miércoles, 24 de marzo de 2010

La Misa de siempre o la de SS Pablo VI ¿Cuál elegir? Un problema de conciencia


Presentamos a nuestros lectores un texto del Padre Jean-Michel Gomis dividido en tres partes,
publicado en parte en la Revista “Iesus Christus”: I. ¿Qué es la Santa Misa? II. Formación del Rito Romano tradicional, llamado “Misa de San Pío V” III. Formación del Novus Ordo Missæ, llamado “Misa de Pablo VI”.

¿RUPTURA O CONTINUIDAD?

El 7 de julio de 2007 el Papa Benedicto XVI publicaba el Motu proprio Summorum Pontificum. Este documento reafirmaba una verdad constantemente negada a lo largo de los cuarenta últimos años, por la que fue perseguido Monseñor Lefebvre, muchos sacerdotes y fieles: la no abrogación del rito romano tradicional, llamado también “Misa de San Pío V”, y la posibilidad para cada sacerdote de celebrar en este rito. Pero al mismo tiempo que alegraba a los hijos de Monseñor Lefebvre por este restablecimiento de la verdad, provocó también graves críticas de los mismos.(1) ¿Se podía igualar, o más bien subordinar, la Misa de siempre (llamado “Rito extraordinario” en el documento, o sea de uso excepcional) a la “Misa de Pablo VI” (llamado Rito “ordinario”, esto es, de uso habitual)? ¿Cómo no quedarse perplejo al ver a Benedicto XVI, en la Carta que acompañaba el Motu proprio, hablar del “valor y santidad del nuevo rito” y decir que “no hay ninguna contradicción entre una y otra edición del Missale Romanum. En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura”? (2)

Sin embargo, en 1969, unas semanas después de la promulgación del Novus Ordo Missæ, los Cardenales Ottaviani (en aquel entonces Pro-prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe) y Bacci no dudaban en escribir a Pablo VI: “El nuevo Ordo Missae, si se consideran los elementos susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen sobreentendidos o implícitos, se aleja de manera impresionante, tanto en el conjunto como en los detalles, de la teología católica de la Santa Misa, tal como fue formulada en la XXIIª sesión del Concilio de Trento”.(3) Este Novus Ordo consuma una “grave fractura” (4) y “es evidente que ya no quiere seguir expresando la fe de Trento. A esta fe, sin embargo, están vinculadas para siempre las conciencias de los católicos. Por consiguiente, después de promulgado el Novus Ordo, el verdadero católico, de cualquier condición u orden, se encuentra en la trágica necesidad de optar entre cosas opuestas entre sí”.(5) La afirmación de una ruptura doctrinal entre el rito nuevo y el tridentino no podía ser más clara.

Con el presente estudio queremos poner de manifiesto los fundamentos de esta grave afirmación, y recordar cuál debe ser, a la luz de la doctrina perenne de la Iglesia, el juicio doctrinal y la actitud práctica del católico respecto a la “Misa de Pablo VI”. Dividiremos nuestro estudio en tres partes: después de recordar la doctrina católica sobre el Sacrificio de la Misa, resumiremos el desarrollo histórico del rito romano hasta San Pío V, dejando para el final el estudio propiamente dicho del Novus Ordo Missæ o “Misa de Pablo VI” .(6)
Primera Parte: ¿Qué es la Santa Misa?

En el Catecismo de San Pío X leemos que “la Santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre nuestros altares bajo las especies de pan y de vino en memoria del Sacrificio de la Cruz. (…)(7) El Sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo de la Cruz (…)” . Por lo tanto, para comprender la esencia de la Santa Misa –en la medida que se puede comprender, ya que los misterios de fe no se pueden comprender perfectamente, sino más bien exponer y delimitar–, es necesario definir la noción de sacrificio en general y la esencia del Sacrificio de la Cruz.

A. ¿QUÉ ES UN SACRIFICIO?

En el siglo XIII, Santo Tomás no dudaba en afirmar que “en cualquier época y en cualquier nación los hombres ofrecieron siempre sacrificios”.(8) Sin embargo, nuestra época irreligiosa, marcada por la pérdida del sentido de Dios y su reemplazo por el culto al hombre, desconoce la misma noción de sacrificio. Inspirándose de la doctrina del Doctor Común,(9) el Catecismo de San Pío X enseña que “el sacrificio en general consiste en ofrecer una cosa sensible a Dios y destruirla de alguna manera en reconocimiento de su supremo dominio sobre nosotros y sobre todas las cosas”.(10) Expliquemos los elementos de esta definición.

