viernes, 3 de julio de 2009

Una maestra indocta... y un buey mudo: Santa Hidelgarda de Bingen y Santo Tomás de Aquino



I. El tema
... Pero el Espíritu Santo sopla donde quiere, y el buey mudo, convertido en Doctor Angélico, no ha cesado de hablar hasta nuestros días, en tanto la maestra indocta ha sido redescubierta en los últimos cuarenta años por un mundo y un siglo que la reclaman como propia.

Hildegarda de Bingen y Tomás de Aquino. Ella, una religiosa benedictina alemana(1) del siglo XII –el siglo de las Cruzadas, de los enfrentamientos entre el sacro emperador romano-germánico y el Papado(2), de las reformas religiosas exigidas por la corrupción imperante en el seno mismo de la Iglesia(3), del auge del pensamiento escolástico y las primeras, graves escaramuzas entre la fe y la razón(4), el siglo que comienza el pujante movimiento de introducción del pensamiento griego y sus traductores y comentaristas judíos y árabes, el siglo del gótico y sus catedrales, de damas y trovadores(5), y de la naciente y temida herejía de los cátaros–. Él, religioso dominico napolitano del siglo XIII –el siglo del florecimiento de Francia, de las Universidades, de la definitiva incorporación del pensamiento aristotélico a la vida intelectual de Occidente, el siglo de una vitalidad intelectual que llevó a apasionados enfrentamientos de posiciones y de personas, el siglo que ve el nacimiento de franciscanos y dominicos y el amor por la Dama Pobreza–. Santo Tomás, maestro en la Universidad de París –por nombrar uno de sus magistrales desempeños–, en tanto Santa Hildegarda jamás enseñó en Chartres, en San Víctor o en alguna de las prestigiosas escuelas que preludiaban la institución universitaria; ella se decía mujer inculta, sin estudios, en tanto él se había formado en los Estudios Generales de la Orden, y en la propia Universidad parisina. ¿Qué relación podríamos establecer entre ellos? Al correr de la pluma, algo hemos ido señalando. Si hay más..., averigüémoslo. Pero, porque nos es más familiar la figura del Doctor Angélico, nos detendremos principalmente en la Sibila del Rin(6).

II. Hildegarda, maestra

Destacaremos, en primer lugar, algunos de sus rasgos –excepcionales para su época– que nos la mostrarán como maestra de doctrina y de vida, a través de sus diversas actividades.

