sábado, 2 de enero de 2010

"Mediator Dei" Sobre la Sagrada Liturgia - Venerable Pío XII


(20 de noviembre de 1947)

INTRODUCCIÓN

La función sacerdotal de Cristo se prolonga en la Sagrada Liturgia

1. “El Mediador entre Dios y los hombres”,(1) Gran Pontífice que penetró los cielos, Jesús, el Hijo de Dios (2) al emprender la obra de misericordia con que quiso enriquecer a la humanidad de beneficios sobrenaturales, se propuso restaurar entre los hombres y su Creador el orden turbado por el pecado y devolver al Padre Celestial, primer principio y fin último, la desgraciada descendencia de Adán, manchada por la culpa original.

Por eso, mientras vivió en la tierra, no se contentó con anunciar el comienzo de la Redención y la inauguración del Reino de Dios, sino que también quiso consagrarse a la salvación de las almas por el ejercicio continuo de la oración y el sacrificio, hasta que en la Cruz se ofreció como víctima inmaculada a Dios para purificar nuestra conciencia de las obras muertas, con el fin de que sirvamos al Dios vivo.(3)

Y así toda la humanidad, apartada felizmente del camino que le conducía a la ruina y perdición, fue orientada de nuevo hacia Dios, para que, con la Cooperación de cada uno en el logro de su propia santidad, que brota de la sangre inmaculada del Cordero, diese a Dios la gloria que le corresponde.

2. Quiso además el Divino Redentor que la vida sacerdotal, que había iniciado en su cuerpo mortal con su oración y su sacrificio, se prolongara a lo largo de los siglos sin interrupción en su Cuerpo Místico, que es la Iglesia, y así instituyó un Sacerdocio visible para que ofreciera en todas partes la ofrenda pura,(4) a fin de que todos los hombres de Oriente a Occidente, libres del pecado, sirviesen a Dios, por deber de conciencia, con sumo gusto.

3. La Iglesia, fiel a la orden recibida de su Fundador, continúa la función sacerdotal de Jesucristo, sobre todo por medio de la Sagrada Liturgia. Esto lo cumple en primer lugar en el altar, donde perpetuamente se representa (5) y se renueva el Sacrificio de la Cruz, con la sola diferencia existente en el modo de ofrecerlo.(6) Luego, por medio de los Sacramentos, que son para los hombres recursos especiales para participar en la vida sobrenatural; y por último, por medio del homenaje diario de alabanza ofrecido a Dios, Bien Soberano.

“¡Qué espectáculo tan grato presenta al cielo y a la tierra la Iglesia en oración!—dice Nuestro Predecesor, Pío XI, de feliz memoria—. Sin interrupción de medianoche a medianoche, se repite en la tierra la divina salmodia de los cantos inspirados; y no hay etapa alguna de la vida que no tenga su puesto en la acción de gracias, la alabanza, las súplicas, la reparación de la plegaria solemne y oficial del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia”.(7)

El Renacimiento Litúrgico, alabado y estimulado por la Iglesia

4. Sabéis sin duda, Venerables Hermanos, que a fines del siglo anterior y principios del presente se despertó un interés singular por los estudios litúrgicos, gracias a la iniciativa loable de algunas personas particulares y especialmente gracias a la actividad intensa y asidua de varios Monasterios de la ilustre Orden de San Benito; de ahí surgió en este campo una noble y provechosa emulación, no sólo en muchos países de Europa, sino también allende los mares. Frutos saludables de esta emulación se han podido percibir, tanto en el dominio de las ciencias sagradas, donde los ritos litúrgicos de la Iglesia Occidental y Oriental han sido estudiados y conocidos más amplia y profundamente, como en la vida espiritual privada de muchos cristianos.

5. Las augustas ceremonias del Sacrificio Eucarístico han sido mejor conocidas, comprendidas, estimadas; la participación en los Sacramentos ha sido más extensa y frecuente; las plegarias litúrgicas han sido saboreadas con mayor suavidad; el culto eucarístico ha sido considerado, como de veras lo es, centro y fuente de la verdadera piedad cristiana; ha sido puesta en mayor evidencia la realidad de que todos los fieles forman un cuerpo único, unido estrechamente, cuya cabeza es Cristo, así como el deber que tiene el pueblo cristiano de participar, debidamente, en su puesto, en los ritos litúrgicos.

6. Indudablemente sabéis que esta Sede Apostólica ha desplegado siempre un gran empeño para que el pueblo confiado a su celo se educase en un sentido litúrgico exacto y activo; y que con no menor celo se ha preocupado de hacer brillar aun en el exterior de los ritos sagrados la dignidad correspondiente. Nos, al hablar, según costumbre, a los predicadores cuaresmales de Roma, en 1943, los exhortamos con insistencia a que inculcaran a sus oyentes el deber de tomar parte siempre más activa en el Sacrificio Eucarístico; recientemente aún hemos encargado que se haga una nueva traducción latina del Salterio, sobre el texto original, para que las plegarias litúrgicas, de las que ese libro forma parte tan importante en la Iglesia Católica, fuesen menos entendidas, y gustadas más fácilmente su verdad y suavidad.(8)

7. Aun cuando el Apostolado Litúrgico, por sus frutos saludables, nos ha procurado no pocos consuelos, la conciencia de nuestra responsabilidad nos obliga a seguir con atención esta así llamada «renovación» y procurar con interés que tales iniciativas no pasen la justa medida ni degeneren en verdaderos desaciertos.

Deficiencias y excesos

8. Ahora bien, sí, por una parte, Nos comprobamos con dolor que en algunos países el sentido, el conocimiento y el gusto de la Sagrada Liturgia son a veces insuficientes y aun inexistentes; por otra parte, no sin gran preocupación y temor, observamos que no pocos, a impulsos de su afán de novedades, se alejan de la senda de la sana doctrina y prudencia; de hecho, con la intención y el deseo de renovar la Liturgia, introducen criterios que, en teoría o en la práctica, comprometen esta causa santísima y aun a veces la contaminan con errores que atañen a la Fe Católica y doctrina ascética.

9. La pureza de la Fe y la Moral ha de ser la norma característica de esta ciencia sagrada que, a toda costa, debe con formarse con las sapientísímas normas de la Iglesia. Es por tanto deber Nuestro alabar y aprobar todo lo que está bien hecho; refrenar o reprender todo cuanto se desvía de la senda justa y verdadera.

10. Con todo, no se figuren los inertes y remisos se cuentan con nuestra aprobación porque reprendemos a los que se equivocan y refrenamos a los audaces; ni se ilusionen los imprudentes con que los alabamos, cuando corregimos a los descuidados y perezosos.

