lunes, 2 de febrero de 2009

¡Piedad para ellas! - Padre Christian Bouchacourt - Superior de Distrito América del Sur FSSPX


Estoy seguro que alguna vez les sucedió tener que asistir a las exequias de un amigo o de un miembro de la familia celebradas según el nuevo rito. Los cambios operados en las ceremonias de funerales manifiestan de modo contundente la devastación producida en la Iglesia por la doctrina conciliar.Sorprende comprobar que hoy todo el mundo tiene derecho a un entierro católico. Un homosexual, un comunista, un divorciado vuelto a casar, un concubino o un masón notorio, que ayer era señalado como pecador público, observa cómo se le abren las puertas de la Iglesia sin que voz episcopal o sacerdotal alguna levante la más mínima objeción.Así, quien despreció los mandamientos de Dios, la ley natural y los preceptos de la Iglesia recibe los mismos honores eclesiásticos que quien luchó toda su vida e hizo penitencia para practicar la virtud y esforzarse en vivir como hijo de Dios y de la Iglesia. En esto hay más que una injusticia: es un verdadero escándalo en sentido literal del término, porque el vicio se pone en pie de igualdad con la virtud.De vez en cuando acontece, sin embargo, que un sacerdote o un obispo tienen el valor de recordar la doctrina tradicional de la Iglesia respecto a los entierros católicos. La reacción de los medios de comunicación es entonces inmediata: ¡ponen el grito en el cielo y denuncian una vuelta al oscurantismo medieval y un grave daño a la caridad que la Iglesia enseña y que, con todo, pretende practicar!La nueva teología del misterio pascual, enseñada desde más de cuarenta años, es la causa de esta actitud inadmisible de los sacerdotes de hoy. Se ridiculizó completamente el sentido de las exequias católicas. Hasta el último concilio la Iglesia se negó a conceder los honores de un entierro católico a todos los pecadores públicos anteriormente mencionados. En un entierro católico la Iglesia eleva sus oraciones a favor del alma de uno de sus hijos para que Dios le haga misericordia, le perdone sus pecados y lo libre del purgatorio, lugar al que van en gran número para acabar de purificarse antes de entrar en la eternidad bienaventurada. Les ofrece, pues, las mejores y más eficaces plegarias que tiene, esto es, la Santa Misa que perpetúa el sacrificio de Nuestro Señor, cuyos méritos se aplican al difunto que es llevado a ella.¡Pero por ahí también pasó el Concilio Vaticano II! La predicación de los clérigos cambió. Ya no predican sobre las postrimerías. La existencia del infierno y el peligro que éste representa para el pecador empedernido son relegados al olvido, o clasificados entre las fábulas medievales completamente inadecuadas para una época como la nuestra.La doctrina sobre el purgatorio sufrió el mismo tratamiento. La liturgia, que es expresión de la fe, se adaptó a estos cambios. El color negro de los ornamentos, que llamaba a la conversión y al luto, fue suprimido por el púrpura que, pasando los años, se vuelve casi rosado, cuando no es sustituido por el blanco. Ya no se dice el Dies iræ, sublime petición del alma dirigida a su Creador y Juez implorando misericordia para sus faltas.¡De todo ello había que hacer tabla rasa! En virtud de la nueva teoría del misterio pascual, que afirma que Cristo muerto y resucitado salvó todas las almas de una vez y para siempre, ¡debemos reconocer que estamos salvados! El alma, llegado el término de su curso terrestre, tiene garantizada su reunión con Dios.En consecuencia, la finalidad de la liturgia de difuntos cambió completamente. En los entierros, ya no se trata de rezar por el eterno descanso del difunto —que probablemente está sufriendo en el purgatorio—, sino de agradecer a Dios por haberlo recibido junto a Él en los cielos; allí se encuentra seguramente y un día allí nos volveremos a reencontrar con él. ¡Comprenderán entonces por qué ya no es necesario ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa para reparar los pecados del difunto, ni llamar a la conversión “antes de que sea demasiado tarde”!Antiguamente todos los sacerdotes aprovechaban los entierros para recordar en sus sermones las verdades relativas