1. ¿A quién se ofrece el sacrificio, y para qué?

El destinatario del sacrificio es necesariamente Dios (el Dios verdadero o un dios falso); el sacrificio es por naturaleza un acto de adoración. Es la oblación “de algo exterior como testimonio de nuestra sumisión a Dios”.(11) Con este espíritu, el pagano Traseas en el siglo Iº, condenado por Nerón a abrirse las venas, rociaba la sala con su sangre para ofrecerla en libación a Júpiter (considerado por los romanos como el dios supremo): quería manifestar que su vida sólo le pertenece a Dios, y que nadie más puede disponer de ella.

Además de la adoración el sacrificio puede tener otros fines:

- La acción de gracias (en griego: “eucaristía”). Se trata de agradecer a Dios por los beneficios recibidos. Por ejemplo, los romanos celebraban las victorias importantes entrando triunfalmente en Roma y yendo al templo para ofrecer sacrificios. En el Antiguo Testamento, el sacrificio del cordero pascual conmemoraba el fin de la cautividad de Egipto y el paso del Mar Rojo.(12)

- El pedido o impetración. Se ofrece el sacrificio con el fin de pedir algunos beneficios. En China, por ejemplo, los emperadores de la dinastía Ming iban tres veces al año al Templo de Pekín para ofrecer animales en sacrificio, pidiendo la lluvia y la protección para gobernar durante un año.

- La expiación o satisfacción. Se trata de implorar el perdón divino y ofrecer víctimas para reparar las faltas cometidas. Estos sacrificios se encontraban tanto en los ritos paganos como judíos. Un sacrificio por el pecado se ofrecía todos los días en la religión del Antiguo Testamento, y una vez al año tenía lugar el sacrificio incruento del chivo expiatorio: cargándolo con todos los pecados de Israel, se lo expulsaba al desierto.(13) Estos sacrificios tenían por finalidad hacer a Dios favorable y propicio a los hombres, de manera que escuche sus súplicas. Por eso se habla también de propiciación.

2. ¿Quién lo ofrece?

Los pueblos siempre nombraron a algún encargado para ofrecer a Dios el sacrificio: el sacerdote. El sacerdote es mediador, esto es, el representante de los hombres ante Dios, y a la vez el representante de Dios ante los hombres. Generalmente es consagrado durante una ceremonia ritual particular, como lo vemos en el caso del sacerdocio judío del Antiguo Testamento.(14)

3. La acción sacrificial: una oblación, con destrucción de la realidad ofrecida.

El sacrificio consiste en una oblación, cruenta o incruenta, “signo del sacrificio interior espiritual, con que el alma se ofrece a sí misma a Dios”.(15) La oblación incluye la destrucción de la víctima, para manifestar el soberano dominio de Dios sobre la creación. Generalmente se presentaban oblaciones cruentas (con efusión de la sangre) en el caso de los sacrificios de expiación y propiciación: con su pecado, el hombre había merecido la muerte y la ira divina. La inmolación del animal reemplazaba la del pecador, manifestando que el hombre reconocía la gravedad de su culpa y su deseo de repararla.
4. La realidad ofrecida: la víctima.

Las realidades ofrecidas en sacrificios fueron muy variadas a lo largo de la historia: objetos, alimentos, animales, y hasta… personas humanas. Asombra ver que casi todos los pueblos de la Antigüedad cayeron en las prácticas abominables del sacrificio humano: aztecas, babilonios, romanos, griegos, habitantes de la India, beduinos, celtas… ofrecieron sus hijos o –más a menudo– sus presos a los dioses.

B. EL SACRIFICIO DE LA CRUZ
Hemos aclarado brevemente la noción de sacrificio, primer paso necesario para seguir adelante con nuestro estudio. Puesto que el Sacrificio del Altar es “sustancialmente el mismo de la Cruz”, en el paso siguiente tenemos que exponer lo que nos enseña la doctrina católica sobre la Pasión de de Jesús. ¿En qué la Pasión fue un sacrificio, y cómo se encuentra en ella la esencia del sacrificio?

1. ¿Fue la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo un sacrificio?