Fue, en siglos, la única mujer a la que se reconoció autoridad en materia de doctrina cristiana.Obispos, sacerdotes, abades y abadesas, pero también los príncipes de la tierra le escriben consultándole sobre temas religiosos, éticos, de dirección espiritual... Tan pronto se le solicitan profecías como prácticas para expulsar demonios o bien se le someten cuestiones teológicas. El maestro de teología y más tarde obispo Odo de Soissons, por ejemplo, la consulta: "Tenemos la confianza de pedirte algo: muchos sostienen que la paternidad y la divinidad de Dios son atributos de Dios, pero no son Dios mismo. No tardes en exponernos y transmitirnos lo que sepas de esto desde la visión celestial." Se trata de una tesis de Gilberto Porretano, discutida por entonces en las escuelas y en el concilio de Reims (1148). Ebehard, obispo de Bamberg, le pide una exposición sobre si "en el Padre habita la eternidad, en el Hijo la igualdad, en el Espíritu Santo la unión de eternidad e igualdad"(7). Los monjes de su primera morada religiosa le piden una biografía de su santo fundador, San Disibodo, y para los monjes cistercienses de Villers escribe 38 Solutiones Quaestionum (respuestas a cuestiones –no a todas, por la falta de salud y de tiempo de la abadesa– sobre textos de la Sagrada Escritura, propuestas a través del secretario de Hildegarda, Guiberto de Gembloux). Y son sólo algunos ejemplos.
Fue la primera mujer que recibió autorización explícita del Papa para escribir obras teológicas. Mientras escribía su primera gran obra, Scivias ("Conoce los caminos del Señor")(8) –que finalizará hacia 1146-47–, Hildegarda escribe a San Bernardo, le habla de su capacidad visionaria y, llena de temor e insegura le pide ayuda espiritual y consejo; San Bernardo le responde brevemente, recomendándole humildad y encomendándose a sus oraciones. Sin embargo un año después influirá sobre su discípulo cisterciense, ahora Papa Eugenio III(9), para la aprobación del escrito de la abadesa(10). El Papa conoció el manuscrito incompleto, en el tiempo mismo de su redacción, y lo leyó durante el sínodo que presidía ante la asamblea reunida; luego escribió a Hildegarda ordenándole continuar su tarea. En su obra la visionaria subrayaba el origen divino del matrimonio, la santidad de la Eucaristía y la dignidad del presbiterado, puntos éstos muy atacados por los cátaros; a combatirlos dedicará Hildegarda gran parte de su actividad, en diversos ámbitos. Puede resultar interesante aquí recordar dos hechos, casi podríamos decir coincidencias, en relación con Santo Tomás. El primero de ellos es el tema de los cátaros, que mucho tuvo que ver con los dominicos, porque ésta fue una de sus primeras misiones, en eso de "estudiar para predicar". El otro hecho, ya más directamente referido al Angélico, es el recuerdo de sus inicios como maestro en la Universidad de París (1256), ocasión en que también él recibe el aval de un Papa, del Papa Alejandro IV, necesario por otra parte dado que no tenía aún la edad reglamentaria, y por la manifiesta hostilidad de los maestros seculares(11).
Fue la única mujer que gozó del privilegio de predicar en iglesias y en plazas al clero y al pueblo(12). Tres giras de predicaciones tienen lugar entre 1158 y 1163, y la cuarta en 1172; Matthew Fox(13) dice en que en alguna habría llegado a Tours y a París(14), pero Régine Pernoud(15) señala como erróneo este dato, proveniente de alguna biografía de la santa. Lo cierto es que quien viajó a París fue el secretario de Hildegarda, Guiberto de Gembloux, quien habría mostrado los escritos de la abadesa a los maestros de las escuelas parisinas(16), donde ya eran muy conocidos, según aparece en una carta de Juan de Salisbury (1167) cuyo fragmento trae Heinrich Schipperges(17): "Envíame las visiones y profecías de la bienaventurada y celebrada Hildegarda, quien vive entre vosotros. Ella me parece sumamente digna de renombre y respeto, en especial desde que nuestro Señor [el Papa Eugenio III] la ha abrazado con afecto y confianza particularmente cálidos"(18). Santo Tomás, quien pudo haber oído hablar de Hildegarda en la abadía benedictina de Montecassino y en el Estudio de los dominicos en Colonia, tuvo entonces su tercera oportunidad en París. Pero volvamos a Hildegarda y sus predicaciones. Clero y pueblo escucharán admirados a esa monja que se dirige a ellos en lugares abiertos o bien en los templos. "Ésta es una faceta muy interesante de la personalidad de Hildegarda, un hecho singular que conocemos a través de la correspondencia a que dio lugar. Su presencia era solicitada por los sacerdotes y sus obispos, y también por los abades de los monasterios, conocedores todos ellos de su fama cimentada en su carácter de visionaria, en su vasta cultura –que ella afirmaba no poseer– y en la claridad de su vida. Pero Hildegarda, si bien respondía a los requerimientos, no los sentía como un halago sino como una misión, y hablaba sin concesiones advirtiendo al clero su negligencia en lo que hacía a practicar el bien y enseñarlo, y señalando los males que aquejaban a la Cristiandad y que interpretaba como advertencias divinas para la conversión, antes del castigo"(19).
Fue la primera autora de una pieza dramática moral, con música, única en el siglo XII que no es anónima. "La música ya estaba presente en la primera obra de Hildegarda, Scivias, que finaliza con un esbozo de drama musical cuyo tema es moral: la lucha del hombre que peregrina en la tierra, acechado por el demonio y defendido por las virtudes, hasta que victorioso llega al Cielo. Hacia 1152 el esbozo tendrá forma acabada en Ordo virtutum ("El orden de las virtudes"), el más antiguo drama litúrgico cantado (a excepción de los textos que corresponden al demonio, quien por su espíritu opuesto a toda armonía no puede cantar), que habría sido estrenado en la dedicación de la iglesia del monasterio en Rupertsberg, y representado posteriormente en ocasión de la profesión de las novicias"(20). La música está presente durante toda la vida de Hildegarda, que por ella eleva su última voz en la famosa carta a los prelados de Maguncia, a propósito del interdicto que éstos lanzaran contra la abadesa y su monasterio(21). Porque la música, importante de suyo en la liturgia benedictina, lo es por otros motivos para Hildegarda: para ella, toda la creación es musical, el cosmos, el hombre, los coros angélicos son una sinfonía de alabanza a Dios. Y en el estado de vida presente, luego de la caída original, es la música y el canto lo que eleva al hombre al recuerdo de su condición primera y le permite desear el retorno a la armonía primera con su Creador. Por eso, impedir la música es obra del diablo, y quienes no permitan aquí esta alabanza a Dios, no tendrán parte en ella en la vida futura.
