miércoles, 8 de abril de 2009

Siervo de Dios José Américo Orzali - 8 de abril


Nació en Buenos Aires el 13 de marzo de 1863, de cristianísimos padres: Tobías Orzali, arquitecto, y Teresa Nicoletti, toscanos llegados a la Argentina el año anterior. Fue bautizado el 15 de marzo, en la Iglesia de San Nicolás de Bari; el 8 de diciembre recibió la Primera Comunión en la Iglesia de la Concepción. Fue confirmado por Mons. Aneiros en 1872.
Inició sus estudios primarios en una escuela del Consejo Escolar I, para seguirlos en el Colegio Particular “Seminario del Plata”. Contaba 14 años cuando ingresó en el Seminario de Buenos Aires correspondiendo al sublime llamado de dios.
El 4 de marzo de 1879, Mons. Aneiros le confirió la Tonsura y las cuatro órdenes menores y luego el subdiaconado el 9 de marzo de 1884. Como secretario, ese mismo año acompañó al Delegado Apostólico de la Santa Sede, Mons. Mattera, en su regreso a Roma, haciendo escala en Montevideo.
Es ordenado diácono en esta ciudad, el 30 de mayo de 1885. En la Capilla del Colegio Río Latino Americano, con especial dispensa por tener 22 años, Mons. Mattera le confirió la ordenación sacerdotal. Y aquí comenzó su fecundo apostolado al volver de Roma: Teniente en La Piedad en marzo de 1886. Con notable prudencia, dominio de sí mismo y dinamismo extraordinario fue ángel de caridad en la epidemia del cólera que azotó a Buenos Aires. Desde el diario católico “La Unión” combatió la amenaza de la Ley de Divorcio.
Sucesor de Mons. Espinosa en la Parroquia Santa Lucía (Barracas al Norte) expandió maravillosamente la inquietud de párroco misionero que le acució siempre. He aquí su obra de 16 años de párroco: fundó en 1890 el “Monitor Eclesiástico”, única publicación en su género. De 1890 a 1912, Capellán del buen Pastor. Los enfermos, los niños, los obreros y los pobres le atraían. Como vicepresidente, al lado del padre Grote, intervino en la fundación del “Círculo de Obreros” En 1891 fundó la Congregación de Hijas de María, en 1892 la Congregación de la Doctrina Cristiana. Estableció los ejercicios espirituales para hombres. Y cuando tuvo un grupo de hombres piadosos, fundó la cofradía de San José y luego la Congregación del Santísimo Sacramento, que llegó a ser una de las más florecientes de la ciudad.
Para los niños fundó dos asociaciones: la de San Luís para los varones y la de los Santos Ángeles para niñas.
; en 1894 fundó el mismo “Círculo” en Santa Lucía; la Rerum Novarum se concretaba en un Círculo que llegó a ser el mejor de la República, con 3.000 asociados. De su dinamismo brotaron: la Biblioteca, Escuela Nocturna para Adultos, Salón de Actos, Banda de Música, Jurídico, Bolsa de Trabajo, Compañía de Seguros y Panteón.
Es obvio mencionar las obras espirituales, que coronó con la fundación de la Congregación “Hermanas de Nuestra Señora del Rosario de Buenos Aires”. Son ellas, quienes le aman y veneran como a Fundador y Padre, las que conservarán su memoria viva de generación en generación.
En 1895 fundó el primer grupo de religiosas en su Parroquia, dándoles por santo y seña: “Ora et labora”.
El 21 de enero de 1896, las primeras 12 religiosas, emitieron sus Votos en manos del Arzobispo de Buenos Aires, Mons. Castellanos.
El 29 de junio de 1931, Mons. Orzali tuvo el inmenso gozo de que Roma aprobara “ad experimentum” Instituto, y el 21 de junio de 1938 exultó de júbilo su corazón cuando la Santa Sede le aprobó definitivamente.
Sus hijas dan cristiana educación a millares de alumnos; atienden maternalmente a niñas en Hogares y son innumerables los enfermos que reciben asistencia y cariño en Hospitales. También sus religiosas atienden Centros de Misión.
Mons. Orzali, en 1903, fue nombrado Capellán de la Fragata Sarmiento y acompañó al buque-Escuela en su cuarto viaje de 10 meses. Como cura de Santa Lucía realizó muchos viajes a Europa.
En 1906 se hizo cargo de la Parroquia de “San Miguel Arcángel”, sin descuidar su Círculo de Obreros, sus Hijas Rosarinas y la atención espiritual de las Religiosas de la Casa Cuna, Instituto Frenopático, Casa de Alienadas y el Buen Pastor. Preconizado en 1912, Obispo de Cuyo con jurisdicción en las provincias de San Luís, Mendoza, San Juan y Neuquén, fue consagrado en la Catedral de Buenos aires.