Con unanimidad, la Tradición enseña que “la muerte de Cristo fue sacrificio gratísimo a Dios”.(16) El Concilio de Trento (Ses. XXII, cap.1º) describe de esta manera el drama del Viernes Santo: “El Dios y Señor nuestro [Jesucristo], se ofreció una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz, con la interposición de la muerte, a fin de realizar para ellos [los que habían de ser santificados] la eterna redención”. Veamos cómo esta descripción contiene los elementos esenciales del sacrificio, tal como los vimos en los párrafos anteriores.

2. Destinatario y fines de la Pasión de Cristo.

El destinatario de la Pasión fue “Dios Padre”. El motivo esencial por el que Jesús se entregó a la Pasión fue el amor al Padre: “(Cristo) padeció por amor del Padre, según las palabras del Evangelio según San Juan (14, 31): «Para que sepa el mundo que amo al Padre, y que obro según el mandato que el Padre me dio, levantaos, vámonos de aquí», a saber, al lugar de la Pasión”.(17) Por razón de la perfección del alma y de las virtudes de Jesús, este acto de caridad incluía necesariamente la adoración y gratitud.

Sin embargo el fin esencial de la Pasión fue alcanzar la “eterna redención”. Sobre la Cruz Jesús expió nuestros pecados –“nos amó y nos limpió de nuestros pecados por la virtud de su sangre” (18)– y se ofreció como propiciación por nosotros –“hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (19)–, pidiendo por todos los hombres el perdón y la vida eterna –“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” –(20). Por tanto, es manifiesto que los fines de la Pasión corresponden con los fines de un verdadero sacrificio.

Hay que notar que el Sacrificio de la Cruz fue perfectísimo y alcanzó sumamente la expiación y propiciación por los pecados del género humano: “Cristo, al padecer por caridad y por obediencia, presentó a Dios una ofrenda mayor que la exigida como recompensa por todas las ofensas del género humano. Primero, por la grandeza de la caridad con que padecía. Segundo, por la dignidad de su propia vida, ofrecida como satisfacción, puesto que era la vida de Dios y del hombre. Tercero, por la universalidad de su Pasión y por la grandeza del dolor asumido (…). Y, por tal motivo, la Pasión de Cristo no fue sólo una satisfacción suficiente, sino también superabundante por los pecados del género humano, según aquellas palabras de San Juan (I Jn. 2,2): «Él es víctima de propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero»”.(21)

3. El sacerdote y la víctima: el mismo Cristo.

En el Sacrificio de la Cruz, el sacerdote y la víctima son uno solo: el mismo Jesús. Lo afirma claramente el Concilio de Trento – “El Dios y Señor nuestro [Jesucristo], se ofreció una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz”– y lo repite muchas veces la Sagrada Escritura: “Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima a Dios cual incienso (de olor) suavísimo” (22); “Yo soy el buen Pastor (…) y pongo mi vida por mis ovejas”.(23)

Se puede decir con toda verdad que Jesús se inmoló a sí mismo porque dejó que los judíos y romanos lo mataran, mientras, siendo Dios, lo podía impedir: “Cristo fue causa de su Pasión y muerte, porque pudo impedirlas. En primer lugar, conteniendo a sus enemigos, de modo que o no quisiesen o no pudiesen matarle. En segundo lugar, porque su espíritu tenía poder para conservar la naturaleza de su cuerpo, de suerte que no recibiera ningún daño. Tal poder lo tuvo el alma de Cristo porque estaba unida al Verbo de Dios en unidad de persona (…) Por consiguiente, al no rechazar el alma de Cristo ningún daño inferido a su cuerpo, sino queriendo que su naturaleza corporal sucumbiese a tal daño, se dice que entregó su espíritu o que murió voluntariamente”.(24)

4. La acción sacrificial: oblación cruenta de los sufrimientos y vida de Jesús.

El mismo Jesús “en la Cruz se ofreció como víctima inmaculada a Dios”,(25) por caridad y obediencia al Padre eterno. Derramó hasta la última gota de su sangre para manifestar la perfecta expiación de los pecados que iba a alcanzar su muerte.

Por tanto, la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo cumple perfectamente con la esencia de un sacrificio: Jesús, Sumo Sacerdote, se ofreció a sí mismo como víctima, derramando su sangre hasta la última gota para alcanzarnos la vida eterna. Nos queda por ver cómo la Santa Misa renueva el Sacrificio del Viernes Santo.
C. EL SACRIFICIO DE LA MISA 1. ¿Es la Santa Misa un sacrificio?

