sábado, 14 de marzo de 2009

De la devoción hacia los santos


La Iglesia nos explica admirablemente en el prefacio de la Fiesta de Todos los Santos la naturaleza y el objeto del culto con que los honra; es bajo la forma más tierna y la más consoladora para la piedad, la oración de Dios en sus obras.
El homenaje que rendimos a los Santos no se limita a ellos, sino que se eleva hasta Dios mismo, autor de toda gracia, el cual, al coronar los méritos de aquellos, corona sus propios dones. Si es justo y razonable honrar al Creador en sus criaturas, ¿qué más natural que celebrar, como la más excelente de sus obras, a esos héroes de la fe y de la virtud que son como el compendio vivo de sus misericordias y la más alta glorificación de nuestra humanidad?. Los santos han sido hombres como nosotros; ha vivido nuestra vida; han sufrido lo que nosotros sufrimos, atravesado las mismas pruebas han encontrado las mismas dificultades, pero no sólo las han vencido sino que han seguido en toda su extensión los consejos evangélicos. Han llevado su amor a Dios hasta el último sacrificio y la virtud hasta el heroísmo más sublime. ¿Qué mejor ejemplo puede proponerse a nuestra imitación y qué estímulo más útil? En todas las condiciones de la vida ha habido Santos. La Iglesia cuenta entre ellos reyes y artesanos, soberanos pontífices, humildes religiosas y personas comunes que vivieron su laicado con Dios como eje de su vivir. En cualquier rango en que nos haya colocado la Providencia hallamos modelos ilustres que imitar. Desde la mansión de su gloria, como una nube de testigos celestes, contemplan nuestros combates, sonríen de nuestros esfuerzos y nos tienden una corona imperecedera. Aún más, la mediación de nuestros Señor nos hace participantes de los méritos de aquellos, y al ponernos en comunión con ellas da a nuestra flaqueza una ayuda y una fuerza incomparables, porque no contentos con habernos mostrado el camino, los Santos nos mantienen en él con su poderosa intercesión.
Tal es el sentido, tal es la utilidad de la devoción para los Santos. Nosotros los consideramos, no como el manantial de las divinas bendiciones, sino como el canal por el cual se complace al Señor en derramarlas sobre nosotros. Imploramos en ellos, no los soberanos dispensadores de la gracia, sino los poderosos intermediarios con Dios.
Fácil es juzgar por lo dicho cuán profundamente ignorantes se muestran de la doctrina católica los que nos acusan de adorar a los Santos.

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