Fue la primera santa cuya biografía oficial incluye párrafos autobiográficos, en primera persona. La Vita Sanctae Hildegardis es una biografía compuesta por Godofredo de San Disibodo, quien inició la composición de la obra en vida de Santa Hildegarda, en previsión del proceso de canonización que sin duda habría de iniciar la comunidad(22), hecho que habla del reconocimiento de su vida y de su obra; la muerte de Godofredo, anterior a la de la abadesa, dio lugar a Teodorico de Echternach, quien la continuó pocos años después de la muerte de Hildegarda e incluyó en el libro II de su trabajo extensos párrafos autobiográficos dictados por Hildegarda misma a su anterior biógrafo.
Fue autora de una vasta obra, de carácter enciclopédico. A las ya aludidas Scivias (primera obra de su gran trilogía) y Ordo virtutum podemos añadir –sin ser exhaustivos– su segunda obra profética, el Liber vitae meritorum ("Libro de los méritos de la vida"), descripción de la vida cristiana en términos del combate espiritual entre virtudes y vicios –que retoma el tema de la Psicomaquia de Prudencio (siglo IV), pero en el contexto de una visión cristológica–, y la tercera, Liber divinorum operum ("Libro de las obras divinas"), verdadera teología del macrocosmos y del hombre como microcosmos –ambos en íntima correspondencia expresada en forma de paralelismos–, del hombre como cima de la creación divina y espejo del esplendor del mundo. "Son notables sus escritos médicos: Liber simplicis medicinae o Physica, y el Liber compositae medicinae o Causae et curae, en los que trata de los elementos de la naturaleza; de las divisiones de las cosas creadas; del cuerpo humano y sus alimentos; de las causas, síntomas y tratamientos de las enfermedades y, además, propone y trabaja finamente una tipología femenina según los cuatro temperamentos tradicionales, pero distinguiendo entre varón y mujer y relacionando sus observaciones con las características sexuales de uno y otro. También toma en cuenta para su análisis la condición social y la educación de la mujer, y lo mismo hace cuando aborda el estudio del amor humano –que valora grandemente, en contraste con la opinión de su época– combinando características fisiológicas y psíquicas. Tratamiento audaz, innovador y realista del tema, por cierto"(23). La medievalista Régine Pernoud, en su libro Hildegarde de Bingen. Conscience inspirée du XIIe siècle, se refiere a los conocimientos médicos de Hildegarda(24), que ubica en una adecuada perspectiva: formaba parte de las preocupaciones de una abadesa benedictina del siglo XII el interés por la medicina y su práctica, ya que a su cargo estaba el cuidado de la salud de las religiosas y del personal, principalmente campesinos y artesanos, que habitaban y trabajaban en dependencias del monasterio. Pero Hildegarda presenta otro enfoque, ya que ella buscaba en todo momento establecer relaciones entre el Creador y Su creación, entre la creación y la recreación salvadora, entre la naturaleza y los seres humanos a través de la historia de la salvación (personal y cósmica): el desorden del hombre, el pecado, la maldad, perturban a la naturaleza que se torna adversa; sólo la restauración interior del hombre le permitirá vivir en armonía con ella, en salud. Y haremos también mención del Comentario a la Regla de San Benito, al Prólogo de San Juan, la Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales (alrededor de setenta piezas musicales), etc. Y una copiosísima correspondencia, con Papas, reyes, nobles, religiosos, sabios..., con todos. No podemos dejar de traer a la memoria la vastísima obra del Aquinate, una gran parte de la cual tiene carácter docente (en su concepción, en su modo de desarrollo, en su oportunidad...).
Para Hildegarda, el punto de partida de toda actividad suya fue siempre una visión: de manera excepcional en cuanto al modo(25), Hildegarda de ordinario tiene sus cenestésicas visiones en estado de vigilia, sin pérdida de conocimiento (sólo en una ocasión parece haber entrado en éxtasis). Habla de la "sombra de la luz viva", donde habitualmente ve, y de la luz viva misma, donde ve en raras ocasiones. Veamos cómo describe su vivencia en el final del Liber vitae meritorum: "El hombre que ve estas cosas y las transcribe ve y no ve; siente las cosas terrestres y al mismo tiempo no las siente. No es por sí mismo como presenta las maravillas de Dios, sino que es agarrado como una cuerda por la mano del músico para producir un sonido que no viene de él, sino del toque de otro"(26). Ésta es la fuente de sus conocimientos, y la razón de su autoridad. En sus obras escritas, en las predicaciones y también en su correspondencia cuando ése es el caso, Hildegarda mantiene el mismo esquema de trabajo. Comienza con una visión, "Y yo vi", que describe vívidamente, y luego viene la explicación de la visión, encabezada por la frase "Yo oí una voz del cielo que me decía", al modo de los profetas bíblicos. La visionaria añade en la explicación elementos que no aparecen en la descripción primera. A veces habla en primera persona, y es la voz de Dios ("Mi Hijo Jesucristo"), pero habitualmente predomina la tercera persona. Cada visión se cierra con una fórmula admonitoria para el lector ("Estas cosas proferidas sobre las almas de los penitentes... son verdaderas; permite al creyente atenderlas y reunirlas en la memoria del buen conocimiento"), o bien una exhortación para los oyentes. Siguiéndose de lo anteriormente dicho, es claro que las imágenes son el medio de transmisión de los contenidos, y no sólo su ilustración. Son imágenes cenestésicas, riquísimas y muy elaboradas que, en los libros primero y tercero de su gran trilogía, ilustran además pictóricamente las visiones de Hildegarda(27). Y no falta la música, que adopta la forma de bóvedas o arcos de elevación, dilatando y contrayendo las frases melódicas entre extremos de un registro muy ancho, con un efecto de altísima espiritualidad. Sin negar la razón, sin dejar de trabajarla cuando la argumentación se impone, nuestra maestra busca llegar a la totalidad del ser humano, involucrar todas sus capacidades: también los sentidos, la afectividad...
Fue, finalmente, maestra de sus religiosas, a quienes en todo momento "fortalecí y atrincheré con las palabras de la Sagrada Escritura y la disciplina de la Regla y un modo de vida santo"(28). Fue maestra de obispos, sacerdotes y religiosos y pueblo a través de la predicación, que tuvo como temas centrales por una parte, la denuncia y refutación de la herejía de los cátaros en sus múltiples errores doctrinales y aquellos otros que obedecían tan sólo a la mala fe y a la apetencia de poder y, por otra parte, la corrupción del clero y la reforma de las costumbres: los escandalosos concubinatos de sus sacerdotes, la simonía, el descuido de la oración habían motivado la inclinación de los escandalizados católicos hacia la secta de los cátaros, que proclamaba pobreza evangélica y pureza de costumbres. Fue maestra de todos, a través de la abundantísima correspondencia que, como ya dijimos, mantuvo con Papas, reyes, nobles señores, religiosos, teólogos y filósofos, sobre los temas más variados. Sobre los temas más variados y para todos, fue también maestro Santo Tomás de Aquino, el Doctor Communis.
Para finalizar, quisiera reproducir un texto de Hildegarda, parte de su respuesta a las dificultades que le planteara un abad:

"Sé como el sol en tu enseñanza, como la luna en la adaptación a tus oyentes, como el viento en la firmeza de tu magisterio, como una brisa gentil en tu mansedumbre, y como el fuego en la fulgurante e inspirada exposición de la doctrina. Todo debería comenzar con el primer resplandor de la temprana aurora y finalizar en la luz brillante, abrasadora"(29).

Palabras que en boca de la Sibila del Rin se tornan proféticamente referidas, todas y cada una de ellas, a Santo Tomás, el "sol de las escuelas".

Azucena Adelina Fraboschi
(Ponencia presentada en la Semana Tomista, año 2000)


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NOTAS:
1. Recordemos que Santo Tomás estudió desde sus cinco años y hasta los catorce en la abadía benedictina de Monte Cassino y, ya fraile dominico, fue discípulo de San Alberto Magno en Colonia, donde perduraba la fama de Hildegarda –había pronunciado allí una de sus más encendidas prédicas contra la herejía de los cátaros, en el año 1163 o 1164– y sus escritos eran conocidos y apreciados.

2. La larguísima querella de las investiduras, y los cismas, Papas y antipapas suscitados por el emperador. El enfrentamiento entre el emperador germano –ahora Federico II, tío del Aquinate– y el Papado continuaba todavía en los primeros años de vida de Santo Tomás.

3. Destaca aquí la labor titánica de San Bernardo de Claraval, fundador del Císter.

4. Recordamos, por clásico, el enfrentamiento entre San Bernardo y Abelardo; pero no fue el único.

5. Insoslayable es en este punto el recuerdo de Leonor de Aquitania.

6. Epíteto que le habría sido aplicado por el eclesiástico Enrique de Langenstein, quien en una carta (1383) a su amigo Eckardo von Dresch se refería a Hildegarda como Sibilla Theutonicorum.