La Santa Misa es un verdadero sacrificio. Es una verdad de fe definida por el magisterio de la Iglesia: “En la última Cena, la noche que era entregado, para dejar a su esposa amada la Iglesia, un sacrificio visible, como exige la naturaleza de los hombres, por el que representara aquel suyo sangriento que había una sola vez de consumarse en la cruz, y su memoria permaneciera hasta el fin de los siglos, y su eficacia saludable se aplicara para la remisión de los pecados que diariamente cometemos… Jesús ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y vino, y bajo los símbolos de esas mismas cosas los entregó, para que los tomaran, a sus Apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del Nuevo Testamento, al mismo tiempo que les intimaba la orden, tanto a ellos como a sus sucesores en el sacerdocio, de que renovasen la oblación”. (26)

Ya hemos citado la definición de la Misa del Catecismo de San Pío X: “La Santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre nuestros altares bajo las especies de pan y de vino en memoria del sacrificio de la Cruz. (…) El Sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo de la Cruz (…)”.(27)

El Papa Pío XII, en su magistral encíclica Mediator Dei del 20 de noviembre de 1947, precisa las palabras de su predecesor: “El Augusto Sacrificio del altar no es, pues, una pura y simple conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo, sino que es un Sacrificio propio y verdadero, por el que el Sumo Sacerdote, mediante su inmolación incruenta, hace nuevamente lo que hizo en la Cruz, ofreciéndose al Padre como víctima por el ministerio del sacerdote” (nº 67; de ahora en adelante, cuando citemos esta encíclica, sólo indicaremos el número).

A la luz de estas enseñanzas, podemos establecer un compendio de la doctrina católica sobre el Santo Sacrificio del altar. Comprenderla bien es de mucha importancia para el resto de nuestro estudio.

2. ¿Qué es la Santa Misa?

a) En la Santa Misa, Jesús hace nuevamente la oblación que hizo de Sí mismo en la Cruz. “El Sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo que el Sacrificio de la Cruz”, “representa” el Sacrificio sangriento que se consumó en la Cruz; en los altares, Jesús “hace nuevamente lo que hizo en la Cruz, ofreciéndose al Padre como víctima”. ¿Para qué esta nueva oblación? ¿Por qué razones quiso Jesús instituir el Sacrificio del Altar?

Además de la necesidad natural que tiene el hombre de manifestar su dependencia para con Dios por medio del sacrificio, son dos las principales razones de la institución del Sacrificio de la Misa por el Salvador:

- Perpetuar el recuerdo de nuestra Redención. Se puede decir que, sin la Misa, el recuerdo del Sacrificio de Cristo en el Calvario se hubiera perdido. El Redentor quiso que el hombre jamás pudiera olvidarse de que “así amó Dios al mundo: hasta dar su Hijo único, para que todo aquél que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna”.(28) La Misa es el gran memorial de la Pasión.

- Aplicarnos diariamente la salvación merecida por Jesucristo sobre la Cruz. Es el aspecto más esencial del Sacrificio de la Misa, que vamos a detallar en el párrafo siguiente.

b) Destinatario y fines de la Santa Misa. Siendo un “sacrificio propio y verdadero”, la Santa Misa se dirige necesariamente a Dios. Alcanza perfectamente los cuatro fines del sacrificio:

- La adoración: “El (fin) primero es la glorificación del Padre Celestial. Desde su nacimiento hasta su muerte, Jesucristo ardió en el celo de la gloria divina; y desde la Cruz, la inmolación de su Sangre subió al cielo en olor de suavidad. Y para que este himno jamás termine, los miembros se unen en el Sacrificio Eucarístico a su Cabeza divina, y con Él, con los Ángeles y Arcángeles, cantan a Dios alabanzas perennes, dando al Padre Omnipotente todo honor y gloria” (Mediator Dei, nº 70).

- La acción de gracias: “El segundo fin es dar gracias a Dios. El Divino Redentor, como Hijo predilecto del Eterno Padre, cuyo inmenso amor conocía, pudo dedicarle un digno himno de acción de gracias. Esto es lo que pretendió y deseó, «dando gracias», en la última Cena, y no cesó de hacerlo en la Cruz, ni cesa jamás en el augusto Sacrificio del Altar, que precisamente significa acción de gracias o acción eucarística” (nº 71).

