martes, 29 de diciembre de 2009

Roma está en tinieblas, en las tinieblas del error - Monseñor Marcel Lefebvre


Homilía del 29 de junio de 1987

El liberalismo se convirtió en el ídolo de nuestro tiempo moderno, un ídolo que ahora se adora en la mayoría de los países del mundo, incluso en los países católicos.

Es esta libertad del hombre frente a Dios, que desafía a Dios, que quiere hacer su propia religión, de los derechos humanos sus propios mandamientos, con sus asociaciones laicas, con sus Estados laicos, con una enseñanza laica, sin Dios, he aquí el liberalismo.

¿Cómo es posible que las autoridades romanas fomenten y profesen este liberalismo en la declaración de Vaticano II sobre la Libertad Religiosa? Porque no se trata de otra cosa, lo cual, que a mi juicio, es muy grave.

Roma está en tinieblas, en las tinieblas del error. Nos es imposible negarlo.

¿Cómo pueden soportar nuestros ojos de católicos, y con mayor razón nuestros ojos de sacerdotes ese espectáculo que se pudo ver en Asís, en la iglesia San Pedro que se dio a los budistas para celebrasen su culto pagano? ¿Es concebible verlos hacer su ceremonia pagana delante del tabernáculo de Nuestro Señor Jesucristo, vacío sin duda, pero coronado por su ídolo, por Buda, y eso en una Iglesia Católica, una iglesia de Nuestro Señor Jesucristo?

Son hechos que hablan por ellos mismos. Nos es imposible concebir un error más grave.

¿Cómo pudo realizarse esto? Dejemos la respuesta al Buen Dios. Es Él quien guía todas las cosas. Es Nuestro Señor Jesucristo el Señor de los acontecimientos.

Es Él quien conoce el futuro de esta influencia de los errores sobre Roma y sobre las más Altas Autoridades, desde el Papa y los Cardenales pasando por todos los obispos del mundo. Ya que todos los obispos del mundo siguen las falsas ideas del Concilio sobre el ecumenismo y el liberalismo.

¡Solo Dios sabe dónde eso va a terminar!

Pero, para nosotros, si queremos seguir siendo católicos y si queremos seguir la Iglesia, nosotros tenemos deberes imprescriptibles. Tenemos graves deberes, que nos obligan en primer lugar a multiplicar los sacerdotes que creen en Nuestro Señor Jesucristo, en su Realeza, en su Realeza social, según la doctrina de la Iglesia.


No es un combate humano.

Estamos en la lucha con Satanás.

Es un combate que pide todas las fuerzas sobrenaturales de las que tenemos necesidad para luchar contra el que quiere destruir la Iglesia radicalmente, que quiere la destrucción de la obra de Nuestro Señor Jesucristo.

Lo quiso desde que Nuestro Señor nació y él quiere seguir suprimiendo, destruir su Cuerpo Místico, destruir su Reino, y a todas sus instituciones, cualquiera que fueran.

Debemos ser conscientes de este combate dramático, apocalíptico en el cual vivimos y no minimizarlo.

En la medida en que lo minimizamos, nuestro ardor para el combate disminuye.

Nos volvemos más débiles y no nos atrevemos a declarar más la Verdad. No nos atrevemos a declarar más el reino social de Nuestro Señor porque eso suena mal a los oídos del mundo laico y ateo.

Decir que Nuestro Señor Jesucristo debe reinar en las sociedades parece al mundo una locura. Se nos toma para atrasados, retrasados, solidificados en la Edad Media. Todo eso pertenece al pasado. Hay que terminar con esto. Es un tiempo pasado. No es ya tiempo de que Nuestro Señor Jesucristo pueda reinar en las Sociedades.

Podríamos, quizá, padecer un poco la tendencia a tener miedo de esta opinión pública que está contra nosotros, porque nosotros, afirmamos la Realeza de Nuestro Señor.

No nos asombremos, pues, de que las manifestaciones que pudiésemos realizar en favor de la Realeza social de Nuestro Señor suscite ante nosotros un ejército dirigido por Satanás para impedir crecer nuestra influencia, destruirla incluso.

La apostasía anunciada por la Escritura llega. La llegada del Anticristo se acerca. Es de una evidente claridad. Ante esta situación totalmente excepcional, debemos tomar medidas excepcionales

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