sábado, 29 de agosto de 2009

Martirio de San Juan Bautista - 29 de agosto


1. Nota Histórico-litúrgica

La memoria obligatoria del martirio del precursor del Señor se remonta a la dedicación de una cripta de Sebaste (Samaría), donde se veneraba su cabeza ya a mediados del siglo IV. Tal veneración, perpetuada en el siglo V en Jerusalén, estaba presente en todas las Iglesias de Oriente, y en Roma, desde el siglo VI, con el título de degollación de san Juan Bautista, o de passio del Bautista, como es llamada en los santuarios. El relato de esta decapitación, realizada en la fortaleza de Maqueronte - a oriente del mar Muerto -, adonde Herodes Agripa se había retirado de vacaciones, se lo hicieron saber a Jesús verbalmente los discípulos de Bautista, entre ellos Juan y Andrés (Mc. 6, 17 - 29); fue condenado a muerte para saciar el deseo de venganza de Herodías, mujer de Herodes Agripa, tras la danza de Salomé. Según las referencias del martirologio romano, tal degollación ocurrió en la proximidad de la pascua. La reliquia de su cabeza, en el segundo reencuentro, fue trasladada a la iglesia de San Silvestre, en el campo Marzio, en Roma; pero estas últimas noticias no pueden documentarse.

2. Mensaje y actualidad

Las oraciones de la misa son un recuerdo de la grandeza del precursor, "el mayor de los nacidos de mujer", llamado también "hombre honrado y santo".
a) Ante todo, en la colecta se subraya que "Dios ha querido que san Juan Bautista fuese el precursor del nacimiento y de la muerte de su Hijo". Esta temática del martirio profético es desarrollada en la homilía de san Beda, en el oficio de lectura, cuando escribe: "El, que precedió a Cristo en su nacimiento, en su predicación y en su bautismo, anunció también con su martirio, anterior al de Cristo, la pasión futura del Señor... La muerte - que de todas maneras había de acaecerle por ley natural - era para él algo apetecible, teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella alcanzaría la palma de la vida eterna".
Estas dos virtudes son, pues, las características de este gran testigo, como cante el mismo Beda en el himno de vísperas (cuarta estrofa): "Con el presagio de su sangre, el mártir Bautista ha sellado la muerte inocente de Cristo, con la cual se ha restituido la vida al mundo".
b) En la oración sobre las ofrendas se pone de relieve el anuncio de la predicación del Bautista, pidiéndole al Señor que clama en el desierto, nos enseñó de palabra y selló con su sangre." La antífona del Magníficat, en vísperas, recuerda la humildad de aquel que afirmó que no era Cristo, sino un enviado por delante de él, porque "él tiene que crecer, y yo tengo que menguar". La santidad del profeta de Cristo, que recordaba la voz de Isaías en el desierto para anunciar que todo estaba para cumplirse con la venida del mesías, es, por tanto, un hecho de verdad total, en su humildad de precursor destinado a desaparecer como una lámpara que arde y brilla ante la verdad luminosa del sol.
c) La oración después de la comunión parece genérica, porque pide que "al celebrar el martirio de san Juan Bautista" podamos "comprender y venerar estos sacramentos que hemos recibido y percibir en nosotros su fruto abundante". Pero de hecho el tema de la alegría evoca el tema de la antífona en el Benedictus de las laudes, es decir, del "amigo del esposo, que asiste y lo oye", y se "alegra con la voz del esposo, pues esta alegría suya está colmada". También para nosotros puede ser la eucaristía una experiencia de comunión íntima y nupcial, donde recibimos la alegría profunda de estar salvados.
d) En el prefacio se resumen los cuatro acontecimientos que caracterizaron la misión del precursor, profeta del juez universal, que el cuarto evangelio hace testigo del mesías. Ante todo, su concepción y nacimiento, como un preanuncio profético inmediato de la alegría de la redención. Luego, el privilegio único de señalar - tan sólo él entre los profetas - al cordero de nuestro rescate. Después, el bautismo de Cristo en las aguas del Jordán, que se convierte en el protoacontecimiento simbólico del mismo sacramento del bautismo, cuyo autor es Cristo. Por fin, el sello de su testimonio de Cristo con el derramamiento de su sangre.
La actualidad de tal martirio para nosotros puede apreciarse en la inescindible conexión, establecida por Jesús mismo en el evangelio ( Mc. 10, 38; Lc 12, 50), entre el bautismo y su muerte sacrificial por nosotros. Ahora "el mayor de los profetas, el mártir poderoso y el cultor del eremitorio, que no conoció la mancha del cándido pudor", como canta la primera estrofa del himno de las laudes, nos invita a vivir nuestro bautismo como una ofrenda permanente de vida hasta el sacrificio de nosotros mismos.

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