miércoles, 14 de enero de 2009

El Martirio de San Hector Valdivielso Sáez y sus compañeros Victimas del Comunismo Ateo



Los Hermanos de Turón

Turón es un pequeño pueblo minero junto a la cuenca del Aller, a unos 20 km de la capital de la región, Oviedo, y a unos 6 km de otra localidad minera mucho más importante, Mieres. Los Hermanos tenían escuelas gratuitas en 12 localidades de la zona, y algunas muy cercanas a Turón, como Mieres, Ujo y Bustiello, desde hacía bastantes años. Acogían sobre todo a los hijos de los mineros. En Turón había 8 Hermanos, uno de ellos, para atender la cocina. Cuatro tenían menos de 26 años. El Director, el de más edad, tenía 46. seis de ellos llevaban en Turón un año, uno seis meses, y otro sólo 20 días.
Las fuerzas socialistas y comunistas de la zona, así como la logia masónica de la localidad, se habían enfrentado varias veces al colegio, por razón de la labor apostólica y de formación religiosa que desarrollaban con los niños y jóvenes, tanto en clase como después de las horas de escuela. Su mayor deseo hubiera sido destruirla.

Encarcelamiento de los Hermanos

El comité revolucionario de Turón comenzó su labor la medianoche del día 4 de octubre. A las cinco de la mañana ya habían detenido al Director y otros responsables de la empresa Hulleras de Turón. A las seis detuvieron a los tres sacerdotes del pueblo. Poco después a otras personas de reconocidas creencias católicas.
Los Hermanos se habían levantado y se preparaban para comenzar la oración comunitaria. Estaba con ellos el P. Inocencio, Pasionista de Mieres, que el día anterior había acudido a confesar a los alumnos para prepararlos al primer viernes del mes. La cuñada de uno de los sacerdotes detenidos corrió enseguida a la casa de los Hermanos para avisarles de que había estallado la revolución y que habían encarcelado a los sacerdotes: les aconsejaba que huyeran cuanto antes, pués también irían a buscarlos. Se lo dijo al Hermano que preparaba en la capilla el altar para la Santa Misa. Éste subió a avisar a los demás Hermanos. Con cierto temor decidieron celebrar inmediatamente la Santa Misa, oficiada por el P. Inocencio, y luego tomarían precauciones.
Estaban en el ofertorio cuando oyeron un griterío a la puerta del colegio. Comenzaron a dar golpes para que abrieran. Era un grupo de revolucionarios, armados con escopetas. Ante tal situación, el celebrante propuso consumire entre todos la reserva de Eucaristía, para evitar profanaciones; y así lo hicieron.
Seguían el griterío y los golpes. Un Hermano fue a abrir la puerta y el jefe del grupo dijo que querían registrar la casa en busca de armas.el Hermano dijo que iba a avisar al Director. Pero todo el grupo se abalanzó y entró en la casa, registrando todas las clases. Luego subieron al piso superior, donde estaban ya los Hermanos en sus habitaciones. Los hicieron salir y registraron cada rincón. No encontraron nada de lo que buscaban; tan sólo la lista de la juventus católica, que funcionaba en el Colegio. Durante el registro destrozaron muchas cosas. Acabado éste, les dijeronque quedaban detenidos y sin dejarles tomar nada los llevaron a la llamada “Casa del Pueblo”, donde ya estaban las personas detenidas anteriormente.
Los tuvieron encerrados cuatro días. El primero estuvieron ellos solos en una sala, y no les dieron de comer. Al día siguiente les llevaron comida desde el pueblo, encargada por el director de la Empresa, y pasaron a la misma sala a los tres sacerdotes. Los Hermanos, desde el primer momento, intuyeron que los iban a matar, aunque en algunos momentos abrigaban la esperanzade que los dejarían libres.
El tiempo lo dedicaban a la oración, tanto en grupo como en particular. El tercer día, convencidos de que iban a morir, se confesaron con los sacerdotes. En aquellos momentos el comité revolucionario, reunido en el pueblo, decidía matarlos. Uno de los jefes, que tenía especial relación con el párroco, se opuso a que matasen a los sacerdotes del pueblo. La sentencia se debía cumplir al día siguiente, perro los acontecimientos de la revolución les impidieron hacerlo, y tuvieron que retrasarla un día. Por la tarde dos dirigentes revolucionarios se presentaron para “interesarse por los prisioneros”. En las preguntas indagaron si el cocinero de los Hermanos era también religioso o sólo un empleado.