- El pedido: “El hombre, hijo pródigo, ha malgastado y disipado todos los bienes recibidos del Padre Celestial, y así se ve reducido a la mayor miseria y degradación; pero desde la Cruz, Jesucristo «ofreciendo plegarías y súplicas con potente clamor y lágrimas... fue escuchado en vista de su actitud reverente». De igual manera en los sagrados altares ejerce la misma eficaz mediación, a fin de que seamos colmados de toda clase de gracias y bendiciones” (nº 73).

- La expiación, propiciación y reconciliación: “Nadie, en realidad, sino Cristo, podía ofrecer a Dios Omnipotente una satisfacción adecuada por los pecados de la humanidad. Por eso quiso Él inmolarse en la Cruz, «víctima de propiciación por nuestros pecados, y no tan sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo». Asimismo se ofrece todos los días sobre los altares por nuestra redención, para que, libres de la condenación eterna, seamos acogidos en la grey de los elegidos. Y esto no solamente para nosotros, los que vivimos aún en esta vida mortal, sino también para todos los que descansan en Cristo” (nº 72). Detallemos un poco más este aspecto de la Sacrificio del Altar.

c) La Santa Misa aplica diariamente los méritos de Jesús durante su Pasión. El Viernes Santo, “elevado entre el cielo y la tierra, (Jesús) ofreció su vida en sacrificio para salvarnos, y de su pecho atravesado hizo brotar en cierto modo los Sacramentos que distribuyen a las almas los tesoros de la Redención” (nº 18). “El augusto Sacrificio del Altar es un insigne instrumento para distribuir a los creyentes los méritos que brotan de la Cruz del Divino Redentor” (nº 78). Mediante este sacrificio, “se nos aplica la eficacia saludable de la Cruz, para remisión de nuestros pecados cotidianos” (nº 74).

Con Santo Tomás de Aquino, la Iglesia siempre creyó que “en este sacramento se recuerda la Pasión de Cristo en cuanto que su efecto se comunica a los fieles”. (29) “Por este sacramento nos hacemos partícipes de los frutos de la Pasión del Señor”.(30) Por eso en una oración secreta dominical se dice: “Siempre que se celebra la memoria de esta víctima, se consigue el fruto de nuestra redención”.(31) Para resumir, se puede decir que el sacrificio de la Cruz lo merece todo y no aplica nada; el Sacrificio de la Misa no merece nada sino que lo aplica todo.

d) Objeción protestante: Si se necesita la Misa para aplicarnos los méritos de la Pasión de Cristo, entonces ¿habrá que decir que el Sacrificio de la Cruz fue imperfecto? “¡Blasfemia abominable! –dice Lutero–, que contradice a San Pablo cuando afirma la perfección del Sacrificio del Calvario”. Escuchemos a Pío XII responder al heresiarca: “El Apóstol de los Gentiles, al proclamar la superabundante plenitud y perfección del Sacrificio de la Cruz, declara que Cristo, con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los que ha santificado.(32) En efecto, los méritos de este Sacrificio, como infinitos e inmensos que son, no tienen límites, y se extienden a todos los hombres en cualquier lugar y tiempo, porque en él el Sacerdote y la Víctima es el Dios Hombre (…) Sin embargo (…) es menester que Cristo, después de haber rescatado al mundo al precio valiosísimo de Sí mismo, entre, en la posesión real y efectiva de las almas. De aquí que, para que se lleve a cabo y sea grata a Dios la redención v salvación de todos los individuos y de las generaciones venideras hasta el fin de los siglos, es de necesidad absoluta que entren todos en contacto vital con el Sacrificio de la Cruz y así les sean transmitidos los méritos que de él se derivan. Se puede decir que Cristo ha construido en el Calvario una piscina de expiación y salvación que elevó con la Sangre por Él derramada; pero si los hombres no se sumergen en sus aguas y no lavan en ellas las manchas de sus culpas, no pueden ser purificados ni salvados” (nº 75). “Lejos de disminuir la dignidad del Sacrificio cruento, hace resaltar, como afirma el Concilio de Trento, su grandeza y pregona su necesidad. Al ser renovado cada día, nos advierte que no hay salvación fuera de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (nº 78).

e) Quien ofrece el Sacrificio de la Misa: el mismo Jesús, por el ministerio del sacerdote. Entre el sacrificio del Calvario y el Sacrificio de la Misa “idéntico, pues, es el Sacerdote, Jesucristo, cuya sagrada persona es representada por su ministro. Éste, en virtud de la consagración sacerdotal que ha recibido, se asemeja al Sumo Sacerdote, y tiene el poder de obrar en virtud y en la persona del mismo Cristo (33); por eso, con su acción sacerdotal, en cierto modo, presta a Cristo su lengua y le ofrece su mano” (nº 68). En la Misa el sacerdote es el instrumento que el Salvador utiliza para renovar su propio sacrificio.