Tema de la Encíclica

11. En esta Encíclica Nos ocupamos en especial de la Liturgia latina, y esto no porque tengamos en menor aprecio las Liturgias venerables de la Iglesia Oriental, cuyos ritos, transmitidos por documentos no menos gloriosos que antiguos, Nos son por igual sumamente queridos; sino por las circunstancias especiales de la Iglesia Occidental que parecen estar reclamando la intervención de Nuestra autoridad.

Deseos del Pastor Supremo

12. Escuchen, pues, todos los cristianos con docilidad la voz del Padre común, cuyo deseo más ardiente es que, unidos a Él, se acerquen al altar de Dios profesando la misma fe, obedeciendo a la misma ley, participando en el mismo Sacrificio con un solo espíritu y una sola voluntad.

Lo pide el honor debido a Dios; lo exigen las necesidades actuales. En efecto, tras una guerra larga y cruel, que ha dividido los pueblos con sus rivalidades y estragos, los hombres de buena voluntad se empeñan por atraerlos de nuevo a la concordia.

Creemos, sin embargo, que ningún ideal, ninguna empresa será en este caso tan eficaz como el celo enérgico por los intereses religiosos y el espíritu vigoroso que han de alentar y guiar a los cristianos de suerte que en la aceptación sincera de las mismas verdades, en la obediencia pronta a los Pastores legítimos, en el obsequio del culto ofrecido a Dios, formen una comunidad fraterna, ya que “todos los que participamos de un mismo pan formamos un solo cuerpo”.(9)

PARTE PRIMERA

NATURALEZA, ORIGEN, PROGRESO DE LA LITURGIA

1. La liturgia, culto público


A) Honrar a Dios, deber de cada uno

13. El deber fundamental del hombre es, sin duda ninguna, el de orientar hacia Dios su persona y su propia vida. “A Él, en efecto, debemos principalmente unirnos como indefectible principio; a Él, igualmente, han de dirigirse nuestras decisiones como a último fin; a Él, por nuestra negligencia, Le perdemos al pecar, y a Él Le debemos reconquistar por la profesión de nuestra fe y fidelidad”.(10)

Ahora bien, el hombre se vuelve ordenadamente a Dios cuando reconoce su majestad soberana y su magisterio supremo, cuando acepta con sumisión las verdades reveladas, cuando observa religiosamente sus leyes, cuando hace converger hacia Él toda su actividad, cuando —para decirlo en breve— ofrece, mediante la virtud de la religión, el culto y homenaje debidos al único y verdadero Dios.

B) Deber de la colectividad

14. Este es un deber que obliga, ante todo, a cada uno en Particular; pero es también un deber colectivo de toda la comunidad humana modelada con recíprocos lazos sociales, ya que también ella depende de la suprema autoridad de Dios.

15. Nótese, además, que éste es un deber particular de los hombres en cuanto elevados por Dios al Orden sobrenatural.

16. Así, si consideramos a Dios como autor de la antigua Ley, vemos que también promulga preceptos rituales y determina cuidadosamente las normas que el pueblo debe observar al tributarle el culto legal. Por eso organizó diversos sacrificios y fijó las ceremonias con que se debía ofrecer el don sagrado; precisó claramente lo relacionado con el Arca de la Alianza al templo y a los días festivos; constituyó la tribu sacerdotal y el Sumo Sacerdote; señaló con detalles las vestiduras que habían de usar los ministros sagrados, y todo lo demás concerniente al culto divino.(11)

17. Este culto, por lo demás, no era sino la sombra (12) del que el Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento había de tributar al Padre Celestial.

C) Sacerdocio de Cristo en la tierra

18. Efectivamente; apenas “el Verbo se hizo carne” (13) se manifiesta al mundo enriquecido de la dignidad sacerdotal, haciendo un acto de sumisión al Eterno Padre que ha de durar todo el tiempo de su vida: “al entrar en el mundo, dice… Heme aquí, que vengo… para cumplir, ¡oh Dios!, tu voluntad”,(14) acto que llevará a su perfección de modo admirable en el sacrificio cruento de la Cruz: “Por esta voluntad, pues, somos santificados en virtud de la oblación de su cuerpo que Jesucristo hizo una sola vez”.(15)

Toda su actividad entre los hombres no tiene otro fin. Niño, es presentado al Señor en el templo de Jerusalén; adolescente, de nuevo acude a él; más tarde entra allí frecuentemente para instruir al pueblo y para orar. Antes de inaugurar su ministerio público, ayuna durante cuarenta días, con su consejo y ejemplo exhorta a todos a orar día y noche. Como maestro de verdad, “alumbra a todo hombre” (16) para que los mortales reconozcan convenientemente al Dios inmortal y no sean de los que “desertan para perderse, sino de los que guardan la fe para salvar el alma”.(17) En cuanto Pastor, gobierna su grey, la guía a los pastos de vida y le da una ley que observar, a fin de que nadie se separe de Él y del camino recto que Él ha trazado, sino que todos vivan santamente bajo su inspiración y su influjo. En la última Cena, con ritos y pompa solemnes, celebra la nueva Pascua y provee a su continuidad mediante la institución divina de la Eucaristía: al día siguiente, elevado entre el cielo y la tierra, ofrece su vida en sacrificio para salvarnos, y de su pecho atravesado hace brotar en cierto modo los Sacramentos que distribuyen a las almas los tesoros de la Redención. Al hacer así, tiene como único fin la gloria del Padre y la santificación cada vez mayor del hombre.

D) En la Gloria

19. Luego, al entrar en la mansión de la eterna felicidad, quiere que el culto instituido y tributado por El durante su vida terrena continúe sin interrupción ninguna. Y es que no deja huérfano al género humano, sino que así como lo asiste siempre con su continuo y poderoso patrocinio, haciéndose en el cielo nuestro Abogado ante el Padre,(18) así también lo ayuda mediante su Iglesia, en la cual perpetúa su divina presencia a lo largo de los siglos, Iglesia que El ha constituido la Columna de la verdad,(19) la Dispensadora de su gracia, y que con el Sacrificio de la Cruz fundó, consagró y afianzó para siempre.(20)

E) En la Iglesia

20. La Iglesia, por consiguiente, tiene de común con el Verbo Encarnado el fin, la obligación y la función de enseñar a todos la verdad, de regir y gobernar a los hombres, de ofrecer a Dios el sacrificio aceptable y de restaurar así entre el Criador y la criatura aquella unión y armonía que el Apóstol de las Gentes indica claramente con estas palabras: “Así que ya no sois extraños ni advenedizos, sino conciudadanos de los Santos y familiares de Dios; pues estáis edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas, cuya piedra angular es Jesucristo. En El todo el edificio bien trabado se alza para formar un templo santo en el Señor; en El también vosotros formáis parte de este edificio para ser morada de Dios en el Espíritu Santo”.(21) Por eso la sociedad fundada por el Divino Redentor, en su doctrina y gobierno, en el Sacrificio y los Sacramentos instituidos por Él, en el ministerio que le confió después de haber orado y derramado su Sangre, no implora sino a crecer y dilatarse cada vez más; y esto se realiza cuando Cristo se consolida y dilata en las almas y cuando, a su vez, las almas se edifican y dilatan en Cristo; y así en este destierro terreno cada día se amplifica más el templo donde la Divina Majestad recibe el culto agradable y legítimo.