a las postrimerías, alentaban a los fieles a rezar por los difuntos y exhortaban a los presentes a la conversión. Así, pues, todos salían de la ceremonia deseosos de cambiar de vida y de ayudar las almas de los difuntos que sufrían en el purgatorio. ¡Muchos son los que se convirtieron después de haber asistido a una Misa de entierro celebrada según el rito tradicional! La nueva liturgia, emanación de la nueva teología, pervirtió completamente el sentido de las exequias. ¡Su única finalidad es reavivar en nosotros la esperanza! ¡El difunto está salvado! ¡Nosotros también! ¡Aleluya!Semejante teología tiene consecuencias gravísimas. ¡Cuántas almas se pierden debido a este optimismo feliz y culpable, completamente extraño a la doctrina católica tradicional! ¡Cuántas almas, en consecuencia, sufren en el purgatorio y están abandonadas porque nadie se da cuenta de la necesidad de rezar por ellas, por su alivio y su liberación!¡Los efectos de este cambio no se han hecho esperar! En muchos casos el día del entierro ya no se celebra la Misa. Sólo se prevé una simple bendición, luego un tiempo de recogimiento —a menudo entrelazado con lecturas profanas—, y seguidamente la presentación de testimonios emotivos presentados por los familiares y amigos del difunto, por supuesto, encomiásticos y laudatorios… ¡El que acaba de partir es un santo! A eso puede añadirse la audición de música o de discos que apreciaba el finado… Otra consecuencia lógica de esta nueva teología es que la Misa diaria de difuntos o la de aniversario prácticamente hoy ya no se celebran en las parroquias.En presencia de tales errores es imposible permanecer en silencio. ¡Debemos recordar las verdades eternas! ¡Piedad para las almas del purgatorio! Recemos por ellas, hagamos celebrar Misas por ellas. Es un deber de justicia y caridad. Estas almas, una vez que sean liberadas, sabrán manifestarnos su reconocimiento y se convertirán en nuestras abogadas cuando nosotros debamos dar cuenta sobre nuestra vida. ¡En ese momento tan delicado sí que necesitaremos de ellas!Hacer decir Misas por nuestros difuntos exige de nuestra parte, por cierto, un pequeño sacrificio financiero; sin embargo, somos perfectamente conscientes del gran beneficio que reportará a las almas para las que se celebran. Se cuenta que un padre difunto se apareció a su hija religiosa para decirle que estaba sufriendo en el purgatorio porque había descuidado ofrecer Misas por sus propios difuntos… Inmediatamente la religiosa hizo celebrar una para su padre, que después volvió a aparecérsele radiante y aliviado. ¡Había entrado en Paraíso! ¡Esto es para meditar!Además, es necesario recordar que Dios no nos salvará sin nosotros. Quiere nuestra colaboración. ¡Dios no se impone! Debemos llevar nuestra cruz diaria, hacer penitencia y hacer nuestro purgatorio en esta tierra para poder contemplar a Dios un día en el paraíso. Por esta razón permite que pasemos por pruebas. La enfermedad, el luto, los fracasos, las preocupaciones materiales o espirituales aceptadas y llevadas con fe y con la gracia de Dios son verdaderos ascensores para el paraíso. En cambio, un alma que a sabiendas vivió distante de Dios, de la Iglesia y de los sacramentos, al momento de separarse de su cuerpo con la muerte, no soportará la luz divina que rechazó sobre tierra, e irá por sí misma a precipitarse “allí donde hay llanto y crujir de dientes”, es decir, al infierno, tal como dijo Nuestra Señora a los pastorcitos de Fátima.En cuanto a los que vivieron en la tibieza a lo largo de su vida, pero que dejaron este mundo en estado de gracia, sin haber expiado completamente sus faltas y reparado su dejadez, éstos irán al purgatorio, donde sabemos que el más pequeño dolor es inmensamente más grande que el mayor sufrimiento que podríamos soportar sobre esta tierra. ¡Esto también debe hacernos reflexionar!Así, pues, queridos amigos, ¡piedad por las almas del purgatorio!, ¡piedad por nuestras almas!Les deseo a todos un santo tiempo de Adviento, y desde ya también, una santa fiesta de Navidad.¡Que Dios los bendiga!
Padre Christian BouchacourtSuperior de Distrito América del Sur

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