El martirio

El día 8 terminó y se acomodaron en el suelo para dormir, como las noches anteriores. Los Hermanos habían mantenido una serenidad que maravillaba a sus mismos vigilantes. A la una de la mañana entraron en su habitación dos dirigentes, que les mandaron salir para llevarlos al frente. Pero les hicieron dejar todos los objetos que tenían. Los sacaron a la calle y se encontraron frente a un grupo de revolucionarios armados, que los apuntaban. Les ordenaron formar de dos en dos. Añadieron al grupo a otros dos detenidos, oficiales de carabineros de Oviedo. El jefe revolucionario, Silverio Castañón, les preguntó si sabían dónde inban. Un Hermano respondió: “Donde ustedes quieran. Estamos ya preparados para todo”. “pues van a morir”, respondió el jefe. Dio la orden de marcha y todos comenzaron a caminar hacia el cementerio. Delante los dos carabineros, luego los carabineros, luego los Hermanos y al final el P. Inocencio. Detrás, el pelotón de ejecución.
La tarde anterior habían abierto en el cementerio una zanja de unos nueve metros de largo y bastante profunda. Los días precedentes había llovido. Aquella noche hacía bastante frío. Durante el trayecto no hablaron. Se preparaban para el sacrificio. En unos diez minutos llegaron a las puertas del cementerio, que estaban cerradas. El jefe envió a uno del pueblo a buscar al enterrador, que vino a los pocos minutos con la llave.
El jefe del pelotón dio la orden a los Hermanos de avanzar y colocarse ante la fosa abierta. Frente a ellos el grupo de fusileros con sus armas apuntándoles.
Se dio la orden de fuego. Hubo dos descargas y luego el jefe y su segundo los remataron con pistolas. Alguien con una maza remató al director, y con el golpe le separó la cabeza. Echados los cuerpos a la fosa, obligaron al enterrador a cubrirlos con tierra. El grupo de revolucionarios regresó al pueblo.
Los demás presos oyeron las ráfagas y supieron que el sacrificio se había consumado. Era la madrugada del 9 de octubre de 1934. la razón: “por odio a la fe”… mientras que en Buenos Aires, al día siguiente, el Cardenal Pacelli, luego Pio XII, inauguraba el famoso 32º Congreso Eucarístico Internacional.

Testigo de Cristo

Desde el primer momento todos consideraron a los Hermanos y al P. Inocencio como verdaderos mártires. La única razón por la que fueron asesinados era por ser religiosos. Estaba claro en las mentes de todos, incluso de sus mismos verdugos.
Los testimonios recogidos para el proceso no ofrecen duda alguna. El mismo jefe revolucionario, preso después de los acontecimientos, dijo en la carcel que, cuando los llevaban al cementerio “iban muy recogidos y en oración, preparándose para el sacrificio” y que “se mostraron muy decididos y animados”. Y un testigo presencial del fusilamiento, tambien desde la cárcel, dijo por escrito: “que no les oyó la menor queja ni palabra alguna, tanto en el trayecto de la casa del pueblo al cementerio, como durante su ejecución que fue con escopetas y rematados con pistolas”. Su muerte…, dice él mismo, “fue obra de unos cuantos desalmados, pues el pueblo no hubiera consentido que asesinaran a los maestros de sus hijos, y por ello lo hicieron de noche y forzando a los que iban a ejecutarlos”.
Los nombres de los mártires eran:
- Hermano Cecilio Beltrán (46 años)
- Hermano Marciano José (33)
- Hermano Julián Alfredo (31)
- Hermano Victorino Pío (29)
- Hermano Benjamín Julián (25)
- Hermano Augusto Andrés (24)
- Hermano Benito de Jesús – Héctor Valdivielso – (24), argentino
- Hermano Aniceto Adolfo (22) y
- P. Inocencio de la Inmaculada (47)

Los restos de los Hermanos fueron transladados a Bujedo el 26 de febrero de 1935.

El 29 de abril de 1990 el Papa Juan Pablo II beatificó al Hno. Héctor Valdivielso, a sus compañeros y al Padre Inocencio. En el mismo día, en la Ciudad de León, Nicaragua, Rafaela Bravo jirón, de 22 años es curada milagrosamente invocando a los Mártires de Asturias. Padecía de un cancer de útero, en estado terminal, situación documentada clínicamente y luego de rezar dos novenas a los nuevos Beatos se sintió curada y recuperó su salud. Rafaela vive en Nicaragua y trabaja como docente.
Fueron canonizados el 21 de noviembre de 1999.



Oración a San Héctor Vadivielso Sáez
Primer Santo argentino


Señor Dios y Padre nuestro,
Tu has hecho de San Héctor
y de sus siete compañeros mártires;
educadores de niños jóvenes
y testigos de la fe,
hasta dar la vida por ello.

Te pedimos por sus méritos
Y su intercesión que,
Fortalecidos por el Espíritu Santo,
nos dediquemos a anunciar con alegría
y convicción la Buena Noticia
del Evangelio a todos los hombres.
Amén.

Extractado de: “Héctor Valdivielso Sáez - El primer Santo Argentino”, Hno. Telmo Meirone y colaboradores. Editorial Stella. San Pablo. Junio de 1999.

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