Por tanto, en toda acción litúrgica, a una con la Iglesia, está presente su Divino Fundador: Jesucristo está presente en el augusto Sacrificio del altar, ya en la persona de su ministro, ya, principalmente, bajo las especies eucarísticas; está presente en los Sacramentos con la virtud que transfunde en ellos para que, sean instrumentos eficaces de santidad; está presente, finalmente, en las alabanzas y en las súplicas dirigidas a Dios, como está escrito: “Donde dos o tres se hallen congregados en mi nombre, allí me hallo Yo en medio de ellos”.(22)
La Sagrada Liturgia es, por consiguiente, el culto público que Nuestro Redentor tributa al Padre como Cabeza de la Iglesia, y el que la sociedad de los fieles tributa a su Fundador y, por medio de Él, al Eterno Padre; es, en una palabra, el culto público integral del Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros.

F) Comienzos históricos de la Liturgia

21. La actividad litúrgica nació cuando la Iglesia fue divinamente fundada. En efecto, los primeros cristianos “eran asiduos a la predicación de los Apóstoles, a la fracción del pan y oración”.(23) Dondequiera que los Pastores pueden reunir un núcleo de fieles, erigen un altar, sobre el que ofrecen el Sacrificio, y en torno a él se disponen otros ritos destinados a la santificación de los hombres y a la glorificación de Dios. Entre estos ritos figuran, en primer lugar, los Sacramentos, las siete fuentes principales de salvación; luego viene la alabanza divina celebrada por los fieles, quienes en sus reuniones comunes se atienen a la recomendación del Apóstol: “Enseñaos y exhortaos los unos a los otros en toda sabiduría, con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando agradecidos a Dios en vuestros corazones”.(24)

A continuación sigue la lectura de la ley, de los Profetas, del Evangelio, de las Cartas Apostólicas y, finalmente, la homilía, en la cual el Presidente de la asamblea recuerda y comenta con provecho las enseñanzas del Divino Maestro, los sucesos más notables de su vida, y amonesta a todos los asistentes con consejos y ejemplos oportunos.

G) Su organización y desarrollo

22. El culto se organiza y desarrolla según las circunstancias y las necesidades de los cristianos, se enriquece con nuevos ritos, ceremonias y fórmulas, siempre con la misma finalidad: “Para que por medio de estas señales nos amonestemos, logremos tener conciencia de nuestro progreso y nos estimulemos con mayor entusiasmo a aumentarlo, ya que el efecto será tanto más eficaz cuanto más ardiente haya sido el afecto”.(25)

H) Frutos de la Liturgia

Así el alma se eleva más y mejor hacia Dios; así el Sacerdocio de Jesucristo se mantiene siempre activo en la sucesión de los siglos, ya que la Liturgia no es sino el ejercicio de esta función sacerdotal. Lo mismo que su Cabeza divina, también la Iglesia asiste continuamente a sus hijos, los ayuda, los exhorta a la santidad para que, adornados con esta belleza sobrenatural, puedan un día volver al Padre Celestial. Ella regenera para la vida sobrenatural a los nacidos a la vida terrena, los fortalece con el Espíritu Santo en la lucha contra el enemigo implacable; llama a los cristianos en torno a los altares y con insistentes invitaciones los anima a participar en el Sacrificio Eucarístico y celebrarlo debidamente; los nutre con el Pan de los Ángeles para que estén cada vez más fuertes; purifica y consuela a los que el pecado ha herido y manchado, consagra con rito legal a los que por divina vocación son llamados al ministerio sacerdotal; afianza con gracias y dones sobrenaturales las bodas castas de los que están llamados a fundar y organizar un hogar cristiano; por fin, después de haberlos confortado y restaurado con el Viático Eucarístico y la Sagrada Unción en sus últimas horas de vida terrena, acompaña con suma piedad los despojos de sus hijos al sepulcro, allí los deposita religiosamente y los pone al amparo de la Cruz para que un día resuciten triunfantes de la muerte. Además, a cuantos se consagran al servicio divino para lograr la perfección de la vida religiosa, los acompaña con su bendición y sus plegarias solemnes. Por fin, extiende su mano en socorro de las almas que en las llamas del Purgatorio imploran oraciones y sufragios, para conducirlas, finalmente, a la dicha eterna.

2. La Liturgia, culto interno y externo

A) Culto externo


23. Todo el conjunto del culto que la Iglesia tributa a Dios debe ser interno y externo. Es externo porque lo pide la naturaleza del hombre, compuesto de alma y cuerpo; porque Dios ha dispuesto que por “el conocimiento de las cosas visibles lleguemos al amor de las cosas invisibles”.(26) Además, todo lo que brota del alma se expresa naturalmente por los sentidos; y el culto divino pertenece no sólo al individuo sino también a la colectividad humana, y por consiguiente ha de ser social, lo cual es imposible en el ámbito religioso, sin vínculos y manifestaciones exteriores; finalmente, es un medio que pone muy de relieve la unidad del Cuerpo Místico, acrecienta su santo entusiasmo, consolida sus fuerzas e intensifica su acción; “aunque las ceremonias no contengan en sí ninguna perfección y santidad, sin embargo son actos externos de religión que, como signos, estimulan el alma a venerar las cosas sagradas, elevan la mente a las realidades sobrenaturales, nutren la piedad, fomentan la caridad, acrecientan la fe, robustecen la devoción, instruyen a los sencillos, adornan el culto de Dios, conservan la religión y distinguen a los verdaderos fieles de los cristianos falsos y heterodoxos”.(27)

B) El culto Interno, elemento principal de la Liturgia

24. Pero el elemento principal del culto tiene que ser el interno. Efectivamente, es necesario vivir en Cristo, consagrarse por completo a Él, para que Él, con Él y por Él se tribute al Padre Celestial la gloría debida.
La Sagrada Liturgia requiere que estos dos elementos estén íntimamente unidos y no ceja de repetirlo cada vez que prescribe un acto de culto externo. Así, por ejemplo, a propósito del ayuno, nos exhorta: “que nuestra observancia obre en lo interior lo que exteriormente profesa”.(28) De otra suerte, la religión se convierte en un formulismo sin consistencia ni contenido.

