viernes, 13 de febrero de 2009

La religión católica molesta porque es la verdadera



"Toda planta que no plantó mi Padre Celestial, será desarraigada" (Mat. 15,13).


¿Qué pasaría si un día el Ministro de Asuntos Exteriores colocase en un edificio público una estatua, busto, cuadro, bajorrelieve o similar del dios griego Zeus que tuviera un coste de unos 30.000 euros? Posiblemente, nada.
¿Qué ocurriría si el Ministro de Economía colocase en el hall de su ministerio, una figura policromada de San Vicente Ferrer, patrono de las facultades de economía, y cuya elaboración costase sólo 10.000 euros?
Nos podemos imaginar que se produciría la reclamación de una o varias instancias sociales que argumentarían que Argentina es un estado laico en el que las figuras religiosas no deben ocupar ningún espacio público. Causarían revuelo en los medios de comunicación, y si fuese necesario, acudirían a los tribunales.
No lo harían contra Zeus, pero sí contra un crucifijo o un santo. ¿Por qué? Está muy claro. Zeus está muerto; Jesucristo -y sus santos- están vivos. Por eso son intolerables. Tan vivos están que celebramos el nacimiento de un bebé y llevamos celebrándolo dos mil años. ¿Hay alguna prueba mayor de que está vivo? El nacimiento de un bebé es la expresión máxima de la vida, y nada hay tan vital como un niño. Chesterton, siempre genial en sus paradojas, afirma que el hecho de que algo se repita una y otra vez, lejos de ser síntoma de cansancio, es síntoma de vitalidad. Dice él, ¿quién se cansa antes de un juego, el niño o el adulto?
Por eso molesta la religión católica: porque está viva, es decir, porque es verdadera, porque aguanta el paso del tiempo y siempre ofrece esperanza al hombre. No en vano es una religión que no hemos “construido”, hemos recibido, como recibimos un bebé, sin merecerlo, como un regalo.
Lo he intentado expresar con torpes palabras. Pero esto mismo -el cristianismo es una religión viva- lo expresó mucho mejor Chesterton (en El color de España y otros ensayos, editorial Espuela de Plata, p. 103).
“Nunca oí hablar de ningún caso en que los escépticos paganos se hicieran iconoclastas y salieran a destrozar las deidades populares en nombre de la verdad abstracta. Aceptaban la lira de Apolo o el caduceo de Mercurio como nosotros aceptamos a Cupido en una carta amorosa o a una ninfa en una fuente de piedra. Podemos decir que el cupido se ha vulgarizado y ya no es verdaderamente un dios. Podemos decir que la ninfa se ha encontrado con la Gorgona y se ha convertido en piedra. Tal vez sintieran en el fondo de sus corazones que su religión estaba muerta. Pero porque estaba muerta tuvieron aún menos necesidad de emplear denodados esfuerzos para matarla. Si el cristianismo fuera realmente uno de los cultos estudiados en la religión comparada; si fuera realmente, como dicen a menudo sus críticos, algo construido con materiales tomados en préstamo del paganismo; si fuera en realidad sólo uno de los últimos mitos o rituales de la larga muerte inmortal del Imperio Romano, no habría razón alguna para que cualquiera no pudiese utilizar sus símbolos del mismo modo que cualquiera puede utilizar los símbolos de las ninfas y cupidos. El verdadero motivo es que esta religión se diferencia en un pequeño detalle de todas esas bellas religiones antiguas: y es que no está muerta. Todos saben en el fondo de su corazón que no está muerta, y nadie lo sabe mejor que quienes quieren que muera.“
Esta es la gran verdad: que la religión católica es la verdadera. No hace falta añadir “para los católicos”, ni “en mi opinión”: eso lo diríamos si tuviéramos alguna duda. Basta con afirmar que la religión católica es “la” verdadera. Si fuese de otro modo, no entregaríamos nuestra vida totalmente -que es lo que debe hacer un católico- …a una probabilidad, a un “psss, ¡ya veremos!”. No hay una sola verdad científica, ética, histórica, etc. que contradiga realmente a la religión católica. Se puede “pasar” tranquilamente, “sin solución de continuidad”, del campo de lo natural al de lo sobrenatural: ambos constituyen “lo real”. Así lo “vemos”, “a la vez”, con los ojos de la razón y de la fe, que es “un más allá” ¡pero razonable!

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