurelio, hacia el año del Señor de 166, y su santo cuerpo fue enterrado por los cristianos en el Cementerio de Calixto.

El año 1590, Minucio, arzobispo de Munich, y secretario de Guillelmo, duque de Baviera, llevó a aquella ciudad la cabeza de nuestro Santo, y la colocó en la Iglesia de los Padres de la Compañía, donde es reverenciada con singular devoción. En el 1604, habiendo mandado San Clemente VIII que todos los cuerpos santos que se hallasen en dicho Cementerio de Calixto fuesen sacados de él, y trasladados a lugar más decente: Juan, duque de Altemps, pidió y consiguió del Papa el cuerpo de San Aniceto, y mandado labrar una magnífica capilla, colocó en ella tan inestimable tesoro en un suntuoso sepulcro de mármol, donde es reverenciado con la mayor devoción.

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