Vosotros sabéis, Venerables Hermanos, que el Divino Maestro estima indignos del sagrado templo y como para ser arrojados de él a quienes creen honrar a Dios sólo con el sonido de frases bien hechas y posturas teatrales y se persuaden de que pueden asegurar perfectamente su salvación eterna sin desarraigar del alma los vicios inveterados.(29)

La Iglesia, por consiguiente, quiere que todos los fieles se postren a los pies del Redentor para profesarle su amor y su veneración; quiere que las muchedumbres, como los niños que salieron con alegres aclamaciones al encuentro de Jesucristo cuando entraba en Jerusalén, ensalcen y acompañen al Rey de los Reyes y al Sumo Autor de todo bien con himnos de adoración y gratitud; quiere que de sus labios broten plegarias, unas veces de súplica, otras de alegría y alabanza, con las cuales, como los Apóstoles, junto al lago de Tiberíades, logren experimentar la ayuda de su misericordia y su poder; o como Pedro en el monte Tabor, se abandonen a sí mismos y todos sus bienes en Dios, en los místicos transportes de la contemplación.

25. No tienen, pues, noción exacta de la Sagrada Liturgia los que la consideran como una parte sólo externa y sensible del culto divino o un ceremonial decorativo; ni se equivocan menos los que la consideran como un mero conjunto de leyes y de preceptos con que la Jerarquía eclesiástica ordena la ejecución regular de los ritos sagrados.

C) Su eficacia santificadora

26. Quede, por consiguiente, bien claro para todos que no se puede honrar dignamente a Dios si el alma no aspira a conseguir la perfección, y que el culto tributado a Dios por la Iglesia, en unión con su Cabeza divina, tiene la máxima eficacia de santificación.

27. Esta eficacia, cuando se trata del Sacrificio Eucarístico y de los Sacramentos, proviene, ante todo, del valor de la acción en sí misma (ex opere operato). En cambio, si se considera la actividad propia de la Esposa inmaculada de Jesucristo, por la que Ésta realza con plegarias y ceremonias sagradas el Sacrificio Eucarístico y los Sacramentos; o si se trata de «los Sacramentales» y de los demás ritos instituidos por la Jerarquía eclesiástica, entonces la eficacia depende, sobre todo, de la acción de la Iglesia (ex opere operantis Ecclesiae) en cuanto es santa y actúa siempre en íntima unión con su Cabeza.

D) Relaciones entre la piedad “objetiva” y “subjetiva”

28. A este propósito, Venerables Hermanos, deseamos que dirijáis vuestra atención a las nuevas teorías sobre la piedad “objetiva”, las cuales en su empeño de poner de relieve el misterio del Cuerpo Místico, la influencia efectiva de la gracia santificante y la acción divina, tanto de los Sacramentos como del Sacrificio Eucarístico, parecen afanarse por disminuir, y aun pasar por alto, la piedad “subjetiva”.

29. En las funciones litúrgicas y particularmente en el augusto Sacrificio del altar se continúa, sin duda, la obra de nuestra Redención y se nos aplican sus frutos. Cristo actúa nuestra salvación cada día en los Sacramentos y en su Sacrificio; más aún, por su medio, continuamente purifica la humanidad y la consagra a Dios. Estos actos tienen, por consiguiente, un valor “objetivo” que, de hecho, nos hace participar de la vida divina de Jesucristo; y así, en virtud del poder divino y no del nuestro, logran su eficacia para unir la piedad de los miembros con la de la Cabeza y hacerla, en cierto modo, una acción de toda la comunidad.

De estos profundos argumentos concluyen algunos que toda la piedad cristiana debe concentrarse en el misterio del Cuerpo Místico de Cristo, sin ninguna consideración del elemento “personal” o “subjetivo”, y creen por esto que se deben descuidar las otras prácticas religiosas no estrictamente litúrgicas o ejecutadas fuera del culto público.

30. Pero todos pueden darse cuenta de que estas conclusiones sobre las dos clases de piedad, aunque los principios arriba mencionados sean excelentes, son completamente inexactas, insidiosas y sumamente perjudiciales.

E) Doctrina verdadera

31. Cierto que los Sacramentos y el Sacrificio del altar, siendo como son acciones del mismo Cristo, son capaces en sí mismos de comunicar y difundir la gracia de la Cabeza divina en los miembros del Cuerpo Místico; pero para que logren la debida eficacia requieren las disposiciones correspondientes de nuestra alma. Por eso, a propósito de la Eucaristía, amonesta San Pablo: “Examínese asimismo cada uno y de esta suerte coma de ese pan y beba de ese cáliz”,(30) y así, la Iglesia, en términos sugestivos y concisos, llama a todos los ejercicios con que nuestra alma se purifica, especialmente durante la Cuaresma: “defensas de la milicia cristiana”;(31) representan, efectivamente, los esfuerzos activos de los miembros que, con el auxilio de la gracia, quieren adherirse a su Cabeza para que “se nos manifieste —repetimos la frase de San Agustín— en nuestra Cabeza la fuente misma de la gracia”.(32) Pero hay que notar que estos miembros son vivos, dotados de razón y voluntad propias; por eso es necesario que ellos mismos, acercando sus labios a la fuente, tomen y asimilen el alimento vital y alejen todo lo que pueda impedir su eficacia. Hay, pues, que afirmar que la obra de la Redención, independiente por sí misma de nuestra voluntad, requiere nuestro esfuerzo interior para que podamos conseguir la salvación eterna.

32. Si la piedad privada e interna de cada uno descuidase el augusto Sacrificio del altar y los Sacramentos y se sustrajese al influjo salvífico que emana de la Cabeza en los miembros, sería, sin duda alguna, actitud reprochable y estéril. Pero como los métodos y ejercicios de piedad no netamente litúrgicos afectan a los actos humanos sólo para orientarlos al Padre Celestial, para estimular saludablemente las almas a la penitencia y al temor de Dios, para arrancarlas de los atractivos del mundo y de los vicios y lograr conducirlas por el arduo camino a la cumbre de la santidad, no sólo merecen los mayores elogios, sino que se imponen por su necesidad absoluta, por que descubren los peligros de la vida espiritual, nos espolean a la adquisición de las virtudes y aumentan el entusiasmo con que debemos vivir consagrados al servicio de Jesucristo.

