jueves, 14 de enero de 2010

San Félix de Nola - 14 de Enero


San Félix nació en Nola, pequeña ciudad de Italia, a 20 kilómetros de Nápoles.

Su hermano se dedicó a la profesión militar y en cambio nuestro santo prefirió ser "soldado de Cristo" y se hizo sacerdote.

El año 250 el emperador Decio decretó una terrible persecución contra la Iglesia y para tratar de destruirla ordenó que había que apresar y matar antes que todo a los obispos y quemar los Libros Sagrados. El obispo de Nola era el anciano Máximo y huyó a las montañas antes de que lo llevaran preso. No huía por temor sino para poder continuar sirviendo a su pueblo. En su reemplazo quedó encargado nuestro santo de gobernar a los cristianos de la cuidad.

A Félix lo llevaron preso a una terrible cárcel donde el piso estaba totalmente lleno de vidrios despedazados, clavados en el suelo. Así que no podía ni sentarse ni acostarse. Esto lo cuenta el poeta Prudencio, y añade un hecho más:

El anciano obispo Máximo, abandonado en las montañas, se estaba muriendo de hambre y de frío. Y una noche Félix oyó en su prisión que una voz le decía: "Por favor, vaya a socorrer a su obispo". En ese momento se le cayeron las cadenas de sus manos y vio abrirse la puerta de la cárcel, y sin que los guardias lo notaran logró huir de la tenebrosa cárcel.

Llegó a la montaña y encontró al obispo ya desmayado de hambre y de frío. No tenía con qué darle de comer, pero misteriosamente apareció allí cerca un hermoso racimo de uvas y con ellas logró que el obispo recobrara las fuerzas. Félix lo llevó a casa de una anciana muy creyente y allí fue cuidado el buen anciano.

La vida de San Félix fue escrita por San Paulino de Nola, un senador romano que se fue a vivir a esa ciudad y allá obtuvo maravillosos milagros de este santo.

Los siguientes seis meses a su fuga de la cárcel los pasó Félix escondido en un pozo seco, entre dos casas en ruinas. Una anciana le llevaba alimentos y él rezaba, meditaba y hacía penitencia.

Y a la muerte del emperador Decio, volvió otra vez Félix a la ciudad, con gran alegría de todos. Como el perseguidor le había quitado sus casas y campos y todos sus bienes, las gentes le aconsejaban que le pusiera pleito al gobierno, como lo habían hecho muchos otros, y que recuperara sus bienes perdidos. El respondió: "No quiero reclamar lo que gloriosamente perdí por amor a Cristo. En medio de la pobreza estoy más seguro de ser un buen seguidor de Jesús". Y se quedó sin bienes materiales.

Como estaba totalmente pobre, tomó en arriendo tres fanegadas de tierra y las cultivaba con sus propias manos y lo que de allí cosechaba era para sus gastos personales y para ayudar a los necesitados. Todos los regalos que le daban los pasaba enseguida a los pobres. Si tenía dos vestidos, las gentes estaban seguras de que regalaría el mejor a un pobre y él se quedaría con el más desgastado. Muchas veces cambió el vestido nuevo que llevaba, con el vestido andrajoso de un mendigo.

En el año 260 un nuevo perseguidor llamado Valeriano empezó a poner presos a los cristianos y a quitarles todos sus bienes. Los soldados llegaron a Nola a buscar a Félix. Se encontraron con él, y como no lo conocían, le preguntaron: ¿Sabe si por aquí se encuentra Félix de Nola? El les respondió: "Aquí estaba hace un momentico. Si se apresuran a buscarlo, lo van a encontrar". Y mientras ellos se alejaban, él se escondió metiéndose por la grieta de la pared a un edificio casi destruido. Los militares supieron en seguida que el que les había estado hablando era nada menos que el Félix que ellos venían a buscar y corrieron a apresarlo, pero al llegar a la grieta por donde él había entrado, encontraron que misteriosas arañas habían tejido allí en la grieta una telaraña y se dijeron: "Por aquí no pudo haber entrado, porque menos que el Félix que ellos venían a buscar y corrieron a apresarlo, pero al llegar a la grieta por donde él había entrado, encontraron que misteriosas arañas habían tejido allí en la grieta una telaraña y se dijeron: "Por aquí no pudo haber entrado, porque miren que hay telarañas, lo cual significa que por aquí hace mucho tiempo que no pasa nadie".

El emperador Valeriano, el pesrseguidor, perdió una batalla y quedó prisionero de los enemigos, y su hijo acabó con la persecución. Entonces Félix volvió a su ciudad. Lo quisieron elegir obispo, pero él por humildad no aceptó y pidió que fuera elegido otro muy venerable. Y siguió como simple sacerdote evangelizando y ayudando a todos.

Dicen que murió un 14 de enero siendo ya muy anciano. Y desde entonces empezaron a obrarse tantos milagros en su sepulcro, que cada año, el día aniversario de su entierro, llegaban miles y miles de peregrinos de muchas partes del mundo a encomendarse a su intercesión.

En Roma le edificaron una Basílica, y el Papa San Dámaso le compuso un epitafio en verso para pedir su ayuda en tiempos de graves apuros.

San Agustín cuenta que cuando alguien le inventaba a otro alguna grave calumnia diciendo mentiras contra él, lo llevaban ante el sepulcro de San Félix y si el que había inventado lo que no era cierto, se atrevía a volver a decirlo allí con juramento, algo grave le sucedía.

San Gregorio de Tours narra que en el sepulcro de San Félix se obraban milagros tan grandes que parecían inventos o mentiras. Y que los campesinos le tenían mucha fe para que librara de pestes sus ganados.

San Paulino de Nola dice que él mismo fue testigo de muchos milagros obtenidos al rezar a San Félix y que a él concedió socorros inmediatos en momentos de gran peligro. San Paulino le hizo un bellísimo templo a San Félix en el sitio donde fue sepultado, y cada año en su fiesta componía un hermoso sermón en honor a este simpático santo. Hay otros 64 santos que se llaman Félix.

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