miércoles, 29 de abril de 2009

Benedicto XVI rehabilita al Papa Celestino V


Ha pasado inadvertido por el natural protagonismo del terremoto, pero la visita de Benedicto XVI a L'Aquila del próximo martes contiene un momento sorprendente. El Papa rendirá homenaje a los restos de su predecesor Celestino V, pontífice en 1294, salvados del derrumbe de la basílica de Collemaggio. ¿Qué tiene de especial este papa? En la historia de la Iglesia tiene una controvertida carga simbólica: es el único pontífice que ha renunciado al cargo, angustiado por la responsabilidad y espantado de las confabulaciones curiales y políticas. Es el gran precedente de un papa que dimite.
No es que se vuelva a hablar de ello, ni mucho menos, y puede ser una mera coincidencia porque el Papa visita la zona del terremoto, pero sin duda es un gesto inédito. Sobre todo porque Ratzinger donará el palio, la banda que se coloca sobre los hombros, con el que empezó su pontificado. «Es un gesto histórico, señal de estima y veneración, y ningún papa había hecho un regalo a Celestino V», ha explicado, impresionado, el obispo local, Giuseppe Molinari. Ese momento confrontará a dos papas que quizá tengan en común más de lo que parece y tal vez arroje luz sobre esta relación y la opinión de Benedicto XVI acerca de una hipotética renuncia.
Aceptó a regañadientes
Celestino V, Pietro di Morrone, era un simple fraile benedictino -la orden cuyo fundador inspira el nombre elegido por Ratzinger- que vivía como un ermitaño en una cueva. Aceptó con 79 años -uno más que Benedicto XVI- a regañadientes, por sentido del deber, para sacar a la Iglesia del bloqueo en que se hallaba tras 27 meses de cónclave. Sin embargo, pronto sintió la soledad del cargo. Duró cuatro meses. Su consejero y sucesor, una vez nombrado papa como Bonifacio VIII, lo hizo arrestar y murió en prisión. Una hipótesis sostiene que fue asesinado. De hecho, en 1988 su cadáver desapareció misteriosamente tres días y cuando fue hallado alguien había practicado una TAC en su cráneo, al parecer para comprobarlo.
Asuntos novelescos aparte, la figura de Celestino V es ambigua. Es un santo, pero también el pontífice 'culpable' de haber abandonado, una leyenda de maldito que nace de los famosos versos de Dante que se interpretan como su descripción: «Aquel que por vileza cometió el gran rechazo». No obstante, Petrarca le defendió como alguien «libre que no aceptaba imposiciones» y desde luego ejerce una fuerte empatía en los papas abrumados por su tarea. Este ascendiente emergió con fuerza en la visita que realizó Pablo VI al lugar de su muerte, el castillo de Fumone, en 1966. Fue una suerte de rehabilitación. Montini fue un papa atormentado por el peso del cargo y que escribió una carta de dimisión para ser abierta en caso de que perdiera sus facultades. De su caso y de Celestino V se volvió a hablar en los últimos años de Juan Pablo II, a la vista de sus problemas de salud, y el propio Wojtyla pensó en la dimisión.
Pablo VI, que rindió homenaje a Celestino V a los tres años de su elección, le reivindicó así: «Después de pocos meses, comprende que es engañado por quienes le rodean, que se aprovechan de su inexperiencia para sacar beneficios. Y aquí brilla la santidad sobre las carencias humanas: el Papa había aceptado como deber el pontificado supremo, y así por deber renuncia». Según el historiador del papado Franz Xaver Seppelt, profesor de Ratzinger, el caso de Celestino V demostró «que el jefe de la Iglesia, además de llevar una vida santa, no debe carecer de la cultura y las capacidades adecuadas». Benedicto XVI, estudioso y apasionado de la Iglesia primitiva, admirador del ideal monástico benedictino, cuyos planes eran retirarse a escribir a su tierra natal, que se ha quejado de una Iglesia en la que «se muerde y se devora», y al que se describe como un hombre aislado en las tramas de la Curia, es totalmente consciente del simbolismo de Celestino V. Lo que diga ese día puede ser interesante

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