F) Necesidad de la meditación y demás prácticas de piedad

La genuina piedad que el Doctor Angélico llama “devoción” y que es el acto principal de la virtud de la religión —acto que pone a los hombres en el orden, los orienta hacia Dios y hace que, gustosa y espontáneamente, se consagren a cuanto se relaciona con el culto divino (33)— esta piedad genuina necesita la meditación de las realidades sobrenaturales y las prácticas de piedad para alimentarse, estimularse y vigorizarse y para animarnos a la perfección. En efecto, la religión cristiana, debidamente practicada, requiere sobre todo que la voluntad se consagre a Dios e influya en las otras facultades del alma. Pero todo acto de voluntad presupone el ejercicio de la inteligencia y antes que brote el deseo y el propósito de darse a Dios por medio del sacrificio, es absolutamente indispensable el conocimiento de los argumentos y los motivos que hacen necesaria la Religión, como, por ejemplo, el fin último del hombre y la grandeza de la Divina Majestad, el deber de someterse al Creador, los tesoros inagotables del amor con que Dios quiere enriquecernos, la necesidad de la gracia vara llegar a la meta señalada y el camino particular que la Divina Providencia nos ha preparado, uniéndonos a todos como miembros de un Cuerpo con Jesucristo Cabeza. Y puesto que no siempre los motivos del amor hacen mella en el alma agitada por las pasiones, es muy oportuno que nos impresione también la saludable consideración de la divina justicia y nos conduzca a la humildad cristiana, la penitencia y la enmienda de nuestra conducta.

G) Frutos concretos que la piedad debe producir

33. Todas estas consideraciones no tienen que ser un recuerdo vacío y estéril, sino que deben tender activamente a someter nuestros sentidos y facultades a la razón iluminada por la fe, a reparar y purificar el alma para que se una cada día más íntimamente a Cristo, cada vez se conforme más a Él y por Él obtenga la inspiración y la fuerza divina de que ha menester; y a que sirvan a los hombres de estímulo cada vez más eficaz, para el bien, la fidelidad al propio deber, la práctica de la Religión y el ferviente ejercicio de la virtud. “Vosotros sois de Cristo y Cristo es Dios”.(34) Sea, pues, todo ordenado y, por decirlo así, “teocéntrico”, si queremos de verdad que todo se enderece a la gloria de Dios por la vida y la virtud que nos viene de nuestra Cabeza divina: “Así que, Hermanos, ya que tenemos, por la sangre de Cristo, entrada libre en el Santuario, un camino nuevo y vivo que Él nos abrió, a través del velo, esto es, de su carne, y ya que tenemos al Gran Sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos a Él con corazón sincero en la plenitud de la fe, el corazón purificado de la mala conciencia y el cuerpo lavado con agua pura. Mantengamos inconcusa la profesión de nuestra esperanza. Miremos los unos por los otros, para estimularnos a la caridad y las buenas obras”.(35)

H) Equilibrio en los miembros del Cuerpo Místico

34. De ahí brota el armonioso equilibrio de los miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo. Con la enseñanza de la fe católica, con la exhortación a la observancia de los preceptos cristianos, la Iglesia prepara el caminó a su acción propiamente sacerdotal y santificadora; nos dispone a una más íntima contemplación de la vida del Divino Redentor y nos conduce a un conocimiento más, profundo de los misterios de la fe, para que recabemos de ellos el alimento sobrenatural cuya fuerza nos asegure el progreso en la vida perfecta por medio de Jesucristo.

No sólo por obra de sus ministros, sino también por la de cada uno de los fieles embebidos de este modo en el espíritu de Jesucristo, la Iglesia se esfuerza por hacer penetrar este mismo espíritu en la vida y la actividad privada, conyugal, social y aun económica y política, para que todos los que se llaman hijos de Dios puedan conseguir más fácilmente su fin.

35. De esta suerte la actividad privada y el esfuerzo ascético, dirigido a la purificación del alma, estimulan las energías de los fieles con que se preparan a participar con mejores disposiciones en el augusto Sacrificio del altar, a recibir los Sacramentos con mayor fruto, a celebrar los sagrados ritos de manera que salgan de ellos más animados y mejor formados para la oración y cristiana abnegación, para corresponder activamente a las inspiraciones e invitaciones de la gracia y para imitar cada día con mayor perfección las virtudes del Redentor, no sólo vara su propio provecho, sino también para el de todo el cuerpo de la Iglesia, en el cual todo el bien que se hace proviene de la virtud de la Cabeza y redunda en beneficio de los miembros.

I) Acuerdo entre la acción divina y la cooperación humana

36. Por eso en la vida espiritual no puede existir antagonismo alguno entre la acción divina que infunde la gracia en las almas para continuar nuestra redención y la efectiva colaboración del hombre, que no debe hacer vano el don de Dios;(36) entre la eficacia del rito externo de los Sacramentos, que proviene ex opere operato, y el mérito del que los administra o los recibe, acto que suele llamarse opus operantis; entre las oraciones privadas y las plegarias oficiales; entre la vida ascética y la piedad litúrgica; entre la jurisdicción o el legítimo magisterio de la Jerarquía eclesiástica y la potestad propiamente sacerdotal, la que se ejercita en el sagrado ministerio.

37. Por graves motivos la Iglesia prescribe a los ministros del altar y a los religiosos que, en determinados tiempos se dediquen a la devota meditación, al diligente examen de la conciencia y a las demás prácticas piadosas,(37) aun cuando están especialmente destinados a celebrar las funciones litúrgicas del Sacrificio Eucarístico y la Alabanza divina.

Sin duda, la oración litúrgica, siendo la oración oficial de la ínclita Esposa de Jesucristo, tiene una dignidad mayor que las oraciones privadas; pero esta superioridad no quiere decir que entre estos dos géneros de oración haya contraste o antagonismo. Las dos se funden y se armonizan en un mismo afán y están animadas por un espíritu único: “todo y en todos Cristo”,(38) y tienden al mismo fin: hasta que se forme en nosotros Cristo.(39)

3. La Liturgia, regulada por la Jerarquía

A) Esto lo exige la naturaleza de la Iglesia


38. Para mejor entender, pues, la Sagrada Liturgia, es necesario considerar otro de sus caracteres, que no es de menor importancia.

39. La Iglesia es una sociedad y por eso exige autoridad y jerarquía propias. Si bien todos los miembros del Cuerpo Místico participan de los mismos bienes y tienden a los mismos ideales, no todos gozan del mismo poder ni están capacitados para realizar las mismas acciones.

De hecho, quiso el Divino Redentor que su Reino quedase edificado y sólidamente cimentado como sobre base estable, en un orden sagrado, reflejo, en cierto sentido, de la Jerarquía celestial.

40. Sólo a los Apóstoles y a los que han recibido debidamente de ellos y sus sucesores la imposición de las manos les está conferida la potestad sacerdotal, y en virtud de ella, así como representan ante su pueblo la persona de Jesucristo, así también representan al mismo pueblo ante Dios.