7. Cirlot, Victoria (ed.). Vida y visiones de Hildegard von Bingen. Madrid: Siruela, 1997, p. 149.

8. Si bien puede ser considerada sólo una obra teológica que incluye aspectos éticos, comentario bíblico, historia sagrada, cosmología y discusiones en torno a la Santísima Trinidad y a la redención por Cristo, su originalidad estriba en que responde a una visión de Hildegarda, y no una visión en éxtasis sino en estado de vigilia, con el pleno uso de sus sentidos (uso que se nota en la descripción de lo que ve y oye).

9. El Papa presidía un sínodo de obispos en Trier (noviembre de 1147 - febrero de 1148).

10. El Papa aprobó también la Cosmografía de Bernardo Silvestre. En la misma década eran declarados incursos en herejía Pedro Abelardo, Guillermo de Conches y Gilberto de Poitiers, vigorosamente combatidos por Bernardo de Claraval.

11. No hacia Santo Tomás, sino hacia los religiosos mendicantes.

12. Tenemos al respecto noticia de la desautorización expresa de tal práctica en el caso de las abadesas de las diócesis de Palencia y de Burgos. En 1210 Inocencio III ordena a los obispos que no consientan a las abadesas bendecir a las religiosas, oírlas en confesión ni predicar públicamente. Véase Lizoain Garrido, José Manuel. Documentación del Monasterio de Las Huelgas de Burgos (1116-1230). Burgos: Ed. J.M. Garrido, 1985. LIII + 363 p. (Fuentes medievales Castellano-Leonesas, 30).

13. Fox, Matthew. Illuminations of Hildegard of Bingen. Text by Hildegard of Bingen with commentary by Matthew Fox, O.P. Santa Fe, New México: Bear & Company. 128 p.

14. Ibíd., p. 8.

15. Pernoud, Régine. Hildegarde de Bingen. Conscience inspirée du XIIe siècle. 2me. éd. Paris: Éd. Du Rocher, 1995. 221 p.

16. Ibíd., p. 134.

17. Schipperges, Heinrich. The World of Hildegard of Bingen. Her Life, Times and Visions. Transl. by John Cumming. Collegeville, Minnesota: The Liturgical Press, 1998. 160 p.

18. Ibíd., p. 57.

19. Fraboschi, Azucena Adelina. "Hildegarda de Bingen: una mujer para el siglo XX", 51-52. STYLOS. 1999; 8 (8): 41-58.

20. Ibíd., 57.

21. Esta carta incluye una verdadera interpretación teológica de la música.

22. Tres Papas tomaron a su cargo el proceso de canonización, que no prosperó por la dificultad para comprobar los milagros: Gregorio IX e Inocencio IV en el siglo XIII, y Juan XXII en 1317. Sin embargo su culto se impuso y las crónicas de la época se referían a ella como "Santa Hildegarda". En el siglo XV la representaban como tal pinturas y esculturas, y al siglo siguiente la encontramos en el muy usado martirologio romano de Baronius. En 1940 el Vaticano aprobó oficialmente la celebración de su fiesta (17 de septiembre) en todas las diócesis alemanas, y hay propuestas para nombrarla "Doctor de la Iglesia" en reconocimiento de sus obras teológicas. En ocasión de celebrarse el octavo centenario de su nacimiento, dijo Juan Pablo II: "Dotada de especiales dones celestes en su tierna edad, Santa Hildegarda penetró sabiamente en los secretos de la teología, la medicina, la música y las otras artes, escribió muchos libros sobre estos temas y llevó a la luz el vínculo entre la creación y la redención".

23. Fraboschi, Azucena Adelina, art. cit., 49.

24. Pernoud, Régine, ob. cit., p. 117-131 (Chap. VII: Les subtilités de nature).

25. En una carta conocida como "De modo visionis suae", dirigida al monje Guiberto de Gembloux, explica el tema sin reticencias.

26. Épiney-Burgard, Georgette; Zum Brunn, Émilie. Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval. Barcelona: Paidós, 1998, p. 42.

27. Los dibujos: son inusitados para su época, audaces, y con ciertas características muy definidas, como por ejemplo la permanente presencia de zonas luminosas –habitualmente "fuego brillante"– y zonas oscuras –"fuego tenebroso"–; el rojo como color predominante; el uso de la forma circular para indicar la presencia de la divinidad Una y Trina, la actividad divina, la energía vital que anima al mundo entero, y la forma rectangular con la que se refiere a lo ordenado y estructurado, a la Iglesia, a la Jerusalén celestial.

28. Vita II, 12.

29. Schipperges, H., ob. cit., p. 117

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