f) La acción sacrificial. Consiste en una inmolación incruenta con la que Jesús ofrece su Cuerpo y su Sangre en memoria de su Sacrificio en la Cruz, el Viernes Santo. Dicha inmolación es incruenta a causa del estado actual de inmortalidad de Jesús, presente realmente bajo las sagradas especies. La consagración separada del pan y del vino significa la separación del cuerpo y de la sangre de Jesús el Viernes Santo. Es importante recordar que Jesús se ofrece real y actualmente en cada Misa. Lo hace de dos maneras:

- Comunicando a su ministro la virtud de operar la transubstanciación, que convierte la sustancia del pan en su Cuerpo y la del vino en su Sangre;

- Ofreciéndose actualmente desde la gloria del cielo, como lo recuerda el Papa Pío XI en la encíclica Quas Primas: “Cristo, como Sacerdote, se ofreció y sigue ofreciéndose diariamente como víctima por nuestros pecados”.

g) Cuál es la víctima: el mismo Jesús, presente realmente, por transubstanciación, bajo las especies del pan y del vino. Entre el Sacrificio de la Cruz y el del altar, “idéntica es la víctima, es a saber, el Redentor Divino, según su naturaleza humana y en la verdad de su Cuerpo y su Sangre” (nº 69). Durante la Santa Misa, por el ministerio del Sacerdote, Jesús se hace realmente presente, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Esta presencia real, y no solamente simbólica o espiritual, se opera por transubstanciación: cuando el sacerdote pronuncia las palabras consagratorias, toda la sustancia del pan se convierte en el Cuerpo de Jesús, y toda la sustancia del vino se convierte en su Sangre, de manera que después de la consagración sólo subsisten las especies del pan y vino: gusto, color, olor, apariencias, etc.

h) Diferencias entre el Sacrificio de la Cruz y el del altar: El Sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo que el Sacrificio de la Cruz: el mismo sacerdote (Jesús) ofrece la misma Víctima (el mismo Jesús) al Padre eterno por los mismos fines de adoración, acción de gracias, pedido y expiación. Sólo difieren en tres aspectos:

- En cuanto al modo de oblación: El Viernes Santo, la oblación fue cruenta, con efusión de sangre; en la Misa la oblación es incruenta.

- En cuanto al ministro: Durante la Pasión, Jesús se ofreció personalmente, sin intermediario ni instrumento. En la Misa, actúa y se ofrece por el ministerio del Sacerdote.

- En cuanto al fruto del Sacrificio: La oblación de Jesús durante la Pasión mereció todas las gracias de salvación para todos los hombres de todas las épocas. El Sacrificio de la Misa aplica a cada alma en particular el tesoro de méritos de la Pasión.

CONCLUSIÓN: SUMA IMPORTANCIA DEL SACRIFICIO DE LA MISA

Después de haber recorrido la doctrina católica sobre la Santa Misa, comprendemos algo de la gran importancia del Sacrificio de la Misa con relación a la salvación de los hombres. Los Papas y los Santos no se cansaron de hablar del lugar esencial que tiene el Sacrificio del Altar en la vida cristiana: “El Misterio de la Sagrada Eucaristía, instituido por el Sumo Sacerdote, Jesucristo, y por orden suya constantemente renovado por sus ministros, es el punto culminante y como el centro de la religión cristiana” (nº 65); “tiene la máxima eficacia de santificación” (nº 26); es “el acto fundamental del culto divino” y “en él se ha de hallar necesariamente la fuente y el centro de la piedad cristiana” (nº 199) “Conviene (…) que todos los fieles se den cuenta de que su principal deber y su mayor dignidad consiste en la participación en el Sacrificio Eucarístico” (nº 79).