Este sacerdocio no se transmite ni por herencia ni por descendencia carnal; no nace de la comunidad cristiana, ni por delegación del pueblo. Antes de representar al pueblo ante Dios, el sacerdote tiene la representación del Divino Redentor, y, dado que Jesucristo es la Cabeza del cuerpo cuyos miembros son los cristianos, representa también a Dios ante su pueblo. Por consiguiente, la potestad que se le ha conferido nada tiene de humana por su naturaleza, es sobrenatural y viene de Dios: “Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros…”.(40) “El que os escucha a vosotros, me escucha a Mí…”.(41) “Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a todas las criaturas; el que creyere y fuese bautizado, se salvará”.(42)

41. Por eso, el Sacerdocio externo y visible de Jesucristo se transmite en la Iglesia, no de manera universal, general e indeterminada, sino que se confiere a los individuos escogidos por medio de cierta generación espiritual del Orden, uno de los siete Sacramentos. El Sacramento del Orden confiere no sólo la gracia propia de este estado y cargo peculiar, sino también un “carácter” indeleble que configura en los sagrados Ministros a Jesucristo Sacerdote y los hace aptos para ejercer los ritos sagrados con que se santifican los hombres y se glorifica a Dios, según las exigencias de la economía sobrenatural.

42. En efecto, así como el Bautismo distingue a los cristianos y los separa de los que no han sido lavados en las aguas purificadoras, ni son miembros de Jesucristo, así también el Sacramento del Orden distingue a los sacerdotes de todos los demás cristianos no dotados de este carisma; y es que sólo ellos, por vocación sobrenatural, han entrado en el augusto ministerio que los consagra al servicio del altar y hace de ellos instrumentos divinos, por los cuales se comunica la vida sobrenatural al Cuerpo Místico de Jesucristo. Además, como ya hemos dicho, sólo ellos son los señalados con el carácter indeleble que los con forma con Cristo Sacerdote, y sólo sus manos son las consagradas “para que sea bendito todo lo que ellas bendigan y todo lo que ellas consagren sea consagrado y santificado en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”.(43)

A los sacerdotes, pues, tiene que recurrir todo el que quiera vivir en Cristo, porque de ellos recibirá el consuelo y el alimento de la vida espiritual, la medicina saludable que lo cure, lo vigorice y ayude a reaccionar contra los estragos de los vicios; de ellos, finalmente, recibirá la bendición que consagra la convivencia familiar, y por ellos también el último aliento de la vida mortal será dirigido al umbral de la eterna felicidad.

43. Dado, pues, que la Sagrada Liturgia es ejercida ante todo por los sacerdotes en nombre de la Iglesia, su organización, su reglamentación y su forma no pueden depender sino de la Autoridad eclesiástica.

a) Lo mismo se prueba por la historia:

Esta consecuencia, basada en la naturaleza misma del culto cristiano, está confirmada por el testimonio de la Historia.

b) Lo mismo se prueba por su estrecha relación con el dogma.

44. Este indiscutible derecho de la Jerarquía eclesiástica se prueba también por el hecho de que la Sagrada Liturgia está íntimamente unida con los principios doctrinales que la Iglesia propone como verdades certísimas, y por consiguiente tiene que conformarse a las enseñanzas de la fe católica, predicadas por el Magisterio supremo, con el fin de amparar la integridad de la Religión por Dios revelada.

45. A este propósito, Venerables Hermanos, juzgamos necesario poner en su punto algo que creemos no os es desconocido: Nos referimos al error y engaño de los que han considerado la Liturgia como un ensayo del Dogma, en cuanto que sí una de estas verdades producía a través de los ritos litúrgicos frutos de piedad y santidad, la Iglesia tendría que aprobarla, y en el caso contrario, reprobarla. De ahí provendría el principio: La ley de la Oración es ley de la Fe.

46. No es, sin embargo, esto lo que enseña ni lo que ordena la Iglesia. El culto que Ella tributa a Dios es, como concisa y expresivamente dice San Agustín, una continua profesión de fe católica y un ejercicio de la esperanza y de la caridad: “Dios debe ser honrado con la fe, la esperanza y la caridad”.(44) En la Sagrada Liturgia hacemos explícita y manifiesta profesión de la fe católica, no sólo con la celebración de los misterios divinos, con la oblación del Sacrificio, la administración de los Sacramentos, sino también rezando y cantando el “Símbolo” de la Fe, que es como la insignia distintiva de los cristianos, con la lectura de otros documentos y de la Sagrada Escritura, inspirada por el Espíritu Santo. Toda la Liturgia, por consiguiente, contiene la fe católica, en cuanto da un testimonio oficial de la fe de la Iglesia.

47. Por este motivo, cuando se ha tratado de definir un dogma, los Sumos Pontífices y los Concilios, al recurrir a las llamadas “Fuentes Teológicas”, muchas veces sacaron también argumentos de esta sagrada disciplina, como lo hizo, por ejemplo, Nuestro Predecesor, de inmortal memoria, Pío IX, cuando definió la Inmaculada Concepción de la Virgen María. De la misma manera también la Iglesia y los Santos Padres, cuando se discutía una verdad controvertida o puesta en duda, nunca dejaron de pedir luz a los ritos venerables transmitidos por la antigüedad. De ahí viene el conocido y respetable axioma: “La ley de la oración determina la ley de la Fe” (Legem credendi lex statuat supplicandi).(45)

La Liturgia, por consiguiente, no presenta ni constituye en sentido absoluto y por su propia autoridad la fe católica, sino más bien, siendo como es una profesión de las verdades divinas —profesión sujeta al Supremo Magisterio de la Iglesia—, puede proporcionar argumentos y testimonios de no escaso valor para decidir un punto determinado de la doctrina cristiana. De aquí que, sí queremos distinguir y determinar de manera general y absoluta las relaciones que existen entre fe y Liturgia, se puede con razón afirmar: “la ley de la Fe debe establecer la ley de la oración”. Lo mismo se diga cuando se trata de las otras virtudes teologales: “En la Fe, Esperanza y Caridad oramos siempre con deseo continuo”.(46)

4. Desarrollo de la Liturgia

A) Derecho de la Jerarquía


48. La Jerarquía eclesiástica ha ejercido siempre este su derecho en materia litúrgica, instituyendo y organizando el culto divino, enriqueciéndolo con esplendor y dignidad cada vez mayor para gloria de Dios y bien de los hombres. Tampoco ha vacilado —dejando a salvo la sustancia del Sacrificio Eucarístico y de los Sacramentos— en cambiar lo que juzgaba que no era conveniente y en añadir lo que parecía que más a propósito contribuiría al honor de Jesucristo y de la augusta Trinidad, así como a la instrucción y saludable estímulo del pueblo cristiano.(47)

49. Efectivamente, la Sagrada Liturgia consta de elementos humanos y divinos: éstos, evidentemente, no pueden ser alterados por los hombres, ya que han sido instituidos por el Divino Redentor; aquéllos, en cambio, con aprobación de la Jerarquía eclesiástica, asistida por el Espíritu Santo, están sujetos a modificaciones diversas, según lo exijan los tiempos, las cosas y las almas. De ahí procede la magnífica variedad de los ritos orientales; de ahí el progresivo desarrollo de costumbres cultuales y de prácticas de piedad de las que había tan sólo ligeros indicios en épocas anteriores. Débese a esto el que a veces se vuelvan a emplear y renovar ciertas devociones que el tiempo había borrado. Toda esta evolución da testimonio de la vida Permanente de la inmaculada Esposa de Jesucristo a través de los siglos; expresa también el diálogo sagrado que ha mediado entre Ella y su Divino Esposo a lo largo de todas las épocas, para pregonar tanto su fe y la de los pueblos a Ella con fiados, como su amor inagotable; asimismo demuestra su sabia pedagogía con que estimula y acrecienta en los creyentes “el sentido de Cristo”.