FIGURA

Apóstol, misionero, guía de almas, amigo de sus sacerdotes, Padre amantísimo de sus religiosas, Buen Pastor de toda su grey, llegó a los confines que nadie alcanzó en su inmensa diócesis.
Párroco, Obispo, Fundador y Apóstol Social, extraordinario en el trabajo, dulce y paciente en su poderosa energía, tierno y comprensivo con las almas, exquisito en la puntualidad y en el orden, de confianza ciega en la Divina Providencia; amigo sincero de pobres y abandonados; largas horas de confesionario conquistaron muchas almas con su palabra siempre sencilla y asequible como el Evangelio que predicaba.
Fue luz que iluminó porque su corazón fue hoguera encendida en amor divino; por eso fue, por sobre todo, verdadero Padre. La fe y el Amor fueron secreto de su vida y el resorte de su fecunda actividad.
“Todo por Dios y por el prójimo” fue el lema que dejó a sus Hijas. Él lo vivió plenamente, pues fue todo de dios y para el prójimo.

ULTIMOS AÑOS Y MUERTE

En 1935 consagró a Mons. Verdaguer como Obispo de Mendoza y recibió él, de la Santa Sede, el palio de arzobispo Diocesano y los títulos de Asistente al Solio Pontificio y de Conde. Y llegó a sus Bodas de Oro Sacerdotales. Poco después de celebrar sus Bodas de Plata Episcopales en 1937, Dios en sus paternales designios, puso sobre sus hombros, ya anciano, la cruz de la enfermedad, que él aceptó con alegría entregándose en manos del Padre Dios, hasta que su preciosa alma se durmió en la paz del Señor, rodeado de sus sacerdotes providencialmente reunidos en Ejercicios Espirituales y sus Hijas rosarinas que, con filial, afecto, le prodigaron la ternura más exquisita de sus cuidados, el 8 de abril de 1939.

VIRTUDES HERÓICAS

La preocupación de Orzali fue enseñar catecismo a los niños. Todos los días recorría las escuelas, aguardando que terminaran las clases para poder entrar. Debió vencer la resistencia de los maestros, pero bien pronto la caridad, paciencia y espíritu de sacrificio del sacerdote, modificaron la cerrada actitud de los maestros.
Al principio los chicos no fueron muchos. Pero luego, un poco las estampitas y medallas que repartía y mucho más la amenidad de la exposición de Orzali, siempre alegre y cordial, ganó los corazones de los chicos. Cuando contó con un grupo importante estableció la “Misa de los niños” que se oficiaba a las diez. A veces pasaban de mil doscientos niños.
Terminada la misa, salía al atrio a saludar a la gente, tomar contacto, y a preguntar por los enfermos y por los ancianos que no podían ir al templo.
Desde el pulpito pedía que le indicaran dónde había enfermos. Luego, a la salida, solicitaba las direcciones. Y Orzali no dejaba enfermo sin visitar, fuera éste católico militante o anarquista rabioso. A veces no iba tanto para visitar a los enfermos cuanto a tomar contacto con los sanos.
No desdeñaba nunca de sentarse y hasta de almorzar en cualquier rancho. Contaba en cierta oportunidad a sus tenientes que para complacer a un amigo, debió comer en su casa ¡Y cuál no sería su repugnancia cuando vio que hacían la comida en la misma olla que momentos antes habían lamido los perros! Pero Orzali hizo de tripas corazón y compartió la sopa con sus feligreses.
La Cárcel de Mujeres y la Casa de Expósitos fueron lugares a los que destinaba todos los momentos que le dejaba libres el ministerio parroquial. En esas dos casas, como en los hospitales, se quedaba horas, confesando y predicando ejercicios. Pasaba con frecuencia hasta ocho y diez horas confesando.
Después de una larga ausencia, Orzali volvió a Santa Lucía y comenzó a preocuparse especialmente por los enfermos. Orzali atendía espiritualmente al enfermo y se hacía amigo de los sanos. Cuando veía que la familia era muy pobre y que no tenía con qué comprar los remedios, no dudaba en sacar dinero de su bolsillo para aliviar la indigencia de su feligresía. Y cuando veía que podían sentirse humillados por lo que pudiera ofrecerle, dejaba cinco o diez pesos bajo la almohada del paciente, para que pudieran comprar los medicamentos.

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