La Santa Misa derrama sobre las almas los tesoros de la Redención. Sin la gracia no hay salvación. Sin la Misa no hay gracia. A menudo las almas desconocen y no tienen conciencia de esta realidad sumamente importante, de la que depende su destino eterno. Pero el enemigo más encarnizado de las almas, el ángel de las tinieblas, conoce muy bien la importancia del Sacrificio del Altar: “La Misa es lo más bello y hermoso que tiene la Iglesia (…) Por eso el demonio siempre buscó privar al mundo de la Misa, por medio de los herejes, haciendo de ellos precursores del anticristo” (San Alfonso de Ligorio). (34)

Terminemos esta parte con unas palabras de un gran amante de la Misa, Monseñor Lefebvre: “Jamás llegaremos a comprender en profundidad el gran misterio de la Misa”. “Debemos persuadirnos de que la Misa no es sólo el acto religioso más importante, sino la fuente de toda la doctrina católica, la fuente de la fe, de la moral individual, familiar, social. De la Cruz continuada sobre el altar descienden todas las gracias que permiten a la sociedad cristiana vivir, desenvolverse; secar la fuente significa extinguir todos los efectos”.(35)


NOTAS:
(1) Monseñor Fellay, Superior General de la FSSPX, decía después del Motu proprio: “Es clarísimo que alrededor de la Misa se juega gran parte de la crisis de la Iglesia. Dos misas, dos teologías, dos espíritus. Por medio de la nueva misa se inoculó en todas las venas del Cuerpo Místico un nuevo espíritu, “el espíritu del Vaticano II”. En cambio, la Misa tradicional irradia el Espíritu católico” (Carta a los amigos y benefactores nº 71). Para un estudio detallado del Motu Proprio “Summorum Pontificum”, se podrán leer los artículos publicados en la revista Sí Sí No No de noviembre 2007 (El motu propio sobre la Misa tradicional) y de marzo 2009 (¿Qué consecuencias se derivan del Motu propio sobre la Misa tradicional?).
(2) Carta de Benedicto XVI acompañando el Motu Proprio Summorum Pontificum, del 7 de julio de 2007.
(3) Carta de presentación del “Breve Examen crítico del Novus Ordo Missæ”, Card. Ottaviani y Bacci, Corpus Christi 1969.
(4) Carta de presentación del “Breve Examen crítico del Novus Ordo Missæ”, Card. Ottaviani y Bacci, Corpus Christi 1969.
(5) “Breve Examen crítico…”, nº VI.
(6) He aquí las principales fuentes que usaremos a lo largo de nuestro estudio: 1) “La Misa nueva”, Louis Salleron, Iction (1978); 2) “El movimiento litúrgico”, R. P. Bonneterre, Iction (1982); 3) “La messe a-t-elle une histoire?”, Ediciones del M.J.C.F. (1997); 4) “Breviario sobre la Hermandad San Pío X”, Cuaderno Fides nº7 (1998); 5) “Marcel Lefebvre une vie”, Ediciones Clovis (2002); 6) “El Drama litúrgico”, Augusto del Río, editoriales Santiago Apóstol y Teodicea (2008); 7) Revista “Sí Sí No No” de habla española; 8) “Un grave problema de conciencia”, suplemento a la Revista “Iesus Christus” nº 60.
(7) Catecismo Mayor de San Pío X, pregunta nº 655-656.
(8) IIa IIae, c. 85, a.1, s.c.
(9) IIa IIae, c.85.
(10) Catecismo Mayor de San Pío X, pregunta nº 653.
(11) IIa IIae, c.85, a.4.
(12) Éxodo, 12.
(13) Levítico, 16, 10.
(14) Éxodo, 29.
(15) IIa IIae, c.85, a.2.
(16) IIIª c.47, a.2.
(17) IIIª c.47, a.2.
(18) Apocalipsis, 1, 5.
(19) Romanos, 5, 10.
(20) San Lucas, 23, 34.
(21) IIIª c. 48, a.2.
(22) Efesios, 5, 2.
(23) San Juan, 10, 14-15.
(24) IIIª c. 47, a.1.
(25) Pío XII, Mediator Dei (1947) nº 1.
(26) Concilio de Trento, Ses. XXII, cap. 1º.
(27) Catecismo Mayor de San Pío X, pregunta nº 655-656.
(28) San Juan, 3, 16.
(29) IIIª c. 83 a.2 ad 1um.
(30) IIIª c. 83 a.1.
(31) Secreta del IXº Domingo después de Pentecostés.
(32) Hebreos, 10, 14.
(33) IIIa, c. 22, art. 4.
(34) Oeuvres du Bx Alphonse de Liguori, 1827, p. 182.
(35) Un Obispo habla, ed. Nuevo Orden (1977), p. 134 y 116.

Tomado de: http://www.fsspx-sudamerica.org/

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