B) Causas del desarrollo litúrgico

50. En realidad, no fueron escasas las causas influyentes en el desarrollo y progreso de la Sagrada Liturgia durante la larga y gloriosa historia de la Iglesia.

a) Una formulación doctrinal más segura

51. Así, por ejemplo, una formulación más segura y precisa de la doctrina católica sobre el Verbo Encarnado, sobre el Sacramento y el Sacrificio Eucarísticos, sobre la Virgen María Madre de Dios, contribuyó a la adopción de nuevas formas rituales, por las cuales la luz que había brillado con más esplendor, en virtud de las declaraciones del Magisterio eclesiástico, se reflejaba de manera más plena y clara en las acciones litúrgicas, para llegar con mayor facilidad al espíritu y al corazón del pueblo cristiano.

b) Ciertas modificaciones disciplinares

52. El desarrollo ulterior de la disciplina eclesiástica en lo que toca a la administración de los Sacramentos, por ejemplo, de la Penitencia, la institución y más tarde la supresión del catecumenado, la Comunión Eucarística bajo una sola especie en la Iglesia latina, contribuyeron no poco a la modificación de los ritos antiguos y a la gradual adopción de otros nuevos y más adecuados a las corrientes predominantes en estas materias.

c) Ciertas devociones extralitúrgicas

53. A esta evolución y a estos cambios contribuyeron notablemente las iniciativas y las prácticas de piedad no íntimamente unidas a la Sagrada Liturgia, nacidas en épocas posteriores por disposición admirable del Señor y tan difundidas entre el pueblo, como por ejemplo el creciente ardor de devoción a la Sagrada Eucaristía, a la Pasión acerbísima de nuestro Redentor, al Sacratísimo Corazón de Jesús, a la Virgen Madre de Dios y a su castísimo Esposo.

54. Entre las circunstancias exteriores contribuyeron también las públicas peregrinaciones de devoción a los sepulcros de los Mártires, los ayunos observados con el mismo fin, las procesiones estacionales que en esta Santa Ciudad se celebraban en espíritu de penitencia y en las cuales intervenía, no pocas veces, el Sumo Pontífice.

d) El desarrollo de las Bellas Artes

55. Se comprende también fácilmente de qué manera el progreso de las Bellas Artes, en especial de la arquitectura, la pintura y la música, haya influido en la determinación y la diversa conformación de los elementos exteriores de la Sagrada Liturgia.

56. La Iglesia se sirvió de este su derecho propio para tutelar la santidad del culto contra los abusos que temeraria e imprudentemente iban introduciendo personas privadas e iglesias particulares. Así sucedió que durante el siglo XVI, al multiplicarse tales costumbres y usanzas, y poner las iniciativas privadas en peligro la integridad de la fe y la piedad, con grande ventaja de los herejes y sus errores, Nuestro Predecesor, de inmortal memoria, Sixto V, para proteger los ritos oficiales de la Iglesia e impedir infiltraciones espurias, estableció en 1588 la Congregación de Ritos,(48) órgano al que aun hoy día corresponde ordenar y decretar con esmero vigilante todo lo que atañe a la Sagrada Liturgia.(49)

C) Consecuencias

57. Por eso el Sumo Pontífice es el único que tiene derecho a reconocer y legitimar cualquier costumbre cuando se trata del culto divino, a introducir y aprobar nuevos ritos, a cambiar los que estime deben ser cambiados;(50) los Obispos, por su parte, tienen el derecho y el deber de vigilar con diligencia por la exacta observancia de las prescripciones canónicas referentes al culto divino.(51) No es posible dejar al arbitrio de personas privadas, aunque sean éstas miembros del Clero, las cosas santas y venerandas relacionadas con la vida religiosa de la comunidad cristiana, con el ejercicio del Sacerdocio de Jesucristo y el culto divino, con el honor debido a la Trinidad Santísima, al Verbo Encarnado, a su augusta Madre y a los demás Santos y con la salvación de los hombres; por la misma causa a ninguna persona privada se le permite regular en esta materia las acciones externas, íntimamente ligadas con la disciplina eclesiástica, con el orden, la unidad y la concordia del Cuerpo Místico, y no pocas veces con la integridad misma de la fe católica.

58. La Iglesia, en realidad, es un organismo vivo, y por eso crece y se desarrolla también en lo que toca a la Sagrada Liturgia, y se adapta a las exigencias y circunstancias de cada época, con tal que quede salvaguardada la integridad de su doctrina.

a) Abusos

Con todo, hay que reprobar severamente la temeraria osadía de quienes introducen intencionadamente nuevas costumbres litúrgicas o hacen renacer ritos ya desusados y que no están de acuerdo con las leyes y rúbricas vigentes. No sin gran dolor venimos a saber, Venerables Hermanos, que así sucede en cosas no sólo de poca, sino también de gravísima importancia; efectivamente, no faltan quienes usen la lengua vulgar en la celebración del Sacrificio Eucarístico, quienes trasladen fiestas —fijadas ya por estimables razones— a una fecha diversa, quienes excluyan de los libros aprobados para la plegaria oficial los textos sagrados del Antiguo Testamento por considerarlos como poco apropiados y oportunos para nuestros días.

b) La lengua latina y vulgar

59. El empleo de la lengua latina corriente en una gran parte de la Iglesia es una señal manifiesta y esbelta de unidad, un antídoto eficaz contra toda corrupción de la doctrina genuina. Esto anotado, nada impide que el empleo de la lengua vulgar en muchos ritos pueda ser muy útil para el pueblo, pero la Sede Apostólica es la única que tiene facultad para autorizarlo y por eso nada se puede hacer en este punto sin contar con su juicio y aprobación, porque, como dejamos dicho, es de su exclusiva competencia la reglamentación de la Sagrada Liturgia.

c) Arqueologismo excesivo

60. Con la misma medida deben ser ponderados los conatos de algunos, enderezados a resucitar ciertos antiguos ritos y ceremonias. La Liturgia de los tiempos pasados merece nuestra veneración, sin duda ninguna; pero una costumbre antigua no ha de ser considerada precisamente por su antigüedad como lo mejor y más a propósito, tanto en sí misma cuanto en relación con los tiempos sucesivos y las situaciones nuevas. También son dignos de estima y respeto los ritos litúrgicos más recientes, porque han surgido bajo el influjo del Espíritu Santo, que está con la Iglesia siempre hasta la consumación de los siglos (52) y son medios que forman parte del tesoro del que la ínclita Esposa de Jesucristo se sirve para estimular y procurar la santidad de los hombres.

61. Es, en verdad, cosa prudente y loable el volver de nuevo con el espíritu y el corazón a las fuentes de la Sagrada Liturgia, porque su estudio, remontándose a los orígenes, contribuye mucho a comprender el significado de las fiestas y a penetrar con mayor profundidad y esmero en el sentido tanto de las fórmulas corrientes como de las ceremonias sagradas; pero ciertamente no es prudente ni loable el reducirlo todo y de todas las maneras a lo antiguo.

Así, por ejemplo, se sale del recto camino quien desea devolver al altar su forma primitiva de mesa; quien desea excluir de los ornamentos litúrgicos el color negro; quien quiere eliminar de los templos las imágenes y estatuas sagradas; quien hace representar al Redentor Crucificado sin que aparezcan los dolores acerbísimos que padeció en la Cruz; quien repudia y reprueba el canto polifónico, aunque se ajuste a las normas promulgadas por la Santa Sede.

62. Así como ningún católico sensato puede rechazar los textos de la doctrina cristiana compuestos y decretados con grande utilidad por la Iglesia, bajo la inspiración y dirección del Espíritu Santo, en épocas recientes, para volver a las fórmulas de los primeros Concilios; ni puede repudiar las leyes vigentes para retornar a las prescripciones de las antiguas fuentes del Derecho Canónico, así cuando se trata de la Sagrada Liturgia, no resultaría animado de un celo recto y prudente quien deseara volver a los antiguos ritos y usos, repudiando las nuevas normas introducidas por disposición de la divina Providencia para hacer frente a los cambios de las circunstancias reales.

63. Tal manera de pensar y obrar reanimaría, efectivamente, el excesivo y malsano arqueologismo que despertó el Concilio ilegítimo de Pistoya, y resucitaría los múltiples errores que un día provocó ese conciliábulo y los que de él se siguieron, con gran daño de las almas, errores que la Iglesia, guardiana vigilante del “Depósito de la Fe” que le ha sido confiado por su Divino Fundador, condenó a justo título.(53) En efecto, tales deplorables iniciativas tienden a paralizar la acción santificadora con la cual la Sagrada Liturgia orienta hacia el Padre para su salvación a sus hijos adoptivos.

D) Recapitulación

64. Por eso, hágase todo dentro de la necesaria unión con la Jerarquía eclesiástica. Nadie se arrogue poder arbitrario de darse leyes ni de imponerlas a los otros por su propia autoridad. Tan sólo el Sumo Pontífice, como sucesor de Pedro, a quien el Divino Redentor con fió el cargo de apacentar su rebaño universal (54) y los Obispos que bajo la obediencia a la Sede Apostólica “el Espíritu Santo… puso para regir la Iglesia de Dios”,(55) tienen el derecho y el deber de gobernar al pueblo cristiano. Por eso, Venerables Hermanos, siempre que defendéis vuestra autoridad —a veces, si hace falta, con severidad saludable—, no sólo cumplís con vuestro deber, sino que salvaguardáis la voluntad misma del Fundador de la Iglesia.

(Continuará)

NOTAS:
(1) I Timoteo, 2, 5.
(2) Hebreos, 4, 14.
(3) Hebreos, 9, 14.
(4) Malaquías, 1, 11.
(5) Conc. Trid. Sess. 22, cap. 1.
(6) Ibid. cap. 2.
(7) Encíclica Caritate Christi, 3-may-1932.
(8) Cfr. Litt. Ap. Motu Proprio. In cotidianis precibus, 24-mar-1945.
(9) I Corintios, 10, 17.
(10) Santo Tomás, Summa Theol., II-IIae, cuest. 81, art. 1.
(11) Levítico.
(12) Hebreos, 10, 1.
(13) San Juan 1, 14.
(14) Hebros, 10, 5-7.
(15) Ibid. 10, 10.
(16) San Juan 1, 9.
(17) Hebreos, 10, 39.
(18) San Juan 2, 1.
(19) I Timoteo, 2, 15.
(20) Cfr. Bonifacio IX, Ab origine mundi, 7-oct-1391; Callisto III, Summus Pontífex, ene-1461; Pío II, Triumphans Pastor, 22-abr-1449; Inocencio XI Triumphans Pastor, 3-oct-1678.
(21) Efesios, 2, 19-22.
(22) San Mateo, 18, 20.
(23) Hechos, 2, 42.
(24) Colosenses, 3, 16.
(25) San Agustín, Epístola 130 ad Probam. 18.
(26) Missale Rom., Prefacio de Navidad.
(27) Cardenal Bona, De divina psalmodia, cap. 19, III, 1.
(28) Missale Rom. Secreta del jueves desp. 2º Dom. Cuaresma.
(29) San Marcos, 7, 6 e Isa 29, 23
(30) I Corintios, 11, 28.
(31) Misal Romano, Miércoles de Cenizas; oración después de la imposición.
(32) De predestinatione sanctorum, 31.
(33) Santo Tomás, “Suma Teológica”, II-IIae, cuest. 82, art. 1.
(34) I Corintios 3, 28.
(35) Hebros, 10, 19-24.
(36) II Corintios, 6, 1.
(37) C.I.C. can. 125, 126, 565, 571, 595, 1367.
(38) Col 3, 11.
(39) Gálatas, 4, 19.
(40) San Juan, 20, 21.
(41) San Lucas, 10, 16.
(42) San Marcos, 14, 15-16.
(43) Pontifical Romano, De ordinatione perbyteri, in manuum unctione.
(44) Enchiridion, cap. 3.
(45) De gratia Dei “Indiculus”.
(46) San Agustín, Epístola 130 ad Probam, 18.
(47) Constitución Dinini cultus, 20-dic-1928.
(48) Constitución Immensa, 22-ene-1588.
(49) C.I.C. can. 253.
(50) C.I.C. can 1257.
(51) C.I.C. can 1261.
(52) San Mateo, 28, 20.
(53) Cfr. Pío VI, Constitución Auctorem fidei, 28-ago-1794, nº 31-34, 39, 62, 66 y 69-74.
(54) San Juan, 21, 15-17.
(55) Hechos, 20, 28.

Pío, Papa XII

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