jueves, 29 de enero de 2009

La Oración


Lo mejor de la vida es poder despertar teniendo alguien con quien poder conversar. Y Dios es este padre y amigo con quien lo puedes hacer, pidiéndole fuerza y luz en tu vida. “Sin mí, no podéis hacer nada”, nos dice Jesús, como también: “Estén despiertos y recen para que no caigan en la tentación” (Mt. 26, 41). Con estas convicciones en lo profundo de mi ser, me gusta orar con la espontaneidad de quien está enamorado y se dirige a otro como su ser amado. Sin la oración, mi vida sería vacía, y mi apostolado se agotaría en el cansancio. La oración es como el oxígeno para mis pulmones.
La oración para mí, es ponerme continuamente en sintonía con el Señor para intentar captar su voluntad en lo que estoy haciendo. Ansío descubrirla y le pido poder cumplirla con humildad y alegría, aunque muchas veces te exige sacrificar aquello que no quisieras.
Nuestro Dios, es un Dios maravilloso y sorprendente. A veces cuando más necesitas una respuesta, Él te contesta con el silencio. Esto origina posiblemente una protesta, pero pronto te das cuenta que el silencio de Dios es una respuesta eficaz, que vale más que mil palabras y que deja paz en tu corazón.
En mi vida de oración, es importante la Liturgia de las Horas, que te une a toda la Iglesia para llevar al Padre las alabanzas, las angustias y las esperanzas de la humanidad entera.
El Rosario, al que considero una oración cariñosa y profunda en su sencillez, marca una pausa provechosa en mi jornada y me hace sentir acompañada por esta madre dulce y tierna, la Virgen María.

Hna